El recuerdo que tenía de niño era de sus guayos negros con rayas laterales blancas, se los había traído el niño Dios. Los adoraba y los embetunaba constantemente, y le duraron una eternidad. Los usaba con frecuencia en el colegio, en especial en los partidos con otros cursos. Le fascinaba jugar a la pelota en la cuadra con sus amigos, y al llegar de la escuela era lo primero que todos hacían.
Tenía un nombre sonoro para el fútbol: Jair. Algún narrador improvisado del barrio decía “La lleva Jair por el costado derecho, saca uno, dos, tres, dispara, gol, golazo de Jair, de Jairzihoooo” haciendo alusión al astro brasileño del mundial del 70. Ahora ya estaba terminando su bachillerato y en el sector había fiebre de fútbol.
El barrio quedaba en una colina, la mayoría de los hombres trabajaban en variados oficios, entre otros eran albañiles, electricistas, pintores de brocha gorda, zapateros. Él estudiaba en la mañana y en la tarde se la rebuscaba unas veces como mensajero y otras en una colchonería. Con la ampliación de las calles y renovación del acueducto lograron que el municipio les aplanara un montículo para tener una cancha de fútbol adecuada; a cambio, todos tendrían que ayudar los fines de semana a cavar las zanjas para las tuberías, se organizaron en convites y el pacto funcionó.
Para ir al barrio se pasaba por la cancha de La Frontera, un gran rectángulo de arenilla, allí se organizaban campeonatos periódicamente. Por esta cancha pasó una camada de jóvenes que luego se convirtieron en figuras del fútbol profesional, tales como Nolberto “Chomo” Cadavid, el clan familiar de los “Terras” con Carlos y el veloz puntero Libardo Vélez, hermanos de Rubén (selección Colombia), Óscar el “Galea” Galeano y el gran Leonel Álvarez. El sueño de muchos jóvenes era ser futbolistas, los torneos que se organizaban allí los fines de semana eran espectaculares y congregaban mucho público, inclusive de los barrios aledaños.
La idea de un equipo
Un buen día Memo, que había llegado recientemente al barrio y trabajaba en un taller metalmecánico, dijo ante un grupo de amigos:
—¿Qué tal si hacemos un equipo de fútbol? —en ese momento casi nadie le prestó atención.
—¿Y nos inscribimos en el torneo de Paulo VI? Entrenamos aquí en la cancha —todos lo miraron desconcertados.
—¿De verdad? —dijo incrédulo Carrique.
—¿Cómo? Allá con los equipazos que van, nos vuelven chicuca. Mira por ejemplo el “Real San Martín” donde juega Carlos “Terra”. Esos manes vuelan —murmuró Oscarín.
—A mí me gusta la idea ¡Sería una nota! —manifestó el “Cofla” entusiasmado.
Los demás se animaron y empezaron a hablar del tema alegremente. Propusieron los jugadores, los horarios de entrenamiento, hicieron una lista para escoger el “director técnico”, color del uniforme, en fin.
—Y por el uniforme no se preocupen, que yo me consigo el patrocinio en el taller —dijo Memo.
Hubo una explosión de aplausos —“Listo, de una, ¿qué hay que hacer?”. Así empezó un sueño.
Nombre y uniforme del equipo
Jair acompañó a Memo a buscar la ficha de inscripción y este le dijo:
—Jair, mira la colina donde queda el barrio. ¿Ves las nubes? Se ven bonitas, como si tuvieran nieve.
Entonces alzó la vista, vio lo que Memo le mostraba y se lo imaginó con nieve.
—Uy ¡Lo tengo! Pongámosle al equipo “Sierra Nevada”. En España hay un sitio que se llama así y es espectacular, imponente.
—¿En serio? —preguntó Jair.
—Sí, claro, “Sierra Nevada” —repitió Memo moviendo las manos frente a su cara como si desplegara un letrero.
—A mí me suena, está bien y es diferente —contestó Jair.
—¡Listo! Ya está el nombre: “Sierra Nevada”.
—Bueno, y ustedes que son los patrocinadores qué han pensado del uniforme — inquirió Jair.
—Hombre, hay muchas ideas, muchos colores y combinaciones, rojos, blancos, azules, amarillos, verdes y negros. Lo curioso es que a muchos les ha gustado un uniforme como el de Boca o como River Plate, aunque son muy comunes, a mí también me llaman la atención — respondió Memo.
—Ve te cuento, a mí me gustan los uniformes de las selecciones, por ejemplo, el de Alemania me encanta, es perfecto. Pero el que más me gusta es el de la “Naranja Mecánica”.
