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Latinoamérica ha sido víctima constante de políticos que usan el populismo, es decir, prometer soluciones a todos los problemas de todos los habitantes, sin especificar de qué manera se haría, como se pagaría y que permitirá que esas soluciones sean sostenibles y duraderas. Ese populismo es obviamente dirigido a las clases más pobres y con más necesidades, y, lamentablemente, menos educación.  Los pueblos latinoamericanos han sufrido de corrientes populistas que han prometido la solución de todos los problemas sociales, políticos, económicos, pero que poco o nada han logrado.

Pero parece que esto está cambiando. Los pueblos de Latinoamérica están abriendo los ojos. Cristina de Kirchner no ha logrado convencer nuevamente a los argentinos de elegirla, a pesar de sus mesiánicas promesas. Ellos recuerdan muy bien lo que sus políticas populistas le hicieron a su país durante su mandato. El nuevo presidente de Ecuador se aleja cada vez mas de las políticas populistas de su antecesor, y se acerca más a un estilo de gobierno social demócrata. Candidatos presidenciales colombianos que prometen el cielo no levantan en las encuestas y opciones fuera de los partidos tradicionales y de tendencia centrista y social demócrata parece prevalecer. Ni hablar del total descrédito de los gobiernos populistas de Venezuela, Nicaragua o Bolivia.

Sin embargo, aún hay países donde la situación política, de seguridad, de corrupción, o todas las anteriores, sirven de caldos de cultivo para que un candidato populista se lleve el poder. El riesgo existe en México, Brasil y hasta en Colombia, Los latinoamericanos debemos mirar estas opciones con recelo. Si bien es cierto que la corrupción y la desigualdad que los partidos y políticos tradicionales no han hecho otra cosa que fomentar en la región, llevan a los electores a mirar opciones extremistas, producto del desespero que generan partidos y políticos corruptos, la alternativa puede llegar a ser más dolorosa y destructiva. En nuestra mente siempre debe existir la necesidad de entender y analizar las propuestas de aquellos que prometen el país y la sociedad perfectas, y exigirles explicar, como, cuando, de donde saldrán los recursos y sobretodo que clase de soluciones proponen, soluciones que fortalezcan la economía, derroten la corrupción y permitan reducir la desigualdad y la injusticia social. Hay opciones validas e ideas que pueden transformar nuestras sociedades, pero deben ser realistas, cimentadas en la libertad de mercados, la democracia y las instituciones. Aquellos que prometen el paraíso desbaratando el orden jurídico, institucional y social de una nación, generalmente solo están diciendo lo que la gente quiere oír, pero la verdad, de esa están diciendo muy poco.

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