Generalmente en las repúblicas plataneras y felices casi todo se resuelve a través de las prohibiciones. Como las políticas públicas fracasan por varios motivos entonces el ciudadano común (Yo, tú, él, nosotros, vosotros, pero menos ELLOS) terminamos pagando por gobiernos, administraciones y políticas mediocres.

¿Hay muchos carros? Pico y Placa
¿Hay mucho trago? Ley seca
¿Hay desorden? Toque de queda
¿Hay mucha gente sacando el pase? Pico y Placa de cédulas.

Y así. Prohibamos y prohibamos, que este pueblo tan conformista y pasivo ya está acostumbrado. En vez de preguntarnos por qué se siguen violando nuestras libertades, simplemente aceptamos y nos acomodamos a la nueva prohibición que se le ocurra al gobernante de turno, en aras de ¡Salvar la patria y mantener el orden! ¡Pfffff!

¿Qué sigue, entonces?

Hay sobre población. ¡Prohibido tirar!
Hay muchas colas en los restaurantes. ¡Prohibido salir a comer a la calle!
Hay muchos entusados. ¡Prohibido enamorarse!
Hay congestión en los Centros Comerciales en navidad. ¡Prohibido comprar regalos!
Juega Colombia y hay riesgo de desorden ¡Prohibido prender el televisor, el radio, entrar a internet!

¡QUEDA PROHIBIDO SER COLOMBIANO Y CELEBRAR!

Llegará el día en que, por seguridad, nos prohíban salir de la casa o asomarnos por la ventana. Detrás de todas estas prohibiciones acomodadas se esconde la incompetencia de un gobierno nacional y distrital que simplemente no puede controlar a sus ciudadanos. No sabe ¿o no quiere? educar a sus gobernados.

Una sociedad se acerca a su grado máximo de civilización cuando reduce las prohibiciones, no cuando las incrementa. Muestra de ello es que se han levantado prohibiciones absurdas que, afortunadamente, quedaron atrás como una mancha de vergüenza en la historia de la humanidad. Por ejemplo, las prohibiciones a la población negra, a las mujeres, o incluso, a ser homosexual. (Lamentablemente algunas aún se mantienen en ciertos países).

Soy defensor de las libertades, pero con ciertas condiciones en algunos casos. Usted puede comprar todo el trago que quiera e irse a su casa y beberlo hasta caer. Emborracharse y ser feliz. Lo que no puede hacer es atentar contra los derechos de las demás personas, sólo porque está borracho y no es consciente de sus acciones. Ahí sí debe haber restricciones. Usted puede celebrar que su equipo de fútbol cumpla años, pero no puede bloquear una vía o secuestrar un bus de Transmilenio para seguir celebrando.

Entiendo las protestas de quienes viven de comerciar con licor. Bares, restaurantes y tiendas sin poder vender porque hay riesgo de que nos matemos. El problema no es el trago, es la gente. El trago no se puede educar; la gente, sí. Aunque sería interesante revisar qué tanto autocontrol tiene aquel que le vende licor a otro. ¿Cuándo lo ve tomado para de venderle o le sigue vendiendo porque lo importante es hacer dinero?

Sobran los casos que muestran que aún somos una horda de salvajes que no tenemos el más mínimo respeto por la ley, por la autoridad, por el vecino, etc. Y se ha demostrado perfectamente luego de los partidos de la Selección Colombia. Y ante esto, las autoridades no dan abasto para controlar, pero tampoco creo que la solución sea restringir. La solución es educar. ¿Cuántos mundiales de futbol tendrán que pasar para que comencemos a educarnos? ¿Hay esperanza?

Afortunadamente aquí aún no prohíben pensar. Eso sí, es posible que lo censuren,  le cierren el medio de comunicación o lo desaparezcan a manera de falso positivo. Pero pensar aún se puede, bajo su propio riesgo.

¡Qué lejos estamos!

 

Sobre el autor de este blog:

LuisÉ Quintero
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