—No es tan común, nunca lo he visto en ningún equipo de por acá. El de la Holanda de Johan Cruyff y de los hermanos Van der Kerkhof —dijo Jair torciendo un poco los labios para pronunciar con estilo.
—¡Perfecto! ¡No me diga más! —expresó radiante Memo.
—Ese es el uniforme, camiseta naranja con rayas blancas en las mangas, pantaloneta y medias blancas. Definitivamente espectacular. O también pueden ser medias naranjas.
Así, ya tenían todo prácticamente listo, el DT sería “Rimbo”, un tipo muy pintoresco que se había ofrecido a ser el técnico. En primer lugar, le gustaba mucho el fútbol, era un apasionado, no se perdía los torneos de La Frontera, y menos los partidos por la radio. Era alto, delgado, de tez morena, con afro, con un caminar pausado, a veces hablaba apresuradamente y se le juntaban las palabras, siempre tenía una respuesta graciosa y nunca se despelucaba. Era zapatero, le decían “Rimbo” por su pinta, a veces parecía extraído del Carnaval de Barranquilla, con pantalón negro y camisa dorada, “Rimbo… Rimbombante”. Empezaría a entrenar al equipo todos los martes y jueves a las 8:00 p.m.
Participación en el torneo
De esta manera inscribieron el equipo, empezaron a participar, la gente del barrio los apoyaba y asistía a los partidos. Realmente el torneo era muy competitivo, tuvieron que reforzar el equipo con personas de otros sectores. Era un conjunto de media tabla, pero los jugadores se sentían muy orgullosos de participar y representar al barrio, allí estaba “Sierra Nevada”.
En uno de tantos partidos había llovido, Jair estaba emparamado hasta los tuétanos y notó que el agua se filtraba por sus guayos. Los observó bien y encontró que los taches estaban bastantes desgastados al igual que las costuras, las cuales empezaban a descoserse.
—Ahh, juepucha me tengo que conseguir otros guayos, estos están que sacan la mano — pensó.
—Mijo ¿qué le pasó? — le preguntó Rimbo.
—No nada, es que estos guayos están como viejitos.
—A ver yo miro.
—Uy, pero esto está grave pelao. Le toca comprar unos nuevos, o acaso unos tenis-guayos, aunque para esta cancha es mejor unos guayos de verdad —sentenció Rimbo.
—¿En serio? Así de mal están. ¿No hay nada qué hacer? ¿Nada? —expresó Jair.
—Lo único que se me ocurre es que cambies las suelas, en el centro venden unas sintéticas con taches, se las pegas, yo te doy el pegante, y luego las llevas a cocer por allí mismo, yo te daré el dato de los lugares.
—Hum, pero también por encima están muy desgastados. Sinceramente es mejor que compres unos nuevos.
Los guayos casi acabados
Jair se cambió de ropa y se fue para su casa, no dejaba de pensar en el estado de sus guayos. Ciertamente, no tenía dinero para comprar unos nuevos botines, tendría que pedir plata prestada y pagarla con los trabajitos que hacía en las tardes luego del colegio, aunque ese dinero ya estaba destinado para ayudar a su familia y para sus gastos.
Hizo todo tipo de cuentas y no le cuadraban. Se recostó en la cama, empezó a pensar en posibles alternativas —Tocará reforzar las costuras de los zapatos con una aguja capotera —se dijo. Tomó los guayos y los revisó detenidamente pero ya el cuero estaba roído y deteriorado, no había de otra: tendría que comprar otros guayos, los que tenía le durarían muy poco.
Se paró y los llevó con desanimo junto a los otros zapatos. Vio dos pares de tenis que tenía, uno de ellos era de “marca” que se los ponía para descrestar, todos sus amigos se los admiraban, eran unos “Adidas” que le había regalado un misionero español en el grupo juvenil, quien llegó allí con varias prendas para repartir entre los asistentes. Los agarró y observó que también tenían la suela algo desgastada, entonces se le ocurrió una idea —Qué tal si le quito la suela a estos tenis, le pego la que tiene taches y los mandó a cocer, el cuero de estos zapatos es muy fino ¿Por qué no? —se preguntó.
Los volvió a mirar, se imaginó con el uniforme puesto y con esos “guayos” blancos con rayas verdes:
—¡No tiene cinco de riesgos! Me vería muy raro, todo el mundo usa guayos negros. Nadie tiene guayos de un color diferente, lo único distinto a ese color son la marca y las benditas rayas que siempre son blancas.
Buscó una revista deportiva que tenía guardada, el “Gráfico”, y vio varias fotos de equipos, entre ellas unas de selecciones europeas y efectivamente no se equivocaba: todos los jugadores llevaban guayos de color negro.
