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Ronaldinho fue capaz de hacer el mejor fútbol, así como de perderse su cita con la historia y con el trono que el camino le tenía reservado.

Hay dos personajes que me convencieron de seguir este deporte: mi padre y Ronaldinho. El primero, porque desde pequeño lo acompañé a ver partidos y con él aprendí las bases de esta locura que es el fútbol. El segundo, porque un día me crucé un partido de la Champions League del Barcelona en el que jugaba el brasileño y me encantó cómo movía la pelota. Fue mi primer ídolo, como el de muchos de mi generación. Me vendría a enterar luego de lo que significaba para el fútbol y lo que ya había hecho antes de que yo, en esa tarde de 2005, lo viera jugar. Esta semana anunció su retirada y vale la pena recordar lo que fue, así como lo que no fue.

Mientras yo me adentraba en este mundo, Ronaldinho lo hacía en el fútbol profesional con Gremio de Porto Alegre, tras ganar el Mundial Sub-17 de 1997 en Egipto con Brasil. Con el club de su debut ganó el Campeonato Gaucho en 1999. El fútbol le tenía reservadas metas más grandes y, convocado para el Mundial de Corea-Japón en 2002, lo ganó dando destellos de genio. Recuerdo (por videos), el gol que le marcó a Inglaterra. Nada menos que en cuartos de final, en el minuto 50 y con el marcador 1-1, el entonces número 11 se colocó para cobrar tiro libre, de esos que son un centro en la pizarra. Mientras todo Inglaterra, todo Brasil y, seguramente, todo el mundo esperaba un pase, Ronaldinho cobró dándole un efecto peculiar a la pelota, que viajó hacia el primer palo, dio curva al segundo y se coló por encima del arquero inglés Seaman. En una fracción de tiempo, el cancerbero pasó de la tranquilidad total a entender que ni la Araña Negra atrapaba esa obra de arte.

 

Su mejor momento llegó cuando, después de tres años en el Paris Saint Germain (un equipo diferente al de hoy en día), aterrizó en Barcelona en 2003 (también diferente al de hoy en día). A pesar de no conseguir títulos en sus primeras dos temporadas, la FIFA lo nombró mejor jugador del año en 2004 y ganó el Ballon d’Or en 2005. Su mejor momento llegó en la temporada 05-06, en la que logró ganar La Liga y la Champions con el club blaugrana, además de ser aplaudido por la afición del Real Madrid durante el clásico jugado en el Santiago Bernabéu. Ese día marcó dos goles. En ambos, el brasileño dejó plantada a una defensa blanca que parecía no poder asimilar su juego a la velocidad física y mental de Ronaldinho. Se venía el siguiente Mundial y el 10 del Barça estaba presentando su candidatura a mejor jugador de la historia.

Pero Brasil no ganó la cita, sino que cayó en cuartos tras tres mundiales siendo finalista. Después de eso, Ronaldinho empezó a bajar y a alejarse del trono histórico. Siguió siendo el chico que jugaba a la pelota, reía y se divertía, pero mezcló esa diversión deportiva con otras más nocturnas y todo se fue al carajo. Tuvo destellos, pero decidió irse tras la temporada 07-08 (en la que terminó suplente), aunque Josep Guardiola (recién llegado al banquillo culé) le pidió que se quedara. Aterrizó en Milán, anotó dos decenas de goles en tres temporadas y ganó una Serie A. Volvió a Brasil en busca de la felicidad perdida y, por un momento, la encontró. Ganó la Copa Libertadores con Atlético Mineiro en 2013. Dejó de jugar en 2015 tras pasar por varios equipos en Brasil y uno México.

A pesar de todo, es el único jugador que tiene todos estos trofeos: Copa América, Mundial, Confederaciones, Champions League, Copa Libertadores y Ballon d’Or. También será recordado por ser el padrino de Lionel Messi y por darle su primera asistencia en el Barcelona. Pero, más allá de todo eso, lo más importante de Ronaldinho es el ejemplo que dio. Bueno y malo a la vez. Fue un jugador capaz de acertar como nadie en la cancha y que no fue el mejor de la historia solamente porque escogió otro camino. Difícil saber si lo hizo a conciencia, prefiriendo la vida de la fiesta en vez de la gloria deportiva, o se perdió caminando a la cima. En todo caso, cualquier futbolista joven puede mirar a Ronaldinho y aprender de sus grandes aciertos, así como de sus grandes errores.

Lean mi última columna en Hablaelbalón: FIFA 18: Arqueros jóvenes y baratos que la rompen en el Modo Carrera.

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