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El crucero atracó en el puerto de Civitavecchia, ciudad sobre el mar Tirreno, fundada por el emperador Trajano en el siglo II, ubicada a unos 70 km de Roma. La dicha los embargaba, ¡conocerían la ciudad de Rómulo y Remo!  El sol brillaba, alegremente desembarcaron, tomarían un tour por su cuenta.

Rio Tíber en Roma.

Imagen 1. Río Tíber en Roma. Imagen de djedj en Pixabay.

Seleccionando el tour

Al lado del estacionamiento se encontraban las compañías de tours, consultaron un par de ellas. Una chica se les acercó llevando un folleto, en perfecto español les pidió que lo observaran sin ningún compromiso, también, los invitó a ver el vehículo —“Una VAN muy cómoda para la familia”.  Los cuatro miraron el auto, compararon las propuestas y eligieron la ofrecida por Amelia.

Ingresaron a la VAN, había agua de cortesía para cada uno, para llegar más rápido tomaron la autopista y no la “Via Aurelia”.  Amelia les hablaba de la región, Cata le preguntó por qué hablaba español tan fluido, les explicó que desde muy pequeña vivía en Italia, eran dominicanos, pero en casa solo hablaban español.

La vía empezó a bordear el mar y luego fue dejando la costa, subían y bajaban pequeñas laderas.  El auto trepó algo lento una cuesta, Amelia hizo una llamada telefónica, el tránsito era escaso en ese momento  Subieron despacio otra rampa, descendieron, entonces estacionó la “VAN” a un costado de la vía diciéndoles:

—Lo lamento, el auto está fallando—la familia se miró sorprendida —pero no se preocupen, mi papá ya me va a ayudar, esperemos unos minutos por favor.

El carro de apoyo

Alejo y Juanjo se bajaron para estirar las piernas, mientras observaban el paso de otros vehículos esperando que alguno fuera el de apoyo, los minutos pasaban.

—Tengo una idea —dijo Juanjo —juguemos “colores de carro”.  Yo escojo el blanco.

—Listo, de una, yo el gris.

Estaban jugando y a lo lejos divisaron un flamante Mercedes Benz de color blanco —“Punto para mí, 8 – 2” —dijo Juanjo sonriendo.  El auto pasó y luego se estacionó a un costado delante de ellos, retrocedió.  El conductor descendió, era un tipo alto, delgado, lucía algunas canas, sonriente saludó y se acercó a la ventanilla de Amelia, intercambiaron un par de palabras.

Auto Mercedes Benz

Imagen 2. Automóvil Mercedes Benz.  Imagen de Ulrich Dregler en Pixabay.

—Familia, les presento a Rino —dijo señalándolo —él es romano, de absoluta confianza, pueden pasarse a su auto.

Asombrado Juanjo tiró de la camisa de Alejo, acercándolo le dijo al oído —Pa’, es un Mercedes nuevecito, no me la creo —Alejo sonriendo respondió —Yo tampoco ¡qué nota!

—Amelia ¿y tú, te quedarás sola? —preguntó Betty.

—Tranquilos, vayan con Rino.  Esta ruta es segura y mi padre ya viene.  ¡Feliz viaje!

Se despidieron. Rino hablaba español con un marcado acento, les dio la bienvenida y los invitó a ingresar al auto.

Visitando Roma

En el Mercedes se sentaron cómodamente, Rino señaló que Roma era una ciudad maravillosa con mucho por conocer, visitarían los lugares más significativos en lo que quedaba del día. Al acercarse a la ciudad la felicidad los invadió ¡estaban en Roma!

El primer lugar que visitaron fue el Coliseo Romano, era colosal, la muchedumbre caminaba alrededor, les llamó la atención la cantidad de “Soldados Romanos” o “Guardia Pretoriana” prestos a tomarse la foto por unos «denarios».  Después, pasaron por el Arco de Constantino, desde allí Rino los trasladó a la “Piazza Venezia» a ver el gigantesco “Monumento Nazionale Vittorio Emanuele II”.  A continuación, fueron a la legendaria y bella “Fontana di Trevi”, rodeada de tiendas, cafés y gelateria, allí no podía faltar la tradicional lanzada de monedas a la fuente.

