Le ha costado tiempo, vidas humanas y recursos medioambientales pero la sociedad colombiana va saliendo de un largo letargo a la sombra de Uribe y se va tomando el ideal de la paz como un hecho al que por inherencia tiene derecho. Esto significa una cosa simple pero tremendamente esquiva, que en el imaginario colectivo crezca la idea de que vivir en medio de un conflicto es una situación anormal, que quien llama a mantenerlo es en sí mismo un anormal y que, por el contrario, lo normal es vivir en un ambiente de paz.
Todo ello no es fácil, nos acostumbraron al discurso del miedo, nos habituaron a una ofensiva permanente contra el “enemigo interno” que se disfrazaba de mujer, de campesino, de sindicalista o estudiante… incluso entregamos derechos esenciales en una democracia a los deseos de un “salvador” autoritario que convirtió lo relativo a la paz en un tabú y la guerra en nuestra cotidianidad.
Los ideólogos del uribismo se encargaron de convertir el miedo en una fuente de legitimidad para los desfases delictivos del gobierno y el ejercicio les salió rentable: A finales del segundo mandato de Alvaro Uribe el 58 % de la opinión pública creía que la oposición no debía tener derechos políticos.
El país apenas reaccionaba mientras se conocía todos los vínculos entre gobierno, Congreso y Fuerzas Militares con el narco-paramilitarismo. Nada movió los cimientos del país atrapado en la política de Seguridad Democrática, ni las masacres, ni los falsos positivos, ni la escandalosa cifra de congresistas vinculados a grupos paramilitares, ni los altos cargos del gobierno en la cárcel o prófugos de la justicia. Uribe convirtió las instituciones en estamentos desde donde se promovía el delito, creó un ejército de columnistas ojeadores de herejías que no les tembló la pluma para señalar a la oposición alentando su persecución y a la ciudadanía en una suerte de caza recompensas.
Tanto así que durante años hubo que salir del país para poder hablar de paz y expresar opiniones divergentes al discurso oficial. Durante años tuvimos que ver las caras de estupor de extranjeros que no entendían como una sociedad aguantaba un presidente como Uribe. La gente que vive en democracias consolidadas no entiende cómo se le premia con tanta popularidad a un hombre que debería estar sentado en el banquillo de los acusados en los tribunales de la Haya.
Es el síndrome de Estocolmo pensamos muchos, la sociedad colombiana imbuida por la desesperanza se aferró al discurso mesiánico y giró la cabeza para no ver los atropellos de su protector. Preferían despertar su misericordia a ser víctimas de su ira.
El 10 de junio nos lanzamos a la calle!
Pero mucho ha cambiado el panorama de aquella época al día de hoy. Ha pasado algo que el mismo uribismo no ha podido atajar, la gente ha tomado partido en torno a la paz. Se habla de ella y se discuten sus diferentes posibilidades, lo cierto es que los años en los que el simple término estuvo vetado ya son pasado, de nuevo la paz es un concepto con identidad y dinamismo, la mencionamos, la buscamos, la reivindicamos.
Ha ocurrido algo histórico en ésta contienda electoral. Por primera vez un amplio abanico de sectores sociales que van desde la derecha moderada hasta la izquierda más radical comparten un objetivo común y se movilizan al unísono por éste. El Frente Amplio por la Paz es una experiencia inédita que rompe la tendencia a asimilar la guerra, que conduce a un rechazo colectivo de la violencia y el respaldo a los esfuerzos por conseguir la paz.
No es un movimiento aislado, el gobierno del presidente Santos, la comunidad internacional, la insurgencia y una gran parte de la sociedad colombiana se están moviendo con determinación hacia la paz. La mayoría de la gente entiende que negociar implica escuchar y ceder. Esa ha sido la tónica con la que nos hemos reunido en varias ciudades del mundo para organizar las concentraciones del martes 10 de junio. “Movilizate por la paz” es una iniciativa que escenifica esa gran unidad por la paz y la fractura definitiva del pensamiento único.
Sin embargo los coletazos del uribismo no se han hecho esperar. Leía la columna de Rafael Guarín en la revista Semana, los comentarios de Pacho Santos, Alfredo Rangel y hasta el mismo Zuluaga sobre el acuerdo de los 10 puntos en relación a víctimas y en general sobre los últimos avances en la negociación. Tienen rabia y miedo, han enfilado toda su artillería de alta y baja intensidad para imprimir de nuevo un ambiente de desconfianza en la gente, saben que el voto del uribismo se basa en el discurso del miedo y por ello lo alientan.
Queda por fuera de todo el mapa un pequeño sector de la izquierda contestataria encabezada por el Senador Robledo y su llamado al voto en blanco. Poco más hay que añadir después del epitafio que le dedicó Caballero en su última columna. Seguramente después de las elecciones cada cual tendrá que asumir sus responsabilidades políticas por sus decisiones en ésta trascendental campaña electoral. A los que le apostamos activamente a la paz nos espera movilizarnos y votar por ella.
El 10 de junio nos movilizamos por la paz!.
@jc_villamizar
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