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Bogotá, 05 de febrero del 2019

En el centro del país llueve, el pavimento ahora es blanco, porque está cubierto del granizo, que pronto se irá por los desagües.

A las 04:36 pm, algunos ya han peleado con sus jefes; otros siguen sin contestarle el celular a su pareja y ya van por el segundo Martini; muchos abren el paraguas y putean a su Dios, por desampararlos y no dar tregua al menos a abrir la puerta de su casa; otros tantos hacen caso omiso y celebran un ascenso; cualquiera de nosotros sueña con casarse mientras ve una película presuntuosa; cualquiera de nosotros no escatima en el divorcio.

Sobre esta hora, el día hace un sacrificio enorme, se sirve como ofrenda ante la noche y comienza su declive.

A mí me ha costado hacerle duelo al sol que se desliza entre los cables, “transformándose en alumbrado público”, o al menos esto que escribo entre comillas, ha sido el juramento del progreso.

Como no les creo mucho, me he propuesto salir esta noche en búsqueda del astro retenido, llevo conmigo un plano sectorizado de la ciudad, que me regalaron la primera vez que vine como turista. A mi madre no le hace gracia la idea, dice que no es sano estar afuera, sola, teniendo la edad que tengo (en ninguna edad estamos a salvo), le digo que todo irá bien, “es el 2019”, ratifico con la seguridad de alguien que está a punto de embarrarla.

Camino cuesta abajo y desde mi salida ya hay varios postes imponentes, cilindros altísimos de concreto por donde pasa el cableado eléctrico, un enredijo que me hace el llamado a seguirlo en su ruta, aunque parezca dictada por el azar. Cuando avanzo en el recorrido, la iluminación o se hace más opaca, o los faroles titilan o, en definitiva, la luz desaparece, como si en un capricho, no quisiera guiarme más.

Sin embargo, aplaco en un santiamén mis miedos, estos se aglomeran en las medias y ahora las llevo rotas, las ha trozado un alambre. Decido continuar.

Llevo poco menos de tres horas y la luz se estabiliza, porque ahora transito por una zona comercial. Kilómetros más adelante veo las instalaciones que al parecer estoy buscando, qué irónico que se asemejen a un recinto carcelario, estoy cerca de la novena con 73 y ya deben ser las 04:00 am. Todavía no sale el sol.

Me acurruco en la puerta principal, bajo el letrero Grupo Energía, luego de que el celador me convenciera de que no había nadie en la planta administrativa, que era mejor no insistir y que iniciaban labores cerca de las 08:00 am.

Me quedé dormida.

Al abrir los ojos, el astro ya había vuelto y no tenía cómo comprobar su rapto, pero aún tenía cuestiones por aclarar.

Estaba dicho, me quedaría también esa noche.

Bogotá, 06 de febrero

 

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    Ahora sí, quiero compartirles algunas conclusiones a las que llegué. Pueden sentirse identificados como yo, o en su defecto, usar estos puntos como brújula para esos días de ánimo flojito.

    1. Abraza muy fuerte (sin importar la distancia).

    Este año todos perdimos. Escuchamos de personas que se quedaron sin trabajo, otros que invirtieron dinero en nuevos negocios y luego tuvieron que cerrar, pero más allá de lo económico, también vivimos rupturas y sentimos muy de cerca el dolor de aquellos que tuvieron que despedir de este plano a familiares y amigos tan súbitamente. Fue así como aprendimos a abrazar distinto, desde la distancia.

    Dicho esto, recordemos no escatimar nunca en compañía, así esta se traduzca ahora en mensajes y llamadas, de verdad no tenemos idea del refugio que somos para quienes amamos por el simple hecho de estar. Las cargas son más livianas cuando son compartidas.

    2. Vuelve a la capacidad de asombro, como cuando eras niño. 

    Estábamos tan cegados por nuestras rutinas que este año fue una bofetada. Todo es impermanente, pero lo habíamos olvidado, con el tiempo nos despojamos de nuestra capacidad de asombro, en eso los niños son maestros. Saludar con un abrazo es una bendición, comer en nuestro restaurante favorito, caminar por las calles que más nos gustan, sentir el aire despeinándonos y respirar con tranquilidad (sin un tapabocas), ver el contraste de árboles y cielo, los letreros de bienvenida en los pueblos cuando vamos de viaje y el número de kilómetros que restan para ver a nuestras familias, los conciertos bajo sol o lluvia, ir por una cerveza con amigos, ver un estreno en cine, caminar horas para llegar a la cima de una montaña, bailar pegaditos e, incluso, tomarnos el tiempo de escoger qué ponernos para salir. Recordemos que la vida misma ya es una hazaña y está pasando ahora mismo.

