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Hoy me desperté desde mi casa en Finlandia con la esperanza de leer cuáles eran los resultados de la votación durante el plebiscito. Y aunque me entristeció el resultado, no se preocupen que no vengo a hablar de eso, ni tampoco a hacer un análisis de lo que esto significa; para eso están los expertos en el tema. Pero en cambio, quiero pensar en los muchos tatuajes que existen en nuestro país como producto de esta guerra en la que llevamos más de 50 años. Hoy, les hablo de tres casos.

El primer caso que se me viene a la cabeza, es el trabajo realizado por el fotógrafo holandés Niels Van Insperen en el cual mostró una serie de fotos de familiares de los “falsos positivos” de Soacha bajo el título de “Nunca Más”. En su obra, fotografió mujeres y hombres que se tatuaron nombres, símbolos o retratos de sus familiares asesinados por el Ejército de Colombia y presentados como guerrilleros. “Para que el terror no se repita, para entender el dolor del otro, la tragedia detrás de la noticia…” como relata Sara Kapkin en su escrito publicado por Pacifista. Porque las víctimas de esta guerra no solo son las que han sufrido por la guerrilla, también lo que el Estado ha hecho con muchos de nuestros ciudadanos y una razón más por la que debemos vivir en paz.

Pero no es el único caso. También se me viene a la mente la entrevista que le hice a Juan Manuel Galán sobre el tatuaje que se hizo en honor a su padre – Luis Carlos Galán-, en el 2014 para conmemorar los 25 años de su muerte. (Lea aquí la entrevista). Otro caso más de un asesinato que incluyó carteles de la droga y al paramilitarismo. Otro recuerdo más tatuado en una de las víctimas de esta guerra que hoy parece no terminar.

Cortesía Discovery Channel

Cortesía Discovery Channel

Y por último, el caso de los guerrilleros tatuados. Aunque por reglamento, las FARC no permiten que miembros de su guerrilla se tatúen, no tiene problemas con quienes cuando llegan a formar parte de sus filas ya estaban tatuados, según contó Jaime de la columna Teófilo Forero a Caracol Radio. Y este es el caso de Simón Nariño, un skinhead que durante una década fue parte del frente Antonio Nariño. Algunos de sus tatuajes son telarañas, la palabra “oi!” y una golondrina con dos fusiles, como relató AFP.

Algunas historias duelen, otras nos hacen reflexionar y mientras tanto, pienso en los miles de casos que se quedan en el anonimato, que no fueron llevados a ningún museo por medio de algún fotógrafo o que nunca fueron noticia en las páginas de Internet. O mucho mejor, si no tuviéramos que hablar de estos tatuajes.

«Los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen«. Alberto Salcedo Ramos. El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas.

 

@ricardoduranv

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