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Cuando los chicos del barrio quisieron jugar al fútbol los vecinos respondieron llamando a la policía. La policía respondió con requisas y hostigamientos, los chicos respondieron en las bandas juveniles, peregrinos en las ciudades de las que no son parte y en las que no tienen futuro. Son inmigrantes colombianos, pero también ecuatorianos, peruanos o dominicanos; jóvenes que sin motivo alguno terminaron «recluidos» en una sociedad que no les reconoce y reconocidos por un país en el que ya no viven.

Estos chicos y sus familias son los que han inundado las calles de las principales ciudades españolas con camisetas amarillas y rojas de la Selección Colombia. El censo que no logró el Estado colombiano de sus nacionales en el exterior, lo permitió una selección de fútbol. Ahora sabemos que somos muchos. La gente, escandalizada, nos cuenta por miles.

Esa colombianidad encerrada en sus singulares exilios, silenciosa, indiferente al país político y a los exiguos llamados electorales se mueve fervientemente por esos jóvenes que nos representan en el Mundial.

Y va más allá de las victorias. Se trata de un acto de redención. La gente no ve al futbolista extravagante engullido por las fauces del estrellato, ve a «pelaos» humildes que podrían ser sus hijos o sus hermanos, a los mismos que la policía acosa por no tener papeles, aquellos molestos individuos de los que el vecino recela, jóvenes inmigrantes que hoy juegan al fútbol y mañana pueden estar en un Centro de Internamiento esperando una deportación.

Faltaba el bálsamo de la victoria para que la gente pudiera salir orgullosa a la calle, aunque no sean sus calles, aunque el resto de la gente mire con perplejidad la euforia de la colonia colombiana, esos chicos humildes que pudieron ser un inmigrante más, están dejando boquiabierto al mundo y nosotros, inmigrantes, vivimos en ese mundo atónito que empieza donde terminan las fronteras de Colombia.

Puede que no nos sirva de nada más lo que pase en Brasil. Todas las mañanas nos tendremos que levantar a pensar en resolver los problemas del día a día, en conseguir el dinero para enviar la remesa, en pagar la hipoteca o perder la casa, en jugar al gato y el ratón con la policía.

Pero pueda ser que aquellos mestizos que deambulan por las calles de Barcelona o Madrid no sean vistos más como vándalos ociosos detrás de una pelota sino como los príncipes del fútbol que hoy deleitan al mundo en Brasil.

puede seguirme en: @jc_villamizar

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