Antonio Posada siempre fue un hombre racional. Cuando por su mente se cruzaba la posibilidad de convivir con Emperatriz no lo hacía por la mera emoción erótica de poseerla siempre, sino que su idea surgía de un profundo entendimiento de las variables que la vida le ofrecía y, a sus años, la vida no le daba muchas posibilidades. Si bien disfrutaba de su independencia, Antonio era de esas personas que le huían a la soledad, por eso su afán de amistad y de putas. Aquí puede leer la novela desde el comienzo. Después de dos años de vivir solo ya empezaba a preparar el escenario para devolverse a la casa familiar porque a cinco años de cumplir sesenta, no toleraba la idea de envejecer y morir solo; prefería hacerlo acompañado así la compañía fuera de la misma Amanda. Por eso creía que reencontrarse con su amante negra había sido refrescante y premonitorio.
Emperatriz era a todas luces una buena mujer: excelente cocinera, sumisa, hacendosa en el hogar, con cuerpo de adolescente y habilidades de prostituta, aunque con un par de defectos a los que Antonio tendría que hacerle frente: su color de piel, que no sería bien visto por sus hijas ni sus amigos, y el hecho de que hubiera sido su empleada de servicio. Sin embargo, ya Antonio estaba muy por encima de las opiniones simples de los demás; su experiencia le había enseñado de manera cruel que el tiempo que se va no vuelve: ya había perdido los mejores años de su vida con Amanda, quien era blanca, frígida y adinerada y no había descubierto en ella la felicidad, entonces, tal vez era el momento de buscar su satisfacción en un ser totalmente opuesto.
No se volvió a hablar jamás de la profesión de Emperatriz, quien había convencido a Antonio que tan sólo llevaba unos días en el negocio cuando las casualidades de la vida la habían llevado a su apartamento. Él optó por creerle y se sintió orgulloso de haberla sacado de ese bajo mundo de la prostitución; era la segunda vez que le salvaba el pellejo a la negra y esto le hacía pensar que sus intenciones tenían un valor agregado que ella no podía desconocer.
Bernabé había alertado a su mamá del riesgo que corría al enredarse con don Antonio, incluso recordándole el día que en la mesa el jefe del hogar había dicho que los negros le causaban náuseas y que sólo servían para los oficios domésticos. También rememoró lo que a él mismo le había pasado con Alejandra y el dolor indescifrable que aún sentía a consecuencia de una relación imposible. “Mamá, ellos en el fondo son xenófobos y no les gusta la gente tan pigmentada, entiéndelo y no te obnubilés más con don Antonio” le había dicho a manera de conclusión, sorteando con pericia las erres, como siempre.
Emperatriz era consciente de lo que le decía su hijo. En efecto, recordaba muchos comentarios ofensivos que Antonio había proferido en contra de su raza y de su dignidad en esos años de sumisión, sabía también que las niñas Posada, sobre todo Juliana, jamás los dejarían amarse tranquilos, y eso sin contar con el escándalo que haría Amanda cuando se enterara. Más que todo eso junto, lo que en verdad le preocupaba a Emperatriz era su propio corazón porque creía estar ya muy vieja para sufrir por amor. Por lo pronto estaba tranquila porque creía dominar la situación pero no podía negar que don Antonio sabía cómo adularla alabando su cuerpo y sus maneras, invitándola a restaurantes elegantes, compartiendo con ella lecturas de poetas cursis que cumplían su objetivo; enviándole flores y chocolates blancos y en fin, comportándose como el caballero que había sido tres décadas atrás. También había que decir a favor de Antonio que sus obsequios y galanterías eran inéditos en el trato con sus amantes y que incluso se había atrevido a cogerla de la mano cuando paseaban por el parque, como dos enamorados.
