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Hace 7 años un once de septiembre el mundo despertó ante el hecho terrorista más salvaje que haya presenciado la raza humana. El sacrificio de inocentes, para matar miles de inocentes, sacudió las bases de nuestro tejido social y de las relaciones humanas a muchos niveles, y abrió los ojos a lo que el fundamentalismo es capaz de lograr, a lo que el ser humano indoctrinado, controlado y obsesivamente lleno de odio es capaz de llegar.

Algunos lo llaman la guerra de las civilizaciones, otros la venganza del mundo islámico contra el oeste por años de opresión y explotación, otros el resultado de las grandes diferencias socioeconómicas entre las clases adineradas del mundo y los más pobres, otros el juego político más destructivo de la historia con el objeto de controlar el recurso energético más valioso de hoy, y ni hablar de las teorías de conspiraciones que rodean este hecho

El 11 de septiembre representó dos cosas de las que hoy estamos viviendo las consecuencias. Geopolíticamente cambió definitivamente las relaciones del mundo islámico con el oeste. Antes estaban basadas en el petróleo, ahora, además de ello, están basadas en el terrorismo. EL mundo occidental se siente en peligro, esperando un nuevo ataque terrorista en cualquier momento, y el mundo islámico se siente en peligro, esperando una nueva invasión del oeste para eliminar los focos de terrorismo. Por ahora el Petróleo ha sido un elemento de control en las relaciones y reacciones entre ambos bloques. Occidente necesita comprarlo y el mundo islámico venderlo. Sin embargo, el mundo está a la espera de un nuevo ataque y sus implicaciones en la economía mundial, al igual que en la estabilidad de las relaciones oriente-occidente.

El cambio más profundo es sicológico y de relaciones sociales. Los seres humanos ahora desconfiamos de los otros seres humanos. La amenaza terrorista destruye la confianza de un pueblo, de una nación, y genera reacciones que coartan la libertad y lesionan la democracia. Sentimientos xenofóbicos han surgido con aquellos considerados una amenaza. Basta ver el rechazo de la unión Europea a una Turquía, musulmana, convertida en un futuro miembro del club, o el excesivo control en aeropuertos del mundo a cualquier persona que parezca, o peor aún, sea de origen musulmán. Y en el mundo musulmán los occidentales se han convertido en las victimas de secuestro, en el mejor de los casos, perpetrados por grupos fundamentalistas. El mundo está encontrando cada vez más difícil convivir. China reprime sus minorías musulmanas, al igual que India, Rusia, Nigeria, costa del marfil, Etiopia y Filipinas, entre otros.

El terrorismo ha acompañado la historia humana, pero nunca como ahora se había visto su lado más oscuro, su total desprecio incluso por la vida del terrorista, y su total intención de destruir. Debido a esto, ambos lados de este conflicto han cerrado toda posibilidad de negociación y se han centrado en vencer, en eliminar o ser eliminado. Los seres humanos parece que hubiéramos escogido el camino de destrucción mutua que tanto temimos durante la guerra fría. Ahora, de manera lenta pero casi segura, estamos llegando al punto de no retorno en la intolerancia y la barbarie.

Sin embargo, hay un camino, y es el camino que las mismas sociedades occidentales hoy empeñadas en derrotar el terrorismo a través de la guerra le mostraron al mundo cuando crearon algo llamado “Democracia”. Aunque muchos analistas sostengan que el mundo islámico no está listo para ello, la promoción de los valores democráticos es una salida clara que le da voz a todos aquellos que no la tiene hoy en los regímenes de oriente medio. Iraq, considerado hasta hace poco tiempo un fracaso, se está convirtiendo en un verdadero ejemplo de cómo una nación islámica antes unida por el terror a un líder, es capaz de recorrer el camino de la reconciliación y convivencia a través de la democracia, simplemente por entender que el derecho a decidir, a tener influencia en las decisiones y a determinar el rumbo de un país le debe pertenecer a todos. Si bien la instauración de la democracia en Iraq de manera militar deja mucho que desear, y eso es tema de otro artículo, el logro de ver una nación pasar del terror al caos, del caos de una invasión a la guerra interna y de la guerra interna a los primeros signos de integridad nacional, convivencia y, ojala en un futuro, paz, solo fue posible gracias a la instauración de la democracia. El proceso Iraquí con todas sus dificultades y logros, es un ejemplo de lo que puede pasar en otras naciones cuando esa puerta se abra.

El mundo entero, de igual manera, tiene que estar listo para generar un dialogo con los actores directos del terrorismo, y con ello no me refiero al príncipe de arabia saudita, o el presidente de Pakistán, o el presidente Iraní. Me refiero a los grupos que solo ven como opción para su lucha el terrorismo. Estos grupos deben ser condenados por sus acciones, manteniendo mano fuerte en la lucha contra su accionar e influencia, pero abriendo también la posibilidad de negociar. La conocida estrategia de debilitar para luego negociar puede funcionar, como lo ha hecho en Iraq el mismo Gobierno Americano  con los resultados que hoy vemos. Si bien es cierto que no puede haber tolerancia con grupos dedicados a destruir, también es importante mantener una puerta abierta para que pueda haber un fin al conflicto. Es obvio que los grupos terroristas están dispuestos a morir, hasta su último miembro, por una causa que nadie conoce, pero en su camino al final de su existencia son miles de seres inocentes los que morirán, en una guerra que no se gana, se pierde, sin importar como termine. Esa es quizás la lección más grande de aquel once de septiembre hoy, 7 años después.

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