Crónicas escritas por presos. Taller del Parque Biblioteca Débora Arango (Envigado-Antioquia).
Durante la primera clase, en la presentación del taller de narrativa en la cárcel, uno de los alumnos alzó la mano. Preguntó si íbamos a escribir ficción o realidad.
—Historias reales —contesté.
Y alguien contestó al fondo:
—¡Oyó, hermano! Para que escriba todas las violaciones que ha cometido.
Todos soltaron la carcajada. Y yo también. Claro, más por los nervios, pensando en dónde diablos estaba metido. Luego supe que había sido una broma para medirme. Días antes, un amigo me preguntó muy preocupado qué iba a leer en ese taller.
—Crónica roja —contesté—, que los enganche y aprendan algunos trucos narrativos.
Durante esa primera clase, desde su silla, otro de los discípulos me miraba con violencia. El hombre no me creía ni una sola palabra. Por más que me esforzara, no lo convencía. Era uno de los míos, pero él no lo sabía. Hablé y gasté bromas hasta que le saqué una sonrisa. Supo que yo era uno de los suyos.
Al finalizar esa primera sesión les propuse escribir sobre un episodio de su vida. A la siguiente clase revisamos las tareas. El primero leyó la escena donde apuñaló a su mujer y al amante, cuando los encontró encamados. Y terminó con la voz temblorosa: «Por eso estoy en la cárcel y si volviera al pasado, lo volvería a hacer». Nadie dijo nada. Ni yo. El mismo preso gritón dijo:
—¡Van a traumatizar al profe!
Y otro remató:
—Sí, porque mientras menos sepa, más vive.
Entonces me regué en cantaleta. Dije que en el taller nos interesaban las historias conmovedoras, entretenidas y reales.
—Acá no nos importa si la vaina estuvo mal o bien hecha.
Expliqué lo que Wilde ya dijo: al arte no le interesa la moral. Esa historia nos había dejado en vilo, así que funcionaba. Además, dije, así es la mecánica del taller. Yo esperaba que me contaran sus historias, las más terribles, pero también las más graciosas o las más tiernas.
El taller se realizó gracias al Parque Biblioteca Débora Arango (Envigado-Antioquia).
Así que, dejando por fuera muchas historias y autores –son veintiocho mis aprendices–, la siguiente es una muestra de lo que se escribió:
El robo perfecto que se cayó por el color
Por Darwin
Un día salí con mis amigos a robar y escogimos un supermercado en el sur del Valle de Aburrá. Llegamos y adentro estaban la dueña y el dueño. Lo habíamos planeado con tal perfección que hasta el tiempo nos favoreció y se largó un aguacero el hijueputa. Lo mejor para robar. Nos posicionamos. Mi compañero Marito cogió a la vieja. Cachi al viejo. Yo el fierro. Coronamos 180 mil. Llegamos al carro y gol. Nos fuimos y a las diez cuadras nos capturaron. El carro en el que íbamos era verde fosforescente, único en su especie. Y acá estamos. Chimba el color para robar tenía el carrito.
Tombos torcidos
Por Johann
Después de un día largo de trabajo, llego a mi casa a guardar el taxi y a descansar. Había un carro vecino que me impedía parquear. Agotado, le timbro a mi esposa para que vaya y hable con el vecino. Pasan veinte minutos y no baja nadie para correr ese carro. Ya empezaba a estresarme, el cansancio me dominaba. Mando a mi hijo para que acose. Después de esperar más de cuarenta minutos por fin aparece el vecino, pero con tono alto y grosero me pregunta qué quiero. Le pido el favor me mueva el carro. El vecino me insulta. No aguanto más la ira y subo a mi apartamento por el fierro. Cuando vuelvo, de una patada le quiebro la farola a su carro y disparo, pues el vecino quería agredirme. Después del tiro, todo parece calmarse. Subo al apartamento en medio de la adrenalina. Quince minutos después llega la policía a buscarme. Hablo con ellos y transamos: les doy el fierro y doscientos mil. Borrón y cuenta nueva. Pero la transacción no salió como esperaba. Me recibieron el fierro, el dinero, me pusieron las esposas y me detuvieron. Estoy acá por porte ilegal de armas e intento de homicidio. Como les digo: mejor la seguridad que la policía.
