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¿Y el negocio de los coquitos caramelizados?  Le duró hasta que terminó noveno.  Empezó a trabajar en albañilería con su padre.  Don Pedro le enseñaba y lo aconsejaba, iban de un sitio a otro dependiendo del trabajo, había semanas donde no tenían qué hacer.  Entendió que era un trabajo impredecible, así que tenían que ahorrar en las épocas de vacas gordas.  Allí conoció electricistas, plomeros, pintores, carpinteros y demás técnicos del sector.  Se distinguía por ser acucioso y pulido con sus tareas.

Pasado algún tiempo, los hermanos y pintores Luis y Giovani, le echaron el ojo y le propusieron que trabajara con ellos, le enseñarían todos los secretos de la pintura, cómo empañetar, estucar, el terminado, los tipos de pintura, cielos rasos, de todo.  Por una semana le dio vueltas y vueltas a la proposición, por último, consultó con su papá —Juancito, ¡ese trabajo deja billetico!  Eso sí, para el que sea organizado. Otra ventaja que yo le veo es que los muchachos son buenas personas y le pueden enseñar mucho.  ¡Hágale sin miedo, de una! — y eso hizo.

Imagen 1.  Pintando techos y paredes. Tomada de Gregor Mima en Pixabay.

A pesar de su edad y del gremio donde se movía, a Juan Manuel no le gustaba fumar y tampoco las bebidas alcohólicas, muchas veces le insistieron, pero nunca cayó en la tentación.  Lo máximo que hizo fue en su niñez, con sus amiguitos se ponían a “chupar aguardiente”, sí, cuando chupeteaban aquellos dulces o confites de anís, que muchos llamaban de aguardiente, y “fumar” palitos de menta, los que terminaban comiéndose al igual que las monedas de chocolate.   Por el tiempo en que aceptó el trabajo de pintor, conoció a Luz Marina, — “…una chica alegre, ¡divina!  ¡Ay!, me mata con su sonrisa” —y se enamoró perdidamente. ¡Hum! Cuánto le costó que le dieran la “arrimada”, por muchos días lo pusieron en período de prueba, hasta que lo logró.

Buscando nuevos horizontes

Luz Marina, un poco menor que él, trabajaba como vendedora en un almacén de ropa del centro de la ciudad, le insistía en que estudiara, que se metiera en un curso en el SENA y buscase un mejor trabajo, — “que tuviera prestaciones, uno que fuera fijo, ojalá en una empresa; que pensara en lo beneficioso que podría ser y en el futuro de los dos”.   Le hizo caso y tomó un curso nocturno, sin embargo, no le salía un empleo con mejores condiciones que el actual.  La ventaja de ser pintor consistía en que casi todo el año tenía trabajo, gracias a las nuevas urbanizaciones y a las remodelaciones.

Luis, un supervisor de la empresa Nacional de Colores y Pinturas, buscó a los pintores y los contrató, gracias a un familiar suyo que se los recomendó muy bien.  Necesitaba que en su casa le dieran el acabado al tercer piso, recientemente construido y en obra gris, y también, pintar de nuevo la segunda planta.  Observó que Juan Manuel siempre era el primero en llegar, disponía de las herramientas y materiales para las labores diarias, siendo además muy organizado, de buen trato y respetuoso.  A punto de terminar la obra, Luis se le acercó y le dijo:

—Vea hombre, usted me parece muy buen trabajador, serio, ordenado y honrado.  ¿Hasta qué año estudió?

—Hasta noveno —contestó extrañado.

—Eso está muy bien, cómo le parece que en la empresa en que trabajo, están buscando operarios para la planta, con mínimo enseñanza media.  La empresa es buena, grande y responsable, cubre todas las prestaciones y paga bien; o si no, míreme a mí, gracias a ella y a la cooperativa pude construir los otros dos pisos de esta casa.  ¿Usted quiere presentarse a este empleo?  —Juan Manuel quedó mudo, se le aceleró el corazón.  Ahí estaba la oportunidad que tanto buscaba.

—Sí… sí claro.  ¡De una!  ¿A dónde hay que ir y cuándo?  —entre nervios y risas trató de parecer gracioso —don Luis ¿dónde firmo?

—Jajaja, yo no soy el que selecciona.  Más bien le daré la dirección a donde debe llevar la hoja de vida y por quién preguntar —a continuación, tomó un bolígrafo, rasgó la esquina de un periódico y garabateó unas palabras. —Si quiere, con mucho gusto yo lo puedo recomendar y me pone ahí, en la hoja.  Eso sí, ¡me tiene que hacer quedar bien!