Si el último mes había sido de regocijo para Emperatriz, las cosas eran diferentes para Bernabé. Luego de la noche en que pasó del infierno del fútbol al paraíso de amor con Alejandra, ella había tomado la batuta en la relación nuevamente y jugaba con sus emociones como un gato con un ratón moribundo. En ocasiones lo llamaba para averiguar sobre su futuro futbolístico y terminaba calentándole el oído con insinuaciones sexuales que provocaban erecciones inalámbricas; otras veces se aparecía en el apartamento y lo consumía con voracidad para luego desaparecerse por una semana o dos. Por si fuera poco, Alejandra le había prohibido al negro que la llamara porque no quería que su novio pensara mal; así que Bernabé, como siempre tan obediente, tuvo que resignarse a seguirle el ritmo y a guardar silencio. Sumado a la desesperanza que de nuevo le causaba Alejandra, estaba su futuro profesional: había pasado un mes desde la noche fatídica de la final y no había recibido una propuesta del club de comprarlo, mantenerlo en préstamo o devolverlo a su antiguo equipo. Su representante había perdido la perspicacia y le aseguraba que lo mejor era esperar; en caso de que el equipo descartara su compra, habría que buscar otro club, pero por lo pronto no quedaba más que esperar y gastarse el dinero que el equipo le liquidó para sus vacaciones.
Alejandra decía estar confundida en sus conversaciones con Bernabé pero lo cierto es que lo hacía para no romperle el corazón de sopetón. Ella se estaba enamorando profundamente de su novio, Nelson Cáceres, quien a sus veinticinco años ya había publicado un libro de cuentos eróticos y un par de ensayos de crítica literaria. Lo había conocido en la universidad y compartían la mayor parte de sus días, incluso planeaba irse con él a estudiar a Europa. Eran como almas gemelas, disfrutaban de la lectura y hacían ejercicios de composición colectiva con un grupo de amigos; exaltaban a los griegos con el mismo empeño con el que detestaban el Siglo de oro español, les gustaba el vino blanco y la poesía femenina colombiana, hacían el amor con ceremonia mientras él le susurraba versos trasnochados; se declaraban agnósticos y animalistas y para no decir más, Alejandra lo consideraría perfecto si acaso su masculinidad fuera más contundente o, tal vez, si sus hábitos aeróbicos le permitieran superar el primer orgasmo. No había la más remota posibilidad de que Alejandra cambiara a su novio por el obtuso Bernabé que, en toda su vida, no había leído siquiera un libro completo. Sin embargo algo había en el negro, su aroma, decía Alejandra, que la hacía caer en tentación cada cierto tiempo.
***
Cuando el teléfono sonó, Bernabé pensó que quizás era Alejandra y se preparó para decirle que ya no estaba dispuesto a seguir siendo su juguete, pero no era ella. Quien habló del otro lado de la línea era Ramiro Bautista, su representante, quien le informaba que el club había decidido no renovar su contrato y lo iba a devolver a su antiguo equipo aficionado que, por cierto, había tenido rendimientos desastrosos en la temporada anterior de la Segunda división. Sin otra información para darle, le colgó deseándole éxito. Bernabé se tomó la cabeza con su mano derecha y se apretó su pelo ensortijado y amarillo, soltó un par de lágrimas al imaginarse de vuelta al campo polvoriento con el rostro de la derrota. Su paso por el fútbol profesional lo había cambiado para bien: la agresividad había diezmado a tal punto que ya no recordaba cuál había sido su última pelea, en contraste, comenzó a experimentar un sentimentalismo que siempre lo mantenía al borde del llanto. Por ejemplo, era capaz de dejar escurrir un par de lágrimas con un comercial de jabón para niños o al ver a un gato callejero buscando comida, pero a la vez, era incapaz de reconocerlo y trataba por todos los medios de disimular su sensiblería al igual que su dislalia, así medio país lo hubiera visto llorar por televisión. Deseó entonces que Alejandra apareciera y ella apareció. Lo llamó para ofrecerle sexo y el negro no tuvo el coraje de negarse.