Los admiro
Por Alexander
Llegadas las 8:00 a.m. del 7 de agosto de 2013 fuimos a nuestro trabajo y nuestras obligaciones. El viejo nos dio la tarea del día: un carro NPR, o una NQR, modeluda y bien tratada. En el primer barrido por la ciudad no vimos nada. Después del almuerzo vimos el carro que necesitábamos. Inmediatamente salimos con el propósito de hurtarlo. Lo seguimos. Más adelante, el carro objetivo se parquea para descargar y nosotros esperamos, cada uno sentado en una acera, como quien espera un bus. Mirábamos al conductor y al ayudante. Cuando terminan de descargar, tres de nosotros vamos, cada uno con una misión. Nosotros tenemos técnica. Cuando el chofer se va a subir, ‘El Cabezón’ lo intercepta y le pregunta para dónde va. Mientras El Cabezón controla al conductor, ‘La Perra’ va por el otro lado y le dice al ayudante que no se suba, que nosotros somos los que mandamos por acá y que necesitamos el carro para hacer una vuelta. Se le comparte la misma información al chofer y se le dice que ponga el carro en dirección de bajada. Hay intimidación con palabras: «Cuidado pues, si no copian, ustedes ya saben, tranquilos que la vuelta no es con ustedes». Les decimos que el carro se los vamos a devolver en dos o tres horas. Les preguntamos si ya almorzaron. Ellos dicen que no. Mientras otro se va con el carro robado, nosotros dos vamos en un colectivo con las víctimas para El Metro, a un restaurante. Nos encontramos con unos policías en una esquina y el ayudante comienza a gritar «policía, policía». Nos capturan y nos piden las armas. Le digo al agente que nosotros nunca trabajamos con armas. El agente se ríe y nos dice: «Uff, los admiro».
Robando con sedantes
Por Jorge
El 24 de febrero de 2013 salí de mi casa a las 8:00 a.m. Mis compañeros y yo íbamos de robo. Necesitábamos un camión NPR. Compramos el sedante para dormir al chofer. Luego nos fuimos para la zona de camioneros y escogimos el carro y la víctima. Lo contratamos para hacer un trasteo Guarne-Medellín. Yo era el encargado de darle la toma. Salimos rumbo a Guarne por la autopista. Mis compañeros iban atrás en un carro particular para recibirme el chofer cuando estuviera dormido. Pasamos el peaje y lo invité a tomar jugo de mango. Paramos y compré los jugos. Puse el sedante: quince pastillas para dormirlo dos días seguidos. Llegué con los jugos y cuando se lo iba a entregar pasó una motorizada de la policía. Me llené de nervios. Todo me temblaba. La víctima me recibió y se tomó su jugo y me tomé el mío. Desperté muy campante a los dos días en mi casa. Confundí los jugos viendo a la policía y me tomé el que no era… A veces se gana, otras se pierde.
Otra víctima de la justicia de este país
Por Gabriel
¿Por qué estoy acá? Resulta que el 12 de enero de 2012 le solté a un man una mercancía: veinte computadores, cincuenta mouse y cincuenta teclados. Soy comerciante. De ahí en adelante ese malparido se desapareció y no me pagó. El año pasado, en agosto, un amigo que trabaja en PC Azteca, me llama y me dice que ese man está trabajando allá. Estaba preparando su próxima estafa. Pude hablar con el ladrón y me dijo que me iba a pagar, que le diera hasta el 25 de noviembre. Ese día nos encontrábamos en Mayorca a las dos de la tarde. Me iba a pagar cinco millones y le quedaban faltando otros diez. Me encontré fue con su hermana y le dije que ese man me tenía que terminar de pagar, que me tenía muy perjudicado. Me paré para irme cuando otro man me dijo «quieto» y yo creí que me estaban fleteando. Para mi sorpresa, me estaban arrestando por extorsión. Yo les dije que tenía la letra y la factura de esta plata. Me dijo «en la estación muestra todo». Eso fue en noviembre y ya estamos en abril y acá sigo encerrado. Con la ayuda de Dios salgo en junio, en la próxima audiencia, ya que los demandantes se desaparecieron.
Robando a la mujer de mi amigo
Anónimo
El 22 de noviembre de 2013 me levanté con ganas de hacer un hurto que estaba pensando hace días. Llamé al socio y quedamos de encontrarnos en el Centro. Salí a la 65, cogí un bus y me bajé cerca del Parque Berrío. Me acordé que por ahí cerca trabajaba una veterana con la que salía, antes del otro canazo. Pasé a saludarla y se puso lo más de contenta. En esas llegó el socio y me recogió. Me dijo que estaba muy mal de plata. Repasamos el plan: la novia trabajaba en un GANA y salía con la plata del producido. Salía por los lados de San Juan. Eso fue un viernes, el día que juega la Lotería de Medellín. Ella salía con un vigilante, un montañero de rula en la cintura. Recorrí la zona y todo era muy fácil. El socio me preguntó si tenía fierro, y yo por el afán le dije que sí. El «inicio» (personaje que comienza el robo) me explicó que si quería cogía a su novia caminando, o en el bus, que a esa hora es más bien solo. Bueno, me paré en la tienda que había al frente y mientras esperaba hablaba con la mamá de mi hija. En esas salió la pelada con el vigilante y fueron hasta el bus. Yo tenía «arrastre» (personaje que espera para recoger al ladrón y emprender la fuga), pero él iba adelante, y yo caminando detrás de la pelada. En la calle, antes de cruzar, me paré al lado de los dos. Miré al vigilante con ese machete y me cagué porque yo con un cuchillo iba a perder la pelea. Bueno, ella se montó al bus y yo también. Pensé en cogerla. En el bus iban mantecas y albañiles. Llamé al «inicio» y le pregunté dónde se bajaba la «prima», o sea su novia. Me explicó y me dijo que no la podía dejar entrar en la casa. Cuando ella se bajó del bus, yo también lo hice y de una me tiré a abrazarla, pero ella más ágil se agachó. La cogí por el cuello de la camisa. Le dije «quieta piroba o la mato». Ella me mamó gallo y a mí me dio una rabia que saqué el cuchillo y ella me entregó el bolso. Salí corriendo donde el «arrastre». Yo iba muy asustado. Tenía solo doce días en la calle, luego de pagar treinta meses de un canazo. Nos fuimos al Parque Lineal de Robledo y llamamos al «inicio». El hombre nos contó que estaba con la hembra poniendo el denuncio. Ella le contó todo y dijo que había visto al man al frente del GANA antes del rollo.