Fontana di Trevi

Imagen 3. Fontana di Trevi. Imagen de weareaway en Pixabay

Luego, los dirigió al Panteón, un lugar sorprendente e imponente con sus columnas al ingreso, en el interior se destacaba su fantástica cúpula y la tumba del maestro Rafael.

El Vaticano y la pizza

El último lugar por visitar fue el Vaticano, el sitio preferido de Betty.  En el lugar se respiraba paz y solemnidad, la plaza era inmensa, rodeada de múltiples columnas rematadas con las esculturas de Bernini, en el centro estaba el obelisco, todo allí era simétrico y esbelto.

Plaza de San Pedro

Imagen 4. Plaza de San Pedro.  Imagen de rgbanthony en Pixabay.

—¿Quieren comer pizza?  —preguntó Rino.

—¡Sí! Por supuesto —le contestaron.

—Tengo un sitio muy especial, vengan conmigo.

Se dirigieron hasta un pequeño restaurante con apariencia de tienda, Rino orgulloso los invito a pasar.

—Esto está como chiquito ¿no? —murmuro Alejo.

—Querido, yo confío en la recomendación de Rino —anotó Betty.

—Sabes que no soy amante de la pizza.

Avanti, avanti —decía Rino.

Saludó efusivamente al pizzero, Enzo les dio la bienvenida. El lugar era limpio y colorido, tenía un par de mesas, en un costado un refrigerador contenía agua y bebidas. En el mostrador de vidrio se observaban las pizzas en bandejas, en un enfriador había cubetas con helado artesanal, atrás el horno y la cafetera.

—Amigos, estás pizzas son geniales, son qua dra ta, no redondas. Y el sabor ¡Mamma mía! —se paladeaba Rino.

Pizza quadrata.

Imagen 5. Pizza quadrata.  Imagen de josehoracioneto en Pixabay

—Ah, y al Papa le encanta esta pizza.

—¿Él ha venido acá? —preguntó extrañado Alejo.

—Sí, mira ese recorte del periódico en la pared —en el muro había un recuadro con una foto del Papa visitando el local.

Entusiasmado Enzo sacó de un cajón un álbum bien cuidado, les mostró emocionado fotos del Papa, era su tesoro personal.  A continuación, pidieron porciones de pizza de diferentes sabores, estaban exquisitas, Alejo se saboreaba.  Al terminar, Enzo de cortesía les ofreció helado y café.  Salieron de la pizzería conversando animadamente y se dirigieron directo al puerto para continuar su viaje en crucero.

La película

Años después visitaron a la abuela, fiel devota de la “Virgen desatanudos”, se reunieron primos y tíos para un almuerzo familiar, todos lo disfrutaron.  Luego, adecuaron la sala como teatro, movieron sillas y poltronas, prepararon crispetas, verían en Netflix la película elegida por la abuela: “Los dos Papas”.

Desde los más chicos hasta los mayores se engancharon inmediatamente con la historia, de vez en cuando se escuchaba algún comentario, todos seguían la trama atentamente. Finalizando la película Alejo se paró súbitamente y exclamó:

—¡Paren!  ¡Paren!  —todo el mundo lo miraba extrañado —Porfa, devuélvanla un poco —entonces retrocedieron la película.

—¡Yo estuve ahí, estuve ahí, en ese lugar! Miren, miren —gritaba emocionado señalando con el índice izquierdo.

—¡Yo estuve ahí! —dijo mirando a la abuela —comimos pizza cuadrada. ¡Sí! pizza quadrataa ¡exquisita! ¿Sí o no Juanjo?

—El cocinero se llamaba Enzo y el guía Rino. Ve, era verdad lo que nos decían ¡el Papa comió allá! —todos ponían atención —¡yo comí donde también comió el Papa! —afirmó dándose palmadas en el pecho.

—Ay no, entonces este man está santificado ¡Habrá que prenderle una velita! —contestó Dani graciosamente mientras todos reían a carcajadas.

—Ja, ja, no me crean, vea les cuento “…El crucero atracó en el puerto de Civitavecchia, ciudad sobre el mar Tirreno, fundada por el emperador Trajano en el siglo II …”.

 

Relato anterior

Beckenbauer, los sueños sí se cumplen

Referencias

Relato inicial: El viaje que siempre se imaginaron

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