Luego de retomar contactos con la empresa de mensajería, Bernabé fue vinculado de nuevo a su antiguo equipo y, aunque le ofrecieron un contrato respetable en el cual se estipulaba su dedicación exclusiva al fútbol, Bernabé tuvo que solicitar además un trabajo de medio tiempo como bodeguero para sobrellevar las deudas y el estilo de vida que intentaba mantener. En su primer día de trabajo llegó en su flamante vehículo lleno de accesorios cromados que hablaban a gritos de su pobreza. Saludó a todos sus conocidos que lo recibieron como el ídolo que no era y se puso a descargar cajas en la bodega gigante que servía como centro de acopio. El fin de semana se encontró de nuevo con sus amigos del equipo, a los que no podía ver entre semana por pertenecer a sedes diferentes de la empresa, y también vio muchas caras nuevas que habían llegado a reforzar la estructura del equipo; tuvo que contar mil veces las mil anécdotas que le quedaban del fútbol profesional y fue el centro de atracción entre los modestos jugadores aficionados mientras calentaban. Sin embargo, tanta atención que recibió esos primeros días se equilibraría en la cancha: el domingo cuando calentaba con el equipo titular, Julio González, su antiguo director técnico ahora degradado a asistente, le daría la noticia de que no había cupo para él por lo pronto y que debía esperar en la banca con los demás suplentes. Bernabé no comprendió nada hasta que el pitazo inicial del partido lo sorprendió en las graderías fingiendo hacerle fuerza al equipo que le daba la espalda. Fue así como el fútbol le atestaba otro fuerte golpe al negro. Sus fracasos en el deporte y en el amor lo hicieron caer en una depresión de la que no saldría en varios meses. Emperatriz ya jamás lo escucharía con la misma solicitud de antes, enredada como estaba con la empalagosa relación que sostenía, y Alejandra, que cada vez lo buscaba menos, carecía de la paciencia necesaria para aconsejar a su semental.
Bernabé perdió el respeto por el fútbol. Si en otro momento el deporte había sido el lastre que le permitió sobrevivir, ahora se había convertido en una afrenta constante que lo condenaba a ser el eterno suplente. Sin nadie más que lo escuchara, se hizo cliente frecuente de Julieta, con quien hablaba por horas hasta que la cuenta se le salía del presupuesto. Ella prefería al Bernabé hablador que al Bernabé sexual que la agotaba en quince minutos, por eso no tuvo problema en aceptar invitaciones del negro por fuera de su horario laboral, y se vieron tantas veces y hablaron con tanta tranquilidad y cariño, que Julieta no se dio cuenta cuándo empezó a acostarse con él sin exigirle un solo peso.
Las cuentas a Bernabé no le cuadraban. Aunque con Julieta los gastos eran mínimos, la cuota del crédito de su carro, la gasolina y el mantenimiento lo tenían al borde de la quiebra, así que tomó la difícil decisión de devolver su vehículo al concesionario de donde lo había sacado nuevo y acostumbrarse una vez más al indigno transporte público de Bogotá. Su pelo de todos los colores, sus tatuajes y su estatura hacían que adonde fuera, lo reconocieran como el negro que había botado el penalti en la final, por lo que también decidió raparse su cabello, por entonces rojo, y vestirse de forma más holgada y cubierta. Poco a poco en él iba resurgiendo el niño enorme que se asustó con el amor y la gloria. Sin interés por el fútbol y menos por cumplir con su trabajo, descuidó sus entrenamientos y en varias ocasiones llegó a trabajar en estado de embriaguez. Fueron los peores días de Bernabé desde aquella vez que venido de Tumaco, tuvo que pasar con su madre una noche a la intemperie en la que casi muere.
Hacía meses que Emperatriz había dejado de tener sexo por dinero. Sus fotos de meretriz mestiza dejaron de exhibirse en la página de internet de la agencia y cambió de número telefónico. Ahora sólo tenía ojos para Antonio, con quien se iba los fines de semana de paseo y con quien amanecía cada vez con más frecuencia en su apartamento. Si bien, con sus antiguos clientes tomaba todas las garantías para evitar enfermedades venéreas, con Antonio jamás se protegió, y es que hacerlo hubiera sido un desplante para él, que tantas veces la amó en el pasado y que jamás eyaculó en sus entrañas. Por eso, luego de los últimos encuentros en los que él no quiso retirarse a tiempo, la negra se vio obligada a contrarrestar la potencia seminal con su viejo remedio de hisopos de eucalipto sumergidos en zumo de limón, pero hisopos y oraciones fueron en vano. Emperatriz quedó embarazada.
A los cuarenta años de Emperatriz, un embarazo además de riesgoso parecía ser un despropósito, por lo que decidió callar algunas semanas mientras se llenaba de valor para cometer la osadía de un aborto, pero sus náuseas frecuentes y un desmayo melodramático en un restaurante terminaron por desvelar su secreto. Antonio no pudo estar más feliz.
