Una de las cosas que más me sorprende de la industria de los videojuegos es lo desconocida que es para la mayoría.
Hace 30 años no existían los smartphones, ni el Wifi, ni las memorias USB, ni los videojuegos con gráficos realistas. En esa época, los juegos eran algo mágico que aparecían en las tiendas, los jugadores los compraban y los jugaban, y nadie se preguntaba de dónde venían. Ahora, que sí existen los smartphones, el Wifi, las memorias USB y los videojuegos con gráficos realistas, los juegos siguen siendo algo mágico que los jugadores siguen comprando y jugando, y pocos se preguntan de dónde vienen.
Hacer juegos, especialmente en Latinoamérica, es un acto de fe, es construir una industria en un ambiente que aparenta hostil desde afuera, es hacer productos que compiten mundialmente con otros hechos en industrias más maduras, en ambientes aparentemente menos hostiles.
Hacer juegos es el sueño de muchos jugadores, pero hacer juegos no es un juego, no es jugar juegos, no es dejarse llevar maravillosamente por las reglas de los videojuegos, ni introducirse en mundos ficticios para olvidarse de todo. No, hacer videojuegos es una cosa seria.
Todo empezó para mí cuando no había nacido. Mi mamá jugaba Super Mario en el Nintendo y yo me iba construyendo al ritmo de música de 8 bits. He jugado toda la vida. Al escoger mi carrera era lógico pensar que quería hacer juegos, sin embargo era una de esas tantas personas que nunca se había preguntado de dónde viene esa diversión disfrazada de tecnología, así que no sabía ni siquiera cómo empezar.
No empecé bien, debo admitirlo, la carrera que escogí tiene poco que ver con hacer juegos, y después de tres años de la estandarización que sufrimos todos cuando somos embutidos por el sistema educativo moderno, ya la idea se había ido de mi cabeza, exorcizada, condenada, jurando no volver más.
Pero volvió.
Antes de graduarme era obligatorio hacer prácticas empresariales, así que fui como todos los demás a una empresa como todas las demás, a hacer una práctica como todas las otras prácticas. Y ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado hasta ahora.
Esos 6 meses difíciles me ayudaron a entender lo que no quiero ser. Ser como muchos y vivir la vida de embutidos para lo que nos preparan las grandes universidades fue para mí el punto de inflexión de mi carrera profesional. Así que salí, graduada, desembutida y fresca al mundo, para darme cuenta de que no sabía qué hacer para trabajar en lo que realmente me apasiona.
Conseguí una oportunidad rápidamente en la industria, parte de eso fue por ser mujer: las mujeres somos, cada vez menos, la excepción en esta industria, los bichos raros. Así que por lo menos llamamos la atención.
Conseguir mi lugar ha sido un camino largo y lleno de experiencias, he sido programadora de juegos, productora de juegos, tester de juegos, y sé que seguiré explorando en las rutas que la misma industria nos traza a los que nos atrevemos a aventurarnos en sus caminos.
Abro este blog para mostrar los colores de la industria, para poco a poco descubrir el misterio, para que hacer videojuegos deje de ser una cosa mágica, mística, taboo, de locos y sea una cosa de todos. Abro este blog para apoyar a todas las personas que quieran construir con nosotros esta industria, para los que quieran jugar juegos y para los que no.
La industria de los videojuegos pide a gritos voces que hablen de ella, que la quieran y que la amparen, y yo quiero ser una de esas voces.
Tere Muñoz
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