Representación por: Darío Montoya.
Si profundiza en la imagen, se dará cuenta que la cantidad de ramas que emergen del pocillo, son todas esas hojas que dejé por escribir.
Así empieza este texto.
Me presento hoy como tabula rasa, con la esperanza de que al fin funcione. Llegar hasta aquí no ha sido sencillo, tuve que valerme de un par de mentiras que finalmente no creí, la principal: esta soy yo.
Todo emerge del vacío, lo leí en algún lado y desde entonces lo busqué. Estaba tan llena de mí, que no tenía espacio para nadie, así que empecé a depurar. Lo primero que debo contarles es que tardé más de una semana en comprender que un cóctel por noche no bastaba; necesitaba tres. El vómito es el principio de la restauración.
Es así como pasé de jueves (día uno), a lunes (día doce) conociendo de manera explícita todo lo que llevaba por dentro y no les tengo las más estéticas noticias. En primer lugar, debo señalar que contrario a lo que creían todos estos años, soy más dulce de lo que aparento, de la nada en uno de esos días escupí el recuerdo más patético de mi adolescencia, que era mi primer beso en el puerto de un río y sí, aquella regurgitación era sumamente babosa, como el beso inexperto. En segundo lugar, soy tan escurridiza como el líquido biliar, lo que justifica mi imposibilidad de establecer relaciones a largo plazo o de inmiscuirme en cualquier otro asunto importante de cualquiera que no sea yo.
Luego de aquél exitoso reencuentro con cada una de las partes que de mí había olvidado (u omitido a voluntad), seguí con la constante fijación de salir por completo de mí, hasta poder reconstruirme. Debo señalar la cantidad de conflictos que por esos días tuve, porque para los demás mis argumentos eran inválidos y atribuían mi nuevo razonamiento a los efectos colaterales del alcohol. Y no, así he sido siempre, sin la participación de sustancias exógenas.
Sin embargo, fue en este ejercicio de desinhibición, como se edificó esta imagen.
Conocí a alguien y no es de ese tipo de “alguien” por el que ya están sonriendo de manera cómplice a través de la pantalla, sino que, por el contrario, es una de esas almas que pocas veces la vida te da la oportunidad de transitar. Darío estaba en medio de la fiesta como observador y justamente fijó su atención en el rostro que en ese momento la demandaba: en el mío. La imagen que usted ve en el encabezado ahora, no es sino la distorsión de esa noche, porque él también estaba ebrio y con su visión aguzada tuvo la percepción de una mujer tomándose un café en la mañana, cuando en realidad, llevaba la camiseta mojada mientras bailaba en el centro.
Preferí no preguntarle por qué me había reformado.
Si profundiza en la imagen, se dará cuenta que la cantidad de ramas que emergen del pocillo, son todas esas hojas que dejé por escribir.
Hojas que enmarañan mi rostro, exigiendo saber quién soy.
Exigiendo un personaje.
Acertadamente lo mencionó Mario Levrero en Diario de un Canalla, “aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo. No me fastidien con el estilo ni la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”.
Me estoy escribiendo; Darío ya me retrató.
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