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El 2019 abre con el giro a la derecha de las democracias en Brasil, Colombia y Chile. De manera similar a lo que ocurre en Estados Unidos y algunas naciones europeas, los pueblos de estos países le apuestan ahora a una propuesta que parece menos tolerante a la diversidad, más orientada al capitalismo y el desarrollo económico, y que apela a sentimientos nacionalistas, normalmente justificados por la existencia, real o ficticia, de un enemigo de la nación.

La Derecha latinoamericana criticó el modelo socialista o de izquierda que se instaló en varias naciones de la región. Lo atacó por su despilfarro, la falta de seguridad y autoridad, y las políticas orientadas a reducir la desigualdad a través de impuestos y ayudas estatales, no a través del crecimiento económico. Ahora tienen la oportunidad de demostrar que sus propuestas son realmente mejores. Si bien es cierto que los gobiernos de Lula y Rousseff en Brasil, o el de Bachelet en Chile se orientaron más a la inversión social con crecimiento económico, los niveles de corrupción, inseguridad y de intervencionismo del estado opacaron muchos de esos logros y dejaron economías vulnerables. Las derechas latinoamericanas usaron estos elementos para debilitar el apoyo popular que existía por los líderes de izquierda en la región

Los ejemplos de Venezuela y Nicaragua han sido usados ampliamente por las organizaciones de derecha como ejemplo de lo que puede ocurrir en sus países si la izquierda continua en el poder o lo obtiene. Su modelo de fuerza y autoridad, de liberalización de la economía y reducción de subsidios y ayudas estatales, se ha enmascarado en este mensaje de “salvar la patria” y de “no convertirse en la nueva Venezuela de la región”. Ahora que han obtenido el poder, los pueblos de estos países esperan con mucha atención los resultados que este giro prometió darles: Seguridad, reducción de la corrupción, mejor situación económica, protección de sus derechos, libertad de prensa y desarrollo, entre otras cosas. De no ocurrir, la derecha habrá logrado lo que precisamente lucharon por evitar: una nueva era de gobiernos de izquierda en la región.

Los ejemplos de Venezuela y Nicaragua han sido usados ampliamente por las organizaciones de derecha como ejemplo de lo que puede ocurrir en sus países si la izquierda continua en el poder o lo obtiene.

Los pueblos de Latinoamérica parecen no encontrar el modelo de gobierno que los saque de su atraso, corrupción, inestabilidad social e institucional y de su inseguridad. Ante las constantes decepciones de uno y otro lado, parecemos darle una nueva oportunidad a esa derecha que hoy en el mundo parece cambiar los valores y el sentido de las democracias más estables. Esa derecha en Latinoamérica, como en Estados Unidos o en Europa, tiene entonces dos caminos para establecerse como una opción duradera de poder: El primero es lograr mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos de una manera determinante, tal que haga ver las propuestas de izquierda como obsoletas e innecesarias. Lograr reducir la desigualdad, la inseguridad, la corrupción, la intolerancia y la destrucción ambiental que hoy sufrimos, a través de su ideología es algo que no es una tarea fácil o quizás posible, dada la radicalización de las propuestas de poder de la Derecha.

La segunda opción es acabar con la democracia y establecerse como una dictaduras, reales o enmascaradas en procesos democráticos manipulados, en las que su permanencia en el poder se logre a través del autoritarianismo, el miedo y la represión. Latinoamérica y el mundo vivieron ambas alternativas con dolorosos resultados. Sería lamentable que la derecha en Latinoamérica no use esta oportunidad para transformarse y convertirse en una opción democrática y clara de poder, y que decida escoger esa opción antidemocrática y autoritaria para mantenerlo. Los regímenes de izquierda en Nicaragua y Venezuela se decidieron por ese camino que representó el fin de sus democracias, y ya conocemos los nefastos resultados para sus pueblos.

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