Así fue como se enganchó en la empresa.  Rápidamente se adaptó a las dinámicas empresariales, a las rutinas, a los turnos, al restaurante, uniformes, transporte y demás.  Encontró un grupo de compañeros joviales y colaboradores.  La nómina la pagaban quincenalmente.  Todo para él fue nuevo, grandioso y muy organizado.

Imagen 2. Pinturas. Tomada de dan-cristian-padure en Unsplash.

Período de prueba

Una tarde sus compañeros de trabajo lo invitaron a celebrar porque había recibido, de manos del supervisor, una carta donde le indicaban que había pasado exitosamente el período de prueba, oficialmente era ¡empleado de la empresa! Querían invitarlo a tomarse unas cervezas, comer empanadas y conversar en un estadero cerca de la planta.  Él siendo el homenajeado no se pudo negar y los acompañó.  Toda la vida fue reacio a tomar cerveza o cualquier tipo de licor, sin embargo, sintiendo la camaradería del grupo y su felicidad por su vinculación a término indefinido, se dejó llevar y si acaso, se tomaría dos cervezas.  Terminaron pronto, él salió contento con la celebración y happy por las frías, se sentía relajado, los ojos le brillaban de júbilo, estaba sereno.

Se despidió y salió en búsqueda del transporte para su casa, pero en vez de tomar el bus prefirió los colectivos informales, “el día de gastar, se gasta. ¡No se diga más!”.  Pasó por el frente de un Kokoriko, vio la rueda girando con los pollos en el asador y su olor característico lo hizo devolver.  Recordó el apunte que contaba Luis, el pintor, — “Cuando me quedo hasta tarde en la calle, para que no se enojen conmigo, me compró un Kokoriko, llego a la casa, entreabro la puerta, lo arrojo y en un dos por tres empiezan a despachárselo, y yo… ¡y yo quedo como un rey!”  —.  Así que se compró dos pollos asados, esos sí con “todos los juguetes”, arepas, papas fritas, salsas, ají verde.

Imagen 3. Pollo asado. Tomada RitaE en Pixabay.

Se montó en el colectivo, una especie de campero, que terminó de llenarse y partió.  A la mitad del camino desde la penumbra, un tipo de aspecto lúgubre y de mirada tenebrosa se dirigió a él con voz gruesa:

—Pelao, ¿sabe qué?  Ese olor está matándome, es muy provocativo.  O se baja rapidito o me tocará tirármele en voladora y repartir el pollito —Juan Manuel tragó saliva.

—A mí me encanta el pernil —gritó un señor.

—Uy, y a mí la pechuga —dijo otro relamiéndose.

—Mijo, a quién va a contentar pues, ¡a la suegra!  ¿Cierto que sí? preguntó entre risas una señora, y terminaron cruzándose divertidos comentarios hasta que él llegó a su destino.

Aún “mareado” por las cervezas llegó hasta su casa y tocó la puerta como nunca lo hacía, “¡tantarantán, tan, tan!”.  Alba le abrió sorprendida, los demás miraban desde la sala de la casa, él con una sonrisa de oreja a oreja preguntó en voz alta “¿Quién pidió pollo?” y les mostró las dos cajas, sus hermanas gritaron y aplaudieron, recibieron los paquetes, ahora todos celebraban. ¿Y él?  Feliz viendo su alegría, y a la vez regocijado porque ya contaba con un trabajo fijo, y lo más importante, ¡podía proponerle matrimonio a Luzma!

Y ahora qué

Juanma y Luzma llevaban catorce años de casados, tenían dos hijas de diez y doce años.  Ambos compartían las tareas del hogar, la preparación de los alimentos se convirtió en un ritual de bienestar y camaradería.  Claro está, el chef era el papá, llevaba el arte de cocinar en sus manos. A veces lo acompañaban las sub-chefs Laura y Julieta, sus hijas.  Eso sí a Juan Manuel le seguía encantando hacer el mercado y las compras domésticas.  Cuando en el supermercado iba tomando cada producto o verdura lo revisaba minuciosamente y lo depositaba en el carrito, su pecho se colmaba, se sentía orgulloso de poder escoger a su gusto, de pagarlo y llevarlo a su familia, “gracias a Dios podemos hacerlo”.  No es que fuera un simple proveedor, sino que lo hacía con cariño, y con mucho gusto por el bienestar de su familia.  Lo invadía una inmensa satisfacción al protegerlos.

Un regalo

Relajado en la silla recibiendo la brisa del mar, agradecía por estar allí con su familia.  Veía a su mamá sentada en la playa, mientras sus hijas le cubrían las piernas con arena, y a su esposa, cerca de ellas, chapuceando con las olas.  Y pensar que era la primera vez que ¡visitaban San Andrés, que montaban en avión y estaban en un plan todo incluido!  La emoción, el temor y la ansiedad los embargaba a todos.   Su mamá fue la más nerviosa, le sudaban a mares las manos, desde el día anterior andaba tomando agüitas de una cosa y de la otra, que de manzanilla, que de cidrón.  Luzma empacó góticas de valeriana y pasiflora para la ansiedad y el estrés, las que casi acaba doña Magnolia en pleno vuelo.