Mi descache
Por Coli
A las 6:30 de la mañana, del martes 4 de febrero del 2014, me dirijo a llevar a mi esposa a su trabajo. Luego llamo al socio, nos montamos en el carro y el hombre me dice que hay un pedido: una «carevaca» por la que nos dan cuatro millones. De una, le dije, vamos para Sabaneta. Entrando al pueblo vimos una carevaca blanca parqueada en la calle 76 sur con la 43, toda empantanada de barro naranjado. Le digo al socio: «cuando Dios no viene, manda al muchachito, ese carro no es de acá, de ese barro no hay en Medellín, déjeme acá y me las canta si ve algo raro». Salgo caminando y antes de abrir la carevaca me encomiendo a la virgen. Abro la puerta del carro. Cuando me estoy montando pasa una moto de los tombos. Sin embargo, me monto. Qué iban a saber ellos que yo no era el dueño. Prendo el carro y lo saco hacía adelante. Para mi mal, los polochos estaban en la esquina. Miro y veo a un man brincando y gritando que le estaban robando su carro. Yo sigo adelante. Miro por el espejo y veo al polocho muy cerca. Parqueo, me tiro del carro, salgo a correr y el polocho me pela la pistola y me dice «quieto, no se mueva». Yo tenía un bolsito TOTO, me dice «las manos quietas», yo le digo «suave, que no estoy armado». Me pone las esposas y me requisa. Llega el dueño más pálido que yo y no me encuentran nada. «¿Con qué prendió el carro?», preguntan. «Con las llaves de mi carro». Pero ellos encuentran las cuatro plumas con las que abrí y lo encendí. Me llevan al comando de la policía, le toman el denuncio al man y luego llaman a mi casa. Para ajustar contesta mi suegra. Ahora mi esposa está como una mapaná, ella no sabía que yo robaba carros. Supuestamente yo trabajaba en un almacén de repuestos en La Balladera. Dios me ayude a salir de esto pronto, porque no la quiero perder. Muchas gracias por escuchar mi descache.
Qué canazo
Por Anderson
Me encontraba un día meditando en el balcón de mi casa, después de haber pagado un canazo largo del que salí muy prevenido. No sabía si seguir delinquiendo o relajarme y trabajar como la mayoría. Me dio por ir donde los amigos de la vieja guardia. Con ellos no hablaba desde hacía mucho tiempo y fui bien recibido. Uno de ellos me propuso que trabajara vigilando una obra de construcción, para que fuera despegando. Empecé a trabajar y a conspirar. La buena suerte estaba otra vez de mi lado. Me estaba yendo muy bien, tanto que conocí al amor de mi vida: la hija del patrón. Nos enamoramos como locos. Empezamos una relación estable hasta que me cansé de la rutina y el pasado volvió a cobrar vida. Bajo cuerda me pegaba unas fiestas maquias, o sea muy chimbas. Mantenía mucho dinero. Mi mujer estaba muy aburrida porque cambié de actitud. Un día iba por el Centro y unos tombos pararon una valija que iba delante de mí. Lo requisaron y le pidieron cédula. Me cogió el reflejo, pero no conté con tanta suerte como la valija. Me salió una orden de captura y me llevaron para Bellavista. Mi mujer se dio cuenta de la clase de persona con la que estaba. Quedó muy defraudada al saber todos mis antecedentes. Pero empezó a marchar, o sea: a ir cada ocho días a la cárcel. Ella nunca había entrado a una cárcel, pero lo hacía por el amor que me tenía. Nos apegamos muchísimo. Cuando salí, ella quedó en embarazo, pero yo volví a fallarle. Me volví a caer faltándole tres meses para tener nuestro bebé. Es lo más duro que me ha pasado después de la muerte de mi hermano y mi padre. El remordimiento era muy grande. Se me volvió en un triple canazo. Ella no quiso estar más a mi lado y la entiendo. Había salido otra vez de Bellavista. Tuve la oportunidad de estar con mi bebé y mi familia. Estaba recuperando mi hogar. Pero duré muy poco en libertad: veinte días. Qué caída de carriel. Quedé frío. Estoy solo. Estoy mal por haber desaprovechado la oportunidad de estar con mi familia.
¿Por qué estamos acá?
Por Jhon Pierre
Estamos acá porque no hay otro refugio donde escondernos.