Juliana iba poco al apartamento de Antonio porque no soportaba su desorden de hombre soltero ni sus conversaciones superfluas en las que siempre encontraba la manera de ridiculizar a Amanda. Pero esa tarde necesitaba un dinero extra que su mamá no pudo brindarle y se tomó la molestia de visitarlo. En cuanto ingresó e incluso antes del saludo escueto sintió un olor característico que ya conocía: “aquí huele a negro” le dijo a su papá quien instintivamente miró al cuarto principal cuya puerta estaba cerrada. Juliana descubrió en sus ojos la angustia de quien oculta algo y se dirigió hacia donde su padre miraba, abrió la puerta y encontró a Emperatriz tendiendo la cama en sigilo…
El escándalo familiar fue terrible. De todas partes llamaron a Antonio exigiéndole mesura con su amante negra, pero él, orgulloso y atrevido, respondía que la amaba y que además estaba embarazada. Así se lo gritó a Juliana cuando la vio salir corriendo del apartamento y así se lo confirmaría a Alejandra horas más tarde. Se sentía libre, enamorado y capaz de enfrentar cuanto ataque recibiera de aquellos que alguna vez llamó familia.
Alejandra pasaba una tarde de amor interracial cuando recibió la llamada desesperada de su hermana, quien le recriminaba por haber sembrado en la familia el gusto por los negros que había llevado a su padre a embarazar a la Emperatriz. Cuando Bernabé le confirmó que la noticia de los amoríos de sus padres era cierta, hizo una pataleta como las que hacía cuando tenía doce años. Luego de gritar y lanzar puños al aire, Alejandra se tiró a la cama, se tapó con las cobijas y sollozando dijo: “no puede ser cierto, ¿Cómo mi papá nos puede humillar así?” El negro estaba estupefacto. “¿No le pareció suficiente la vergüenza de que su hija se metiera con un negro para que ahora él salga con lo mismo?” exclamó Alejandra antes de un nuevo ataque de histeria.
Bernabé permaneció en silencio mientras en su mente articulaba una excusa que no tenía por qué dar: “Mi mamá no está encinta” dijo finalmente, y al querer complementar su enunciado, los gritos de Alejandra lo interrumpieron: “cállese negro infeliz. ¡Maldita la hora en que se nos metieron a la casa, negros desgraciados y malagradecidos! ¡Primero me muero antes que tener un hermanito negro!” Sus últimas palabras sonaban trémulas y nasales, porque el llanto las ahogaba. Bernabé estaba sorprendido con la reacción de Alejandra, que hace tan sólo unos minutos se extasiaba con sus humores y disfrutaba de su sexualidad oscura. Dos lágrimas se desgajaron de los ojos aguados del negro desnudo. Se vistió de prisa como con vergüenza y quiso despedirse para siempre de Alejandra, que permanecía llorando boca abajo y cubierta casi por completo por una cobija blanca; sólo se le veían los pies hermosos y blancos que el negro quiso besar a manera de adiós pero prefirió partir en silencio y esta vez, esta vez sí, se decía el negro, para siempre.
Al escuchar la puerta que cerraba suavemente, Alejandra escupió una frase que tuvo el mismo efecto que el coro que le dedicaban a Bernabé en el estadio: “¡Ustedes los negros sólo sirven en la cama!”
Por el camino de vuelta al apartamento que compartía con su madre, Bernabé se preguntaba si acaso podía ser cierto lo del embarazo. Creyó en un primer momento que había sido un problema de interpretación de Alejandra, pero después pensó que quizás podía ser cierto y que de ser así, la vida se encargaba con ironía de vengar la muerte de su hijo. En efecto, cuando Emperatriz regresó a casa iluminando la noche con su sonrisa, le confirmó la noticia a Bernabé y sin más qué decir, se abrazaron entre risas y llanto. Los desplantes de Alejandra, por ahora, pasaban a un segundo plano.
Cuando Amanda se enteró del embarazo de Emperatriz simplemente no lo pudo creer; tuvo que esperar hasta el día en que Juliana le mostró algunas fotos que ella misma había tomado, en ellas se veía a la pareja de futuros padres exhibiendo una barriga enternecedora mientras caminaban sonrientes por un parque cualquiera. La evidencia de las pruebas le produjo un llanto de rabia que casi no logran controlar sus hijas, que no podían hacer más que asentir con cada injuria que pronunciaba su madre desconsolada.
