Sea de derecha o de izquierda; o de rojo, o de amarillo o de azul siempre se verán los pros y los contras. Habrá críticas con o sin fundamentos porque sí o porque no. En fin, habrá contradicciones. Esa es la ley de la vida: una de cal y otras de arenas. Pero ensañarse contra unas mujeres en un sitio público como el Estadio Metropolitano de Barranquilla es la bajeza más ruin y despreciable que se pueda haber imaginado y manifestado en unos seres que se dicen racionales y demócratas. Asimismo, veo que todo, sin excepción, lo que se proponga desde el gobierno o desde los representantes de quienes llegaron al poder con ideas diferentes a las tradicionales es criticado con el denuedo y la vileza de los que añoran el statu quo como si todo fuera inamovible. Hay que entenderlos, comprenderlos e interpretarlos para que haya una convivencia en la contradicción. Igualmente, puedo decir que hay que aprender a expresar nuestros puntos de vistas sin zaherir al contradictor con acciones violentas y con improperios, sino con argumentos.
También veo bien, sin que haya irrespeto a la persona, que se le exija con fundamentos sustentados al presidente porque no se está de acuerdo con sus propuestas de reformas, o que se esté en contra de él por su pasado o por ser supuestamente prepotente. Eso hasta puede valer. Pero, señores ¿Es de seres racionales y civilizado lo que hicieron con una joven de escasos quince años, les parece loable por mucho que seas enemigo ideológico del presidente? No y mil veces NO. Esto es algo deleznable como asesinar a una mujer por su género. Según mi percepción, parece que todo fue orquestado con antelación para demostrar que no se está de acuerdo con las reformas y que el país está en el desbarrancadero, que ellos son los únicos que pueden gobernar. Tal vez se hubiese aceptado más si la persona del presidente hubiera llegado. No obstante, creo que unas cuantas personas en una tribuna elitizada no son la mayoría del pueblo ni tampoco representan el sentir de quienes apoyaron y apoyan al presidente de los colombianos. Ahora bien, que la prensa moje tinta sacando como noticia de interés la estrategia de corear en los estadios el ¡FUERA PETRO!, de algunos fanáticos subvencionados, según mi percepción, por aquellos que están sin el poder nacional, me parece un golpe sucio. No creo y estoy muy seguro que ese coro no sale del deseo de todos los colombianos, sino de unas focas amaestradas que ven enemigos en lo que huela a reformas. El pueblo cuando se emberraca sale a la calle a protestar, nunca lo hace en los estadios.
Entonces, ahora se ha vuelto una costumbre llorar como plañideras y con rebuznos, alaridos y gritos destemplados, porque se le dio la oportunidad a alguien de un partido político diferente a los tradicionales, con un pensamiento y una visión diferentes para administrar el país. Esa es una cultura de odio y bajeza acrecentado por unos medios que contribuyen a la polarización en uno de los países más violento del planeta. Todo les hiede.
Llorar y criticar todo lo que se presente por intentar restructurar lo que no ha servido para el beneficio de un pueblo sufrido, que no ha tenido la oportunidad de mejorar su educación, su salud, su sistema de pensión y seguir como siempre ha sido durante cincuenta años o más, con engaños y pañitos de agua tibia y seguir en las mismas es lo que desean quienes se dicen defender a Colombia de las garras del socialismo. Pues, esa costumbre de succionar y desangrar el erario por unas cuantas familias de “Bien”, porque las demás son unos “Vagos”, es la única forma de gobernar y mantener el Establecimiento y así seguir mancillando la condición humana y la inteligencia del resto de la población. Quizás esa es la forma deseada de gobernar por quienes se desgañitan en las tribunas de los estadios aupados por algunos medios y políticos tradicionales; pero no por quienes deben trabajar, ganándose un salario de hambre con una salud asesina del ibuprofeno y del venga dentro de tres meses para que lo vea el especialista. No, allí no está el pueblo, están las focas que aplauden servilmente a quienes los subyugan y explotan, ofreciéndoles puestos burocráticos para que sigan manteniendo la podredumbre de un sistema enfermo que merece sanarse para bien de la nación.