    3. Apaga el modo automático y despierta el alma. 

    Vale la pena parar un segundo y preguntarse si esta es la vida que hemos querido o si solo estamos actuando las expectativas de los demás. No vamos tarde para cumplirle a nuestros sueños o para hacer más de lo que amamos, soy una fiel creyente de que a veces solo estamos un poquito distraídos.

    4. Conoce muy bien cuáles son tus salvavidas y mantenlos cerca. 

    Qué hubiese sido de mí si no me hubiese refugiado en hablar con mi mamá todos los días, agradecer por dormir con quien amo, ver a mis amigos en videollamadas, saltar lazo, meditar, encontrarle el gustico a cocinar y de lo más bonito: haber escuchado a una de mis amigas y crear mi Instagram de frases, post-its que voy pegando en mi estudio y que ahora son públicos, aspirinas para el guayabo emocional. Porque yo no voy a mentirles con eso de que todos los días me siento invencible, pero si de algo me han servido los malos ratos ha sido para conocer muy bien aquello que me salva.

    5. Cultiva siempre lo esencial para que cuando alcances tus metas materiales no te quedes sin propósito.

    Está bien querer ese celular, carro, casa, etc, pero está mejor cultivar en paralelo la esencia como el amor, el autoconocimiento, el equilibrio, buscar un estado de paz constante, el perdón, la empatía, el agradecimiento y la resiliencia. Que nuestro crecimiento trascienda, así, cuando alcancemos lo material, no vamos a quedarnos vacíos.

    6. Cuida lo que consumes.

    Al hablar de consumir lo primero que pensamos es en “comer” y comer, definitivamente, no es lo único que debemos cuidar. También somos resultado de lo que vemos, leemos, escuchamos y experimentamos, y definitivamente estamos expuestos a demasiada información, buena o mala, ya depende de nuestro criterio, así que no olvidemos filtrar muy bien lo que nos traerá bienestar.

    7. Sé la persona con quien disfrutas estar. 

    Pareciera obvio que uno debería caerse bien por el solo hecho de ser uno, pero no siempre es así. No en vano nos damos tanto palo y somos muchas veces nuestros peores jueces, reprobando cómo nos vemos, lo que decimos a veces y las decisiones que tomamos. O buscamos siempre la compañía de otros, de esa forma también nos evitamos. Pues bien, tuvimos un año para estar a solas, muchísimo tiempo que dio cabida a todo tipo de reflexiones y, entre tanto, ¿ahora disfrutamos más estar con nosotros mismos?

    Recuerdo una meditación que decía “siempre puedes volver a ti. Tú eres el refugio más seguro” y, más que seguro, también el más cercano, así que vale toda la pena trabajar en ser con quien disfrutamos estar.

    8. No te quedes en donde te hagan sentir que eres difícil de amar.

    Eso sí que no, por más carácter atípico que tengamos, para el amor no debe ser difícil abrazar, así que si te dan a entender que quererte es difícil y eres solo una carga, por ahí no es, ponte las medias que te regalaron de navidad, tus zapatos y encuentra un atajo hacia el amor propio. Ojo aquí, que con “amor” no solo me refiero al romántico, esto también aplica para amigos y familia.

    9. Para sentirse seguro, a veces hay que arriesgarse. 

    Cuando ves que el barco se está hundiendo (pero tú estás en tu zona de confort), puedes pasmarte e irte directito al estanco, como también puedes tomar la opción de nadar; con la segunda opción está la posibilidad de ahogarse, obvio, pero mejor que eso está la oportunidad de encontrar tu propia isla la verga y salir a flote con todo y un par de piñas coladas. No sé a ustedes, pero a mí me encantan los cócteles. Así que tomen riesgos que lo único constante es el cambio.

    10. ¿Cómo puedo incluir a Vito dentro de mi contrato laboral? 

    No me imagino volver a la oficina y ya no tener a Vito cerca, nuestro perrito se ha convertido en nuestro mejor compañero de trabajo y estoy segura de que ustedes piensan lo mismo de sus mascotas (ojalá las empresas también concuerden). Él hace sus veces de pelota antiestrés, ante situaciones tensas con el trabajo basta consentirle un poco la panza para liberar cortisol; y además me ayuda con las pausas activas, porque es inevitable juguetearle de vez en cuando. Yo sé que el equipo de Seguridad y Salud en el Trabajo estaría orgulloso de su gestión. Una estrellita para Vito.

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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