Emperatriz se fue a vivir con don Antonio y dejó a sus anchas a Bernabé en el apartamento alquilado. Mientras su madre disfrutaba los mejores días de su vida con la espera de su segundo hijo y la reafirmación de su relación, Bernabé se hundía en la soledad y no hallaba mejor remedio para combatirla que el alcohol y a veces la cocaína, cuando el dinero le alcanzaba para comprarla. Su rendimiento en los entrenamientos disminuyó como era de esperarse y fueron muchas las veces en las que ni siquiera se presentó a los partidos, por eso no se extrañó cuando después de un par de meses, le informaron que de no mostrar compromiso en las siguientes semanas lo sacarían del equipo. Bernabé hubiera preferido que lo sacaran de una vez porque no tenía ninguna intención de cambiar para bien. Al contrario, cada día que pasaba se consumía más en los excesos, a tal punto que sus músculos perdieron contundencia, le creció una barriga incipiente y volvió a ser tan irascible como en sus mejores días de escolta. La noche en que le pegó a Julieta y la vio partir para siempre supo que había llegado a un punto en donde pesaba más el desamor de Alejandra que sus fracasos futbolísticos.
Ese fin de semana le notificaron que ya no hacía más parte del equipo. La empresa fue generosa sin embargo y le ofreció mantener su empleo de bodeguero ahora en jornada completa. A Bernabé no le quedó más remedio que aceptar y olvidarse del fútbol para siempre, así su nuevo salario miserable apenas le alcanzara para pagar el arriendo y comprarse un par de botellas de ron a la semana.
***
El 26 de agosto nació Antonio José Posada Mosquera, un niño robusto y negrito que llenó de alegría el hogar de sus padres y de esperanza el corazón de Bernabé, que por entonces debía tres meses de arriendo y estaba a un paso de que lo echaran de su trabajo, como ya lo habían expulsado de su equipo de fútbol. Cuando el exfutbolista vio por primera vez a su hermanito no pudo creer que fuera exactamente igual a la versión de su hijo que siempre había tenido en la cabeza, por eso lo quiso como si fuera propio y ese cariño le sirvió para que su existencia cobrara de nuevo sentido.
Bernabé aprovechaba las muchas horas que pasaba con su mamá y el bebé para ponerla al tanto de la situación económica en la que estaba. Emperatriz, que como siempre ya intuía todo, intercedió por su hijo para conseguir el apoyo económico de Antonio, que le ayudó a cubrir las cuotas atrasadas del alquiler y a buscarle un mejor empleo que no le logró encontrar debido a la falta de escolaridad del negro. Pronto se habilitó un cuarto en el apartamento de la pareja para que el hermano mayor pasara algunas noches allí cuando las horas del día no le bastaban para compartir con su familia, de esta manera se fueron estrechando también sus relaciones con don Antonio, a quien seguía llamando con ese título trasnochado de don. La excusa del despido unilateral de Bernabé fue perfecta para terminar de establecerse en el apartamento de la nueva familia.
Estando sin empleo, sin dinero y sin amor, Bernabé trató de recuperar su estado físico y se fue a probar suerte con varios equipos de la Segunda división pero ninguno de ellos estuvo dispuesto a ofrecerle una oportunidad, así que de nuevo tuvo que apelar a la generosidad de su padrastro para que le permitiera validar el bachillerato. Antonio, feliz por la iniciativa de Bernabé, lo inscribió en un instituto de validación en el que el negro se esmeró por meses tratando de meterse en la cabeza los casos de factorización y los modos de conjugación verbal, pero su mente nunca dio para tanto, y como hacía con todo en su vida, renunció.
Emperatriz pasaba noches en vela satisfaciendo a los dos Antonios. Como sabía que su hijo mayor dormía al lado de la habitación principal, había aprendido a amar al Antonio mayor en el mutismo absoluto, cambiando gemidos por mordiscos y blasfemias por arañazos como lo hiciera años atrás Alejandra Posada. Y cuando, exhausta, quería dormir junto a su futuro esposo, el bebé la despertaba exigiéndole leche. Esos días de insomnio de Emperatriz se verían compensados pronto porque por fin la vida le sonreía. Tarde en su vida había encontrado la felicidad junto a quien siempre la había acompañado.
