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Mis primos eran reconocidos en el barrio por ser buenos conversadores, amables, alegres y colaboradores, además de ser excelentes bailarines. En muchas ocasiones eran el alma de la fiesta.  Cuando los visitaba, nos manteníamos para arriba y para abajo los cinco, Leo, John, Chepe, Víctor y yo. Igual que algunos amigos como Hugo, el Flaco -todos le decían el Cofla- entusiasta y más bien “tiesito” para el baile. Él mismo se gozaba diciendo “¿Yo qué hago pues?  Si nací con dos pies izquierdos je, je je”.  ¡Ah!  Otro que se unió al grupo fue el Cura, el novio de una prima mía, ¡qué figura!  Chistoso y buena gente. Encajó perfectamente con mis primos.  Psst, psst, aquí entre nos les cuento, cursando el último año de bachillerato prestó el servicio de alfabetización en una nocturna, era el flamante profesor de Religión. Sí, de Religión. Conociéndolo, me imagino lo chinche que sería y lo entretenido de sus clases.  De allí surgió su apodo, el Cura.

Imagen 1. El Cura es el teacher. Tomada de Gerd Altmann en PixabayImagen 1.  El Cura es el teacher.  Tomada de Gerd Altmann en Pixabay

Facilidad para armar el baile

Una característica muy particular en el barrio era lo fácil que se organizaban los bailes, por ejemplo, si alguno de los muchachos, bajo cualquier pretexto, se animaba y lo proponía, inmediatamente le paraban bolas. Alguien entonces ofrecía su casa y el que tenía un equipo de sonido lo ponía a disposición. Sin pensarlo, se pasaba la voz entre los chicos, rumor que corría como pólvora.  Otra cosa, si te contaban de la rumba, automáticamente quedabas invitado y todo tu círculo social también: parientes, amigos, novios ¡Todo el mundo!  Se respiraba mucha cordialidad y familiaridad entre los jóvenes del vecindario. Los dueños de la casa la prestaban, claro, con sus normas y reglas.  El día indicado, por lo regular desocupaban la sala y el comedor o el garaje, algunos se aparecían con sus discos, eso sí, bien marcaditos para que no se extraviaran.  Se ansiaba de una manera especial la llegada del baile, arreglándose lo mejor posible, poniéndose sus mejores pintas, bien perfumados, las chicas se esmeraban con sus peinados y vestidos, y algunas deslumbraban al llegar maquilladas por primera vez.

 

Imagen 2.  Los vinilos para el baile.  Tomada de Victoria_Borodinova en PixabayImagen 2.  Los vinilos para el baile.  Tomada de Victoria_Borodinova en Pixabay

Baile en la terraza

Con frecuencia visitaba a mis primos y me les pegaba a los bailes, así iba puliendo mi estilo.  Un día fuimos a uno, que por cierto quedaba en la terraza de un tercer piso, la noche estaba fresca, se sentía la suave brisa, deambulé por un momento y conversé con algunos amigos, entre ellos el Cofla.  Y me dijo:

—Hermano, toda esta semana practiqué, un paso aquí, un paso allá.  Sabes, ¡estoy como un tiro! Si vos aprendiste, ¡cómo no voy a aprender yo!

—Ja, ja, ja —solté la carcajada—¡Esa es la actitud! —le contesté —hágale pues —y le señalé a un grupo de muchachas que hablaban en un costado.

—Uy sí. Allá veo a Jimena, la voy a sacar —miré con detenimiento y allí estaba, vestía de blanco con azul.

—Cofla, ¡pilas! Jime baila muy bien, es una experta bailarina —exclamó Chepe.

—Tu tranqui, yo ya me defiendo. No creo que la pise.  Más bien, la descrestaré con mi swing —contestó y avanzó.

Empezó a sonar una rítmica cumbia, se acercó y la invitó, ella aceptó con amabilidad.  Suavemente iniciaron la pieza bailable, se dejó llevar por Jime, la danza se tornó muy agradable, definitivamente era una gran bailarina, mantenía su sonrisa disfrutando del baile.