—¡No, qué vaina! Yo con “guayos” blancos, todos se burlarían de mí, mejor dicho, haría el ridículo —así que desechó la idea y se fue a dormir.
La decisión
Al día siguiente volvió a pararse frente a sus zapatos y se dijo con valentía:
—Eh, qué bobada la mía, yo no voy a desfilar sino a jugar. El que se los va a poner soy yo, y si se ríen que se rían, al fin y al cabo, ellos no me van a pagar por jugar y yo tengo muchas ganas de hacerlo.
—Hasta salen bien con el uniforme. Qué pendejada, los mando a arreglar y les pongo betún Grifinn blanco y quedan como nuevos ¡Qué carajos! —dijo para sí, frotándose las manos.
Dicho y hecho, consiguió entre sus amigos zapateros un chuchillo y estos le ayudaron a retirar la suela con cuidado. Un par de días después fue hasta el centro de la ciudad, compró las suelas, un zapatero callejero se las pegó a los tenis por una bicoca, siguió hasta donde las cocían y en un par de minutos ya estaban listas. Jair estaba dichoso, ya contaba con zapatos para seguir jugando y casi no le costaron nada.
Carrique y su hermano acompañaban casi siempre al equipo, le hacían barra. Ese día llegaron y vieron a Jair cambiarse, entonces Carrique notó los nuevos guayos.
—¿Y eso?
—Son mis nuevos guayos. —le indicó Jair, mostrándole también los taches.
—Están súper, mucha suerte.
Jair jugaba de lateral derecho y a veces lo ponían de volante de marca, ese día saltó a la cancha entusiasmado, lo pusieron en el medio campo, le fue de maravilla, su equipo ganó y hasta hizo un gol desde fuera del área. El debut con sus guayos blancos fue fantástico.
Él siguió jugando con sus zapatillas blancas. Un día Carrique le dijo —Flaco, la gente se pregunta ¿Cómo haces para jugar con tenis y no caerte? —Jair solo se río. También se enteró que le decían “El flaco de los tenis”, “El de los blancos” y apodos así por el estilo. Jugó mucho tiempo con sus “tenis”, los cuales le aguantaron un cambio más de suelas.
Un encuentro
Pasaron los años, y estando en una zona de comidas de un reconocido centro comercial, Jair alcanzó a ver una familia sentada en una mesa, estaba un señor al parecer con su esposa y con otros dos adultos más jóvenes. Se acercó con timidez y dijo:
—Buenas tardes, disculpen… —las personas de la mesa levantaron la cabeza y lo miraron intrigados.
—Qué pena con ustedes… —volvió a pedir excusas — ¿Usted se llama Carlos Enrique? ¿Y le decían Carrique?
—Sí, soy yo — contestó el señor sorprendido, miró detenidamente a su interlocutor y de repente sus ojos brillaron — ¿Jair? ¿Eres Jair? El de los guayos blancos… ¡Qué gusto! —se levantó y lo abrazó.
—Hijos este es Jair, el que les conté que inventó los guayos de colores.
—¿En serio papá? Yo siempre creí que era un cuento chino tuyo — dijo uno de sus hijos, y todos se rieron.
—Eh, todavía te acuerdas de eso je, je, je —expresó Jair.
—Claro, pero por supuesto, fue toda una novedad.
—¡Verdad! Al parecer yo fui el primero que usó guayos de colores en el mundo, claro, nunca lo patenté — contesto Jair graciosamente.
—Imagínate que estuve averiguando del tema en estos días, y cómo les parece que los primeros guayos de colores fueron blancos, como los míos, y los comercializaron en España a finales de los años 90 — siguió diciendo Jair.
—Se volvieron famosos en un partido entre España y Yugoslavia en la Eurocopa del 2000, un solo jugador de todas las selecciones de aquella copa usaba guayos blancos, Alonso. En ese partido hizo dos goles.
—Uno de sus goles lo hizo en el último segundo del tiempo suplementario, minuto 94:50, dándole la clasificación a España; su país explotó en júbilo, todavía se acuerdan de ese gol. De ahí en adelante los guayos negros empezaron a pasar a la historia.
—¿Será que yo fui un adelantado en el tiempo? Yo armé los míos a principios de los 80, casi veinte años antes — expresó Jair con una sonrisa.
Jair tomó asiento y continuaron con una placentera conversación sobre su antiguo barrio y sus vidas. Volvió a disfrutar de esa alegre sensación de estrenar sus guayos blancos de Adidas, y de entender que aparte de los buenos jugadores, la cancha de La Frontera también recibió los primeros guayos de colores del planeta.
FIN.
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Encuentro con la brujita del palmar
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