Emperatriz se alegraba de ver cómo Bernabé cada vez se hacía más niño en una dinámica inversa al mundo. Día tras día lo veía más ajeno a la fama, a los vicios y al fútbol, y parecía ser feliz mientras pudiera tener un techo y una comida. En efecto, Bernabé se había olvidado de las necesidades creadas que él mismo se había impuesto y había sacado un buen dinero vendiendo sus cadenas de oro, sus aretes y la ropa extravagante que aún conservó unos meses más por si saltaba de nuevo a la fama. Ya habiendo renunciado a la posibilidad de ubicarse en el mundo y ser productivo, Bernabé era feliz sin trabajo y sin dinero; ajeno a las rutinas y a las presiones parecía un animal holgazán que se burlaba de los madrugadores que se dejaban condicionar por un horario y unos pesos.
Sin estudios de bachillerato y sin pretensiones laborales, Bernabé fue arrojado al mundo desnudo y sin futuro, pero había caído de pie en el seno de un hogar del que siempre fue parte. Ni siquiera en Tumaco hubiera podido encontrar tanta tranquilidad y tanto ocio como el que disfrutaba por esos días de plenitud, pues en su terruño olvidado hubiera tenido que saltar al mar por comida para su familia y en Bogotá apenas tenía que saltar a la nevera y abastecerse a su gusto. Su mayor preocupación era esperar hasta la tarde a que llegara don Antonio con el periódico para dedicarse a resolver el crucigrama que siempre le pareció fácil por su costumbre de consultar palabras raras. Lo que no sabía Bernabé es que nada en esta vida es gratis y Antonio empezaba a cansarse de su manutención, así que el día que con más flojera se había levantado, entró su padrastro al cuarto y le pidió que se arreglara para acompañarlo al trabajo. Bernabé perdió muchos valores en su paso por el fútbol profesional pero la obediencia no fue uno de ellos, así que se alistó con rapidez y se puso a la orden de don Antonio, que desde entonces solicitó sus servicios como escolta y conductor.
Antonio había perdido todo contacto con Amanda y Juliana, quienes nunca lo habían tenido en gran estima, pero con Alejandra hablaba de vez en cuando por teléfono y era por intermedio de ella que les hacía llegar el dinero mensual al que se había comprometido; de esta manera, la hija mayor nunca perdió información de lo que acontecía en el nuevo hogar de Antonio. Por él supo del nacimiento de su medio hermano y de la llegada de Bernabé al apartamento, por lo que cuando habían pasado ya diez meses desde su último encuentro y se había mitigado el dolor que causaba el amorío de su padre, no se le dificultó a la hermosa Alejandra encontrar la ocasión para sorprender por última vez a Bernabé antes de su viaje a Londres, donde estudiaría una maestría en literatura inglesa con su novio.
Fue un sábado en el que apareció de repente en la puerta del apartamento sabiendo de antemano que su padre se había llevado a Emperatriz y al bebé a un paseo de fin de semana. Cuando Bernabé abrió la puerta vio en el umbral a la mujer que siempre había amado y soñó con un futuro mutuo similar al presente que disfrutaba su madre. Recordó la última conversación que había sostenido con Alejandra, aquella vez en que lo injurió con desprecio inobjetable y se preguntó si acaso nunca tendría el valor de despreciarla como se merecía. Ella se acercó a su humanidad oscura y se estiró para hablarle al oído y ofrecerle disculpas por aquel episodio del que se avergonzaba. Bernabé sintió que las piernas le temblaban y que un abismo se le abría en medio de las entrañas. Trató de ser fuerte y repeler el ataque de sus besos pero Alejandra, advirtiendo su falso desdén, le confesó una verdad que decía tener estancada desde hacía años: “te amo” le dijo. Bernabé quiso creer en esas palabras huecas pero sabía que el amor se diluía en la memoria de sus primeros encuentros, como sabía también que para ella ya no había vínculos distintos a la imperiosa necesidad de ser violentada tiernamente. Sin embargo su ser todo reaccionaba a la cercanía y al aliento tibio de esa mujer cuya belleza bastaba para regalarse un último momento de plenitud: borrando la historia de la mitad de sus años, Bernabé inició el rito final de un amor jamás correspondido. La desnudó con parsimonia. Con sus labios gruesos y su lengua muy roja contó cien veces las pecas que adornaban la región mágica del cuello y los hombros de Alejandra. Mordisqueó sus senos, sus brazos y sus piernas mientras la veía arquear la espalda y suspirar. Contempló la desnudez de Alejandra con los ojos bien abiertos mientras sus manos enormes se paseaban con libertad por lomas y valles. Alejandra siempre estaba dispuesta para el amor, a diferencia de las muchas prostitutas que conoció el negro, bastaba un olor y una caricia para navegar por sus entrañas. A Bernabé le excitaba terriblemente sentir ese océano turbio en sus dedos. Hundió la nariz chata en sus abismos y probó el amargo sabor del orgasmo antes de la penetración, que fue furiosa, como si con ella pudiera vengarse de las tantas afrentas que mancillaron su dignidad.
