El verdadero riesgo para nuestras democracias
El mundo observó atónito las imágenes del capitolio en Washington, sede del poder legislativo de los Estados Unidos, símbolo de la democracia más estable y consolidada del planeta. La incitación a la rebelión por parte de un presidente ha ocurrido en muchas naciones con democracias débiles, pero era inimaginable en el país que promueve y defiende la democracia con más vehemencia y fortaleza en el mundo. Esa semana vimos el clímax de un esfuerzo de más de cuatro años, constante y calculado por el actual presidente, que logró que el sistema democrático estadounidense haya sido debilitado y puesto en verdadero riesgo.
Sistemas democráticos débiles se arriesgan a su desaparición y a la instauración del autoritarismo cuando ocurren acciones como restricciones a la libertad de prensa, la debilitación de los derechos civiles y del sistema de justicia, corrupción, o la falta de garantías para elecciones libres y transparentes. Las instituciones que soportan el sistema, que son los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, son quienes defienden la democracia frente a esos ataques. Cuando su legitimidad está en juego, el sistema tambalea. Si esas instituciones son fuertes, legítimas y representativas, son capaces de enfrentar estas amenazas y defender el sistema democrático.
Y así ocurrió en Estados Unidos. El poder ejecutivo quiso usar su apabullante poder político y electoral para usurpar la democracia, pero los poderes legislativo y judicial, aun teniendo entre ellos conspiradores comprometidos con la causa del ejecutivo, fueron capaces de rechazar el ataque y apegarse a la ley, defendiendo la democracia.
Sin embargo, lo que ocurre en Estados Unidos nos abre los ojos al verdadero riesgo que enfrentan las democracias, que podría destruirlas sin importar cuan fuertes y establecidas sean. Se necesita solo una persona, con intereses puramente personales, consumida en el deseo de poder, con inmensa capacidad de comunicar su mensaje y una demagogia y populismo sin límites. Hace apenas unas décadas una revolución contra el estado democrático necesitaba el ejército, tomarse los medios tradicionales de comunicación o miles de simpatizantes buscando apoyo masivo a su causa. Hoy todo lo que necesita un futuro dictador es un teléfono y una cuenta en cada una de las redes sociales. Con ello es capaz de movilizar millones de personas en segundos, distribuir información falsa, promover causas que parecen justas pero que, en realidad, no le interesan. Con ello, puede poner a tambalear hasta la democracia más estable y fuerte del mundo.
Quizás este es un riesgo inherente del sistema democrático. Líderes con la intención de subyugar la democracia a sus propios intereses pueden usarla para llegar al poder y así poner en marcha sus planes. El pueblo elige basado en información que ya no se puede comprobar y con campañas llenas de mentiras y ataques. Apelar al populismo, al nacionalismo y al ataque de la clase política que no protege los intereses de sus pueblos, son herramientas constantemente usadas. Además, atacan las instituciones y deslegitiman procesos electorales, incluso antes de que ocurran, indicando que el único resultado legítimo es su victoria. Ahora, para que todo esto funcione, estos personajes necesitan apoyo de los círculos de poder político, económico y social. Necesitan corrupción. Y si no la encuentran, usan su capacidad de convocatoria popular para amedrentar a los políticos de turno con el elemento al que más le temen, los votos. Muchos venden su alma por evitar la furia del líder y sus seguidores.
Uno de los pilares de la democracia como sistema de gobierno es que es abierto, libre y participativo, pero como en todo sistema, también debe ser vigilante para poder identificar y controlar a aquellos que pretenden usarlo para su beneficio propio y con el objeto de destruirlo. Las democracias del mundo ya están avisadas. Su debilitación y destrucción no vienen ya solo de ejércitos, revoluciones comunistas o populares. Lo único que se necesita es una persona, con las intenciones y la capacidad de destruir el sistema desde adentro, un teléfono y una cuenta en una red social. ¡Nada más!
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