Los pasos

Hugo no tenía ni idea en lo que se estaba metiendo, a duras penas dominaba los dos pasos básicos que yo también me sabía, adelante – atrás y derecha – izquierda.  Jimena con gracia lo guiaba, recorrieron la pista, el repertorio de movimientos se le acabó, a veces la miraba y ella seguía radiante, tranquila; frecuentemente clavaba la vista al piso viendo los pasos de ambos, ¡craso error!  Eso es lo primero que te dicen que no hagas, solo lograba despistarse.

En un instante ella se separó un poco y le tomó sus manos, lo invitó a levantarlas y dio una vuelta sobre sí, luego se devolvió, repitió el giro un par de veces y en seguida lo convidó a intentarlo. El Cofla con torpeza, haciéndose flecos, logró hacerlo. ¡Qué descanso!  No hablaba una sola palabra, se sentía atemorizado, no por Jime ni mucho menos, sino por él, qué tal que la pisara, que se tropezara, ¡qué vaina! ¡Por lo maleta que era!  Solo lo salvaba que la canción terminara pronto, pero nada, cuando escuchaba que se iba a acabar volvía y arrancaba otra estrofa. La angustia lo invadía, llegó a pensar que estaba en un sueño donde giraba y giraba sin nunca acabar, nunca, mientras la chica sonreía mostrando sus blancos dientes; de repente, sintió sus manos que lo dirigían con seguridad, entonces comprendió que no era un sueño. Además, el Cura pasó por un lado y discretamente le dijo —¡ah picaron! —y rió, ahí se despabiló. Qué tormentoso era aquello, ella versátil y ágil, mientras él frenado, atascado.

Se acabó

No supo cómo, pero logró terminar la canción, quizás gracias a la serenidad de Jimena. Sudaba frío y le sonrió agradeciéndole infinitamente su gentileza.

—¡Lo hiciste muy bien! Has progresado mucho —le contestó risueña.  Quedó sorprendido, seguro sabía que estaba aprendiendo.

¡Hum!  Claro, cómo no lo pensó antes, al fin y al cabo, siempre se la encontraba en los bailes del barrio.  Ah, y no imaginó que la canción fuese eterna, después se dio cuenta que se trataba de uno de los famosos mosaicos del Cuarteto Imperial, conjunto que tenía la particularidad de unir trozos de canciones de diferentes géneros y presentarlos en interminables arreglos al son de la cumbia ja, ja, ja.

¿Fin del baile?

La noche fue pasando, recostado a la pared se tomaba lentamente un vaso de agua mientras veía a John, el duro de la salsa, echando paso, a quien otros muchachos animaban.  Terminó la canción y empezó otra, giró la cabeza y Jimena estaba al frente suyo observándolo, risueña le hacía señas con el índice para que se acercará, luego estiró su mano mientras danzaba en el sitio, nosotros presenciábamos la escena ansiosos.  El Cofla no podía ser tan descortés y negarse, se ruborizó, Leo atento se acercó y le recibió el vaso. Él le sonrío a Jime y le tomó las manos, ya le tenía confianza. Entre charlas y risas bailaron divertidamente, creo que fueron unas cuatro o cinco piezas seguidas, sino fueron más, el tiempo se les fue volando, y el Cofla esa noche ¡aprendió a dar vueltas!

Imagen 3.  Aprendiendo a dar vueltas.  Tomada de Scott Broome en Unsplash.Imagen 3.  Aprendiendo a dar vueltas.  Tomada de Scott Broome en Unsplash.

 

Relato anterior

Aprendiendo a bailar con las reinas del Mambo y el Chachachá

 

Referencias

Mosaico Cuarteto Imperial Vol 2.

Cuarteto Imperial. 19 jul. 2015. “El Año Viejo / Navidad Negra / El Carretón / Los Gotereros / Ojos Que No Ven / Que Te Parece…”. Recuperado sep. 2021 de https://youtu.be/FVVS2qqCrQ0

 

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Me gusta disfrutar en familia y con amigos. Me fascina escribir relatos y anécdotas de la vida cotidiana. Soy Ingeniero de Sistemas, crecí en Medellín, viví en Bogotá, Guayaquil y Cali. Gracias por sus lecturas y comentarios.

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