Una semana después, Alejandra se fue de su vida para siempre.
Las ironías del destino y la sutil autoridad de Antonio, obligaron a Bernabé a presenciar la despedida familiar desde la camioneta de vidrios oscuros que permanecía parqueada al frente de la casa de los Posada. Al ver salir a Alejandra, el negro sintió que su respiración se entrecortaba y tuvo el impulso de saltar a abrazarla por última vez, pero se contuvo cuando detrás de ella vio a un hombrecito blanco, escuálido, bajito y lastimero. Antonio se despidió de su hija mayor y soltó una lágrima modesta, luego abrazó al hombrecito y cruzó con él un par de palabras, lo que confirmó las sospechas de Bernabé de que eran pareja y de que viajarían juntos. Atrás vio venir a Amanda, que lucía mucho más vieja de lo que recordaba, la vio subirse a su carro cargado de maletas y exhortar a la joven pareja a partir. Antes de hacerlo, Alejandra volteó a mirar a la camioneta, bandeó su mano y mandó un beso hacia el puesto del conductor en señal de despedida.
***
Bernabé, por segunda vez, terminó acostumbrándose a ser el escolta inepto de Antonio sin recibir por eso ninguna remuneración. Su jefe y padrastro le exigió que desempacara los vestidos de paño descoloridos y apolillados que le había comprado siete años atrás para hacer su labor de escolta y al negro le ajustaron perfectamente, como si no hubiera pasado un día desde que le tomaron las medidas. Las rutinas de Bernabé se hicieron más exigentes que antes, pues ahora no sólo era guardaespaldas y conductor, sino que también hacía las veces de mensajero y de mayordomo. Sin embargo, llegar a su hogar y percibir el olor a pescado frito con patacones que hacía su madre, le complacía casi tanto como ver crecer feliz a Antonio José en el seno de una familia amorosa que envejecería unida.
***
Luego de tres meses en Londres, Alejandra se seguía preguntando por qué no le había llegado el periodo. Juliana le había dicho que posiblemente era el cambio de clima y de rutinas pero esa explicación no la convencía del todo, menos cuando por las noches experimentaba unos antojos terribles por el pescado frito que años atrás le preparaba Emperatriz.
Con el corazón en la mano, Alejandra compró una prueba casera de embarazo y se metió al baño para acabar con la incertidumbre. Era la segunda vez que consultaba el oráculo de plástico y como en aquella primera vez en que la prueba resultó positiva, de nuevo su orina le revelaba una mala noticia: dos rayitas. Positivo. Luego, la reafirmación de la prueba de laboratorio.
Recordó la noche en que Bernabé la esperaba desnudo con su enormidad y descubrió en sus ojos que era portadora de malas noticias. Ahora no era Bernabé con quien compartía la cama y ya habían pasado más de siete años desde ese embarazo adolescente. Las cosas habían cambiado para bien, tenía una relación estable con un hombre de su misma condición social y de su mismo color de piel, sobre el papel no era tan grave un embarazo a sus 24 años recién cumplidos. Sin embargo, lo que menos deseaba Alejandra era ser madre así que, pese al mal recuerdo de su primer aborto, empezó a buscar la manera de desprenderse del problema mientras disimulaba los antojos comiendo fish-and-chips, una insulsa receta inglesa cuyo pescado carecía de las especias tropicales.