Se ha visto tanto en las calles, y en estos días en los estadios, también en el congreso que no hay argumentos, sólo gritos de resentimientos. Lo más extraño es que en este último, donde debería existir la sindéresis y la argumentación como personas mínimamente civilizadas, hay una caterva de pusilánimes enemigos de una mejor sociedad, creyéndose que aún estamos en la edad Media donde la ignorancia era lo normal y que todo era inalterable y se debían cumplir los designios de un Dios omnisciente y omnipotente. Como diría el escritor Héctor Rojas Herazo “el hombre en la actualidad no habla: muge”. Es decir, lo que hacen muchos de los eminentes senadores y representantes en el congreso de la república, mugen y rumian su bilis y odios pues no están en el poder y sienten que la estantería se les viene abajo. Los negociados se les caen; las vueltas no están saliendo como lo esperaban. No hay un presidente para maniatar y manipular, exigiéndole mermelada.
Acorde a todo lo que se percibe, hoy más que nunca creo que no se puede erradicar una enfermedad endémica que pareciera que llevamos arraigada en nuestro ADN con la aplicación de una nueva medicina; los pacientes se han acostumbrado a sucedáneos que solo alivian, pero después regresa el dolor. Es de estúpidos pensar que en menos de unos cuantos meses se vaya a reparar un daño que durante más de doscientos años se sufre en nuestra nación.
Sè que no se puede olvidar que todos tenemos derechos, así lo consagra nuestra Constitución Nacional en su artículo 40: “Todo ciudadano tiene derecho a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político”. Todos. Sin embargo, el odio, el amor a la guerra, el negacionismo de que nada se puede cambiar y las lamentaciones por haber perdido su poder hegemónico, detentado por muchos años sin mirar el búmeran que se les venía, los tiene desequilibrados e irracionales. Están desquiciados y creen que son los únicos que pueden administrar un Estado para seguir succionándolo perennemente.
En estos días pareciera que se estuviera viviendo un bizantino debate donde las plañideras del antiguo poder, defensoras del status quo, aferradas a su nefasto y aciago pasado de sangre y muertes, intentan contestar con truculencia, virulencia y odio lo que no pueden defender con argumentos. Se les olvida que la democracia, sin importar raza, ideología o credo, como la pregonan ellas mismos, es para que cualquier vertiente o partido político después de disputarse limpiamente en las urnas la administración del país, tenga la oportunidad de dirigir los destino del Estado.
Esta situación me recuerda cuando los abuelos y las abuelas explicaban la realidad a través de adagios, dichos y refranes que hacían parte del libro abierto de Colombia con paginas muchas llenas de sangre, otras cargadas de odio al semejante, pero otras llenas de Esperanza y amor por la vida, con un dicho que siempre me llamó la atención: “ A estos como que todo les hiede y nada les huele”, haciendo alusión a la forma de no aceptar las evidencias porque no eran del gusto de quienes estaban en contra de una determinación que consideraban lesiva a sus intereses. Eso es lo que sucede con estas viudas del poder que en el país se cuentan por montones como “ la verdolaga en playa”.
En fin, se dice en la Constitución Política de nuestra nación que todos los ciudadanos pueden aspirar a funciones pública, sin embargo, pareciera que los únicos que están en capacidad de gobernarla son los que hegemónicamente han detentado el poder durante años. No se han cansado de chupar cual parásitos el erario de la nación, y ven en el actual presidente al enemigo destructor de Colombia o al demonio al que hay que exorcizar y desaparecerlo. Estoy seguro que a la oposición le falta altura para contradecir y contrarrestar las propuestas del gobierno. Sin que lo tomen a mal, deberían estar preparándose mejor para demostrar que merecen volver al poder y gobernar a una nación de nuevas generaciones. Generaciones que no tragarán entero y que se preparan para dejar a un lado el analfabetismo funcional y la estupidez de seguir creyendo en quienes se creen con el poder de vociferar de que son sus defensores. No se les debe olvidar que estas generaciones salieron de la minoría de edad y aprendieron a discernir entre lo que sirve y lo que les perjudica. Es hora de civilizarnos y dejar que todos tengan la oportunidad de dirigir al país, que no sean siempre las mismas castas que tanto daño le han hecho a esta tierra.
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