Imagen 4. Volando hacia San Andrés Islas. Tomada de Christo Anestev en Pixabay.

—Mijo, ¿quién me mandó a montarme en esta cosa?  Yo sí soy bruta al hacerles caso, ¡mejor me hubiera quedado en la casa!  Mire esto como tiembla, este armatoste ¡se va a caer! —decía cerrando sus ojos y frunciendo el ceño, mientras le apretaba la mano a Juanma, quien trataba de tranquilizarla.

—Ay, Dios mío, ¡nos matamos! —gritó cuando el avión pasó por una fuerte turbulencia.  Ahí fue cuando se vació dos o tres goteros de pasiflora.

—Amá, no pasa nada, haga de cuenta que vamos en un bus por carretera destapada —le decía Juanma con cariño tratando de tranquilizarla, ella lo miró con enojo, sacó un rosario y lo interrumpió.

—¿Carretera destapada? Qué voy a estar por carretera destapada, ¡ni qué ocho cuartos! ¿Usted fue que se embobó o qué?  Sí estamos encima de las nubes, hasta ya veo los angelitos, ¡de esta no salimos! —y se puso a rezar un “yo pecador”.  El avión dejó de sacudirse, las gotas y la tensión hicieron sus efectos, se durmió.

Juanma la miró con ternura y recordó la fiesta navideña de la empresa donde había contado con la buena fortuna de ganarse uno de los premios gordos, un viaje a San Andrés con estadía de cuatro días en un hotel todo incluido, paquete que organizó la cooperativa de trabajadores.   Ese día no cabía de la dicha, todos celebraron en casa.  La misma cooperativa le ayudó a organizar el tour del otro cupo, además se lo financió.

Sorpresa playera

Sí, allí estaba en la playa, usando bloqueador de pies a cabeza, con sus lentes de sol recién comprados a uno de los vendedores ambulantes.  El calorcito, la brisa, el rumor de música caribeña, lo fueron adormeciendo.  En una de sus cabeceadas vio la figura morena de un joven que se acercaba con un charol en las manos, ofrecía uno de los principales manjares de la costa, preparaciones de coco.  Llevaba cocadas o panelitas, cuya base es un corte muy fino del coco, unas de color blanco, otras ámbar pegajosas, y verdes y amarillas.  Además, traía unas provocativas bolitas de coco y en un rincón, chicharrón de coco, que eran los mismos ¡coquitos caramelizados!   Juanma intentó seguirlo con su mirada, sin embargo, no resistió y se volvió a dormir.

—Juancito, hijo, mire lo que le traje —decía doña Magnolia, a la vez que le tocaba un hombro.

Le extendió un paquetico de coquitos caramelizados, él somnoliento lo recibió.  Tomó uno, lo paladeó, lentamente se lo comió, cogió otro y se saboreó.

—Cuente pues, diga qué opinaría el “Coco Salazar” de la competencia.

—¡Juepuchaaa! ¿El Coco Salazar?  ¡Epa!  Hace siglos que no sé nada de ese mancito.

—Verdad, ¿qué habrá sido de su vida? —dijo ella siguiéndole la corriente.

—No, ni idea.  Lo que sí sé, es que diría algo como, esta vaina sí que está ¡muuuyyy rica!  ¡De rechupete! Hum, ¿pero sabe qué?  Le falta algo, un no sé qué…

—¿Qué cosa?

—Déjeme yo pruebo otro —y lo degustó —.  Ah, ya sé, nada más y nada menos que el toque secreto.  ¿Sí o no?  El toque secreto que le enseñó doña Paulita al Coco Salazar.

— ¡Pues claro!  Ni más ni menos que el toque secreto del gran ¡Coco Salazar! —.  Los dos se miraron y se echaron a reír a carcajadas cual par de colegiales.  Con ternura terminaron uno junto al otro mirando al mar mientras el sol se ponía.  Él se recostó en su hombro, lo miró con dulzura. —¡Qué bello mi muchacho!  Mi coquito Salazar.  Que Dios y la Virgencita me lo sigan bendiciendo —suspiró, mientras un par de lágrimas de felicidad rodaban por sus mejillas sin que él lo notara.

Imagen 5. Caída del sol. Tomada de SEIMORI en Pixabay

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¿Quién pidió pollo?

¿Quién pidió pollo?

 

 

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