No le contó a Nelson. Decidió callar por algunos días mientras conseguía un certificado falso para abortar legalmente, pero sus náuseas frecuentes y un desmayo melodramático en la universidad, terminaron por desvelar su secreto. Nelson no pudo estar más feliz.
La noticia pronto llegó a oídos de Bernabé. Desde Londres, la joven pareja informaba a los interesados que el feto estaba bien, más grande de lo normal pero aún insignificante. En las fotos Alejandra se veía radiante y enamorada aunque, en el fondo de su alma, con cada día de gestación germinaba también la angustia de que su hijo naciera negrito. En caso tal y, aunque el mundo se le fuera encima, el niño tendría que llamarse Bernabé.
FIN
Twitter: @andresburgosb
Oiga Andrés Burgos, que bien!!! Excelente ejercicio literario. Felicitaciones y muchos más éxitos!
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Excelente historia, un escrito que verdaderamente llamo mucho mi atención desde el comienzo. El final!.. para una próxima temporada!
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Felicitaciones excelente historia.
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¡noooooo como me haces eso!
yo quiero saber que pasa con todo y todos, aaaaa voy a morir, como le pones punto final justo ahi, espero pase por tu cabeza escibir una segunda parte porque en serio desde que empece a leerla ame y odie a Bernabé.
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M-A-G-I-S-T-R-A-L.
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Muy buena la historia. Disfruté bastante leyéndola. Gracias!
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Hombre… insisto en el desarrollo de los personajes, bastante verosímiles o humanizados, como quiera. Me gustó mucho el manejo intencional del Eros y el Thanatos, eso sin duda permitió que la historia no muera con el FIN.
Sería conveniente que siga con su ejercicio literario, veo que hay muchos lectores, unos pocos de ellos escribimos, otros deben estar disfrutando en silencio.
Un abrazo literario y le confirmo, lo plagiaré.
p: Oiga no me gustó una conjugación verbal, revise la escena del llanto de Alejandra cuando se entera de la gravidez de su otrora aya. (hacer)
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Felicitaciones por su escrito!! Espero poder tener el gusto de leer mas textos como este!!
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me gustó tu novela, buen final y bien escrita; en especial el final muy sorprendente que nos dejó un buen sabor de boca… Cuando escribirás otra?
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Felicitaciones, me gusto tu novela, los matices de cada personaje, la manera como narraste los fracasos, los triunfos, los perjuicios, lo bajos instintos, la dualidad del ser humano, la carencia de amor, la falsas creencias del matrimonio y como la vida nos devuelve todo y la certeza de las segundas oportunidades para el que se desprende de los falso mitos y deja atrás el que dirán y se enfoca en encontrar la felicidad, por otro lado la falsa creencia de que entre mas kilómetros mas lejos estamos del pasado, un pasado que no enfrento y aun sigue presente sin darnos cuenta que huimos de nosotros mismos.
Felicitaciones…felicitaciones…
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Muchas gracias Andres, fue una muy buena historia y como manejaste su desarrollo, excepcional.
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Fue lo primero que leía cada lunes en la oficina 🙂 una historia muy bien narrada y que supo atrapar a todos los que lo leímos. No deje de escribir por favor. Felicidades!
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Que buena novela, felicitaciones. No disfrutaba tanto de una lectura publicada en «El Tiempo» desde que el Sr. Daniel Samper Pizano dejó de escribir el «Postre de notas». Me gustaría saber que se viene para Andrés Burgos, por favor, no deje de avisarnos.
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Exelente!! gracias, lo disfrute.
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Le confieso que su historia me atrapo desde el primer dia. Felicitaciones muy bien contada. Ademas aborda temas sociales aun muy presentes. Era lo primero que leia los lunes.
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Me encantó la forma de narrar su historia, los ingredientes que los matizó, y en general todo el conjunto de expectativa, felicitaciones.
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Que buen final, me gusto mucho. Felicitaciones. 🙂
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Gran historia! Felicitaciones Andrés por este gran trabajo.
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