Debo confesarles que anoche, tan pronto se anunció el error que había cometido al anunciar a la sucreña Ariadna Gutiérrez como Miss Universo cuando, en realidad, la ganadora del concurso era la filipina Pia Alonso Wurtzbach, no pude evitar una larga carcajada imaginando la reacción de buena parte de los colombianos. Sin embargo, me llamó la atención la andanada de insultos que cayeron para el responsable del error, Steve Harvey. Un presentador de concursos mediocre, sujeto de permanentes burlas en Saturday Night Live por su rol como presentador de Family Feud (concurso que en Colombia era 100 Colombianos Dicen y era presentado, vaya casualidad, por Carlos Calero), cometió un error al leer el teleprompter. Más allá de las denuncias de algunos conocedores de los intríngulis de los reinados (como el diseñador de modas y concursante de realities Santino Rice), es bueno recordar el rumor que circuló en 1992, cuando para sorpresa de muchos, Marisa Tomei ganó el Oscar a mejor actriz de reparto por Mi primo Vinny, y muchos decían que el actor encargado de leer el veredicto, Jack Palance, lo había pronunciado erróneamente. Esos errores suceden en los eventos en vivo, pero Internet se ha encargado de magnificarlos y convertirlos en la comidilla de las redes sociales. Desde el célebre nipplegate de Justin Timberlake y Janet Jackson en el Supertazón de 2004 hasta los populares errores de reinas de belleza que pululan en YouTube, somos expertos en detectar errores.
Sin embargo, hay elementos para analizar allí. Como dijo el comentarista deportivo norteamericano Clarence Hill, recordando la muerte de Andrés Escobar por su autogol en el estadio de Los Angeles, “es algo bueno que Steve Harvey no sea un jugador de fútbol en Colombia. Eso no terminaría bien”. Somos un país donde, aunque nuestra “única tradición son los errores” (Moure y de Francisco dixit), no perdonamos un error que nos perjudique de alguna manera. O si no busquemos al profesor de primaria Soner Ertek, en Lyon, sobre lo que ocurrió cuando jugaba como aficionado en el equipo de Chasselay, y tuvo la desgracia de lesionar a la estrella rutilante de la Selección Colombia, Radamel Falcao García. Su esposa recuerda en una crónica publicada por la revista SoHo algunos de los momentos que tuvo que vivir la familia Ertek. Me permito citar algunos: “Vi la foto de Soner puesta junto a la de un jugador colombiano que fue asesinado. El título era ‘El hombre más buscado de Colombia’”, “Si las Farc quieren recuperar nuestra confianza, que se encarguen de Soner Ertek”. No me sorprendió, entonces, que surgieran en las redes sociales las tradicionales y detestables fotos de Andrés Parra en su papel de Pablo Escobar, anotando en su libreta los próximos destinatarios de sus andanadas criminales, esta vez preguntando cómo se llamaba el presentador del concurso. O, como dijo un personaje al cual no quiero dignificar llamándolo imbécil o tarado, “días como hoy uno quisiera que Pablito estuviera vivo”. Y no me sorprendería, de hecho, que Steve Harvey tuviese que contratar escoltas para protegerse de la ira de nuestros compatriotas defendiendo el honor vejado de la pobre sincelejana.
Pero hubo un ingrediente adicional al insulto para Harvey: el racismo. Como hace algún tiempo escribí aquí con respecto al incidente del comediante Roberto Lozano y su personaje del Soldado Micolta, y hace dos años sobre los neonazis en Bogotá, somos un país profundamente racista. Y no pudimos pelar el cobre de mejor manera como lo hicimos el día de ayer. Algunos observadores de las redes sociales comentaban nuestro racismo con sarcasmo: “alerta de nuevo drinking game: un trago cada vez que veas la palabra ‘negro’ en los comentarios para Steve Harvey” o “sigue así, Colombia”. En palabras del periodista Juan Esteban Lewin, “me encantan los compatriotas que se dedican a insultar a Harvey diciéndole nigger”. O como diría Daniel Arango con dos trinos contundentes:
Como hace poco más de dieciséis años contaba El siguiente programa, somos los campeones mundiales de triunfos morales. Y cuando nos quitan el juguete, como si fuéramos un niño malcriado, hacemos una pataleta infantil que nos deja aún peor de lo que estábamos. Resulta entendible en el contexto nacional, teniendo en cuenta que la identidad colombiana se construyó en el siglo pasado a partir de dos eventos: el reinado de Cartagena y el deporte como elemento cohesionador (la Vuelta a Colombia, el 4-4 contra la Unión Soviética en el Mundial de Chile 1962). Pero si algo tengo claro de nuestra sociedad es que no sabemos perder. Siempre, sin excepción, la culpa es de otros: Steve Harvey, el árbitro español que anuló el gol de Yepes, Nicolette van Dam, Soner Ertek, Andrés Escobar. Somos un país con lo que llaman en psicología «locus de control externo«: todo lo malo ocurre no por nuestros errores y nuestras acciones, sino porque otros influyen en nuestras vidas.
Igual, quiero terminar con un llamado a la tranquilidad y a la sensatez: van a resarcir el error en un año y, muy seguramente, la filipina entregue la corona a la chocoana Andrea Tovar. Después de todo, los reinados de belleza, como la elección de mundiales de fútbol y Juegos Olímpicos, son cuestiones más de política y relaciones públicas. Guarden los voladores para el 2016.
Voyeur: ¿Será que esta es la gran oportunidad para, de una buena vez, ir quitándonos el interés en los reinados de belleza, de capa caída en casi todos los países excepto en nuestras repúblicas? Lo dudo. Y mucho.
En los oídos: I Wanna Get Lost With You (Stereophonics)