Un craso error ha cometido Idartes, la entidad responsable de la política cultural bogotana, al cancelar la invitación realizada al músico venezolano Paul Gillman a participar en Rock al Parque. Antes de empezar este texto, quisiera hacer una salvedad: hace siete años no voy al Simón Bolívar a un Rock al Parque por una simple razón, el cartel no me ha interesado ni ha correspondido con mis gustos musicales. Sin embargo, reconozco y soy consciente de la importancia que ha tenido este festival, durante las últimas dos décadas, para crear un espacio de «sana convivencia». Gillman ha sido, durante años, un férreo defensor del régimen dictatorial de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Incluso, hoy presenta un programa musical en TVes, el canal que surgió después del cierre de Radio Caracas TV. Esa defensa del chavismo provocó la ira de uno de los fundadores de Rock al Parque, el empresario Julio Correal, quien a través de Twitter manifestó su deseo de que «un símbolo de Maduro y su mierda de revolución represiva» se «abriera» del festival. Tras la polémica formada por Correal, hoy Vice confirma que Gillman fue retirado del cartel del festival.
Mi posición personal es clara: pocas cosas han sido tan dañinas para la humanidad, para Latinoamérica y para sus países como el socialismo del siglo XXI y sus metástasis en distintos lugares de la región. Me ha dolido, como pocas cosas, saber de primera mano lo que significa vivir hoy en Venezuela gracias a amigos muy queridos que vinieron a Colombia para escapar de la represión. Es imposible notar el efecto de esa «revolución» «bolivariana»: hoy las oleadas migratorias venezolanas son cada vez más fuertes y han generado, incluso, brotes xenofóbicos que pueden tener efectos peligrosos en nuestra sociedad y provocar la aparición oportunista de un líder populista que, al mejor estilo de Trump o Le Pen, aproveche esa incipiente xenofobia para alzarse con el triunfo en las elecciones de 2018.
Pero creo que ninguna censura funciona. Si comenzamos a hacer un ligero esbozo de los artistas que han apoyado regímenes totalitarios, tendríamos una lista enorme, sorprendente y que deja mucho que desear de poetas, músicos, artistas plásticos, escritores, actores y un largo etcétera. Basta pensar en cómo el mismo Pablo Neruda que escribió Residencia en la tierra, libro capital para entender la poesía latinoamericana, se desmarcó de esos versos y de los poetas no comprometidos indagando sobre la labor de los «gidistas, intelectualistas, rilkistas, misterizantes, falsos brujos existenciales» frente a las dictaduras (Canto general) y dedicó una tenebrosa oda a uno de los peores genocidas de la historia, José Stalin. O en Richard Strauss, uno de los compositores más innovadores del siglo XX, quien fue cercano al III Reich. Y no hablemos de los muralistas mexicanos: David Alfaro Siqueiros, fiel seguidor de Stalin, fue uno de los conspiradores para asesinar a Trotsky en su exilio en el Distrito Federal. Si vamos más cerca, García Márquez siempre defendió la Revolución Cubana y a su amigo Fidel Castro, lo que le causó críticas notorias (desde las de su antiguo amigo Mario Vargas Llosa hasta la brillante disección que hace el intelectual mexicano Enrique Krauze en Redentores) y revelaciones sobre su vida en Cuba que hacen pensar en el «cinismo», como lo llama Octavio Paz (Guy Sorman, Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo), de su defensa de los crímenes de los Castro. Y podemos hablar de otros: Heidegger, T.S. Eliot, Ezra Pound, Jorge Amado, Céline, Marinetti, Cortázar, Mario Benedetti, Sean Penn, Danny Glover…
Cuando se censura, se abre la puerta para que se borren del mundo libros, canciones, películas, obras de arte y series. Hace diez años, cuando ocurrió el célebre caso de las caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands-Posten, Trey Parker y Matt Stone dieron en South Park la mejor definición de las consecuencias de la censura, en la voz de Eric Cartman:
Es simple economía televisiva, Kyle. Todo lo que se necesita para acabar un programa para siempre es sacar un episodio. Si convencemos al canal de que saquen este episodio por los musulmanes, entonces los católicos pueden exigir que saquen un programa que no les guste. Y luego las personas con discapacidades pueden exigir lo mismo. ¡Y así, y así, hasta que Padre de familia no exista más!
Paradójicamente, este episodio ha dado más relevancia a Gillman, conocido sólo en los círculos del metal (y, aunque muchos no nos hayamos dado cuenta, como la voz de Patricio en Bob Esponja). Esto, por una simple mecánica de la censura. Cuando la autoridad (padres, escuela, familia, estado) impiden algo, uno siempre lo busca por la tentación de lo prohibido. Hace veinte años el colegio donde estudié prohibió que en las rutas sonara La Tele en La Locomotora, el programa radial que Santiago Moure y Martín de Francisco hacían en Radioactiva cada mañana. ¿Cuál fue el resultado? Los walkman se convirtieron en posesiones preciadas y se aprovechaba toda salida pedagógica para pedirle a los conductores de ruta que nos pusieran la emisora. La Prohibición en Estados Unidos generó los speakeasies y las mafias, mientras que los libros censurados por los líderes soviéticos dieron pie para una industria de samizdat que persistió hasta la perestroika. Es común que los reproductores portátiles de DVD y las memorias USB llenas de telenovelas surcoreanas y K-Pop recorran, escondidas de las manos del régimen, las casas de Corea del Norte tras llegar desde la frontera china. Y hace diez años Borat, la comedia de Sacha Baron Cohen que habla de un supuesto periodista de Kazajistán, fue censurada en ese país del centro de Asia, lo que no impidió que cientos de kazajos la vieran y que Dariga Nazarbayeva, la propia hija del autócrata Nursultan Nazarbayev, declarara su gusto por la creación de Baron Cohen.
Ahora bien, me pregunto: ¿no habría sido más contundente dejar que llegara Gillman y, cuando hiciese algún gesto a favor de Maduro y Chávez en un escenario del Simón Bolívar, abuchearlo o darle la espalda? Hoy, en tiempos de redes sociales, ese tipo de gestos pueden ser mucho más poderosos que simplemente impedir que se presente. Por el contrario, decirle a Gillman que no venga es una puerta abierta para reducir la ya decaída imagen del alcalde Peñalosa. Es un arma para que las viudas de Petro y de los doce años de izquierda que destruyeron Bogotá utilicen en el proceso revocatorio. En ese sentido, prefiero la respuesta de Arturo Toscanini, el director de orquesta italiano que fue obligado a exiliarse tras no tocar «Giovinezza», el himno no oficial del fascismo: «Ante Richard Strauss el compositor, me quito el sombrero. Ante Richard Strauss el hombre, me lo vuelvo a poner». Que la música suene, que las letras se impriman, que las películas aparezcan en los cines. Y que la propia estupidez de Paul Gillman defendiendo el genocidio y el culto a la personalidad del hombre más dañino de los últimos veinte años en Latinoamérica caiga por su propio peso.
Voyeur: Recomiendo a ojo cerrado Five Came Back, un documental en Netflix que cuenta cómo cinco de los mejores directores de la era dorada de Hollywood, George Stevens (Gigante), Frank Capra (Qué bello es vivir), William Wyler (Ben-Hur), John Ford (Las uvas de la ira) y John Huston (El halcón maltés) se involucraron en los esfuerzos de propaganda norteamericana en la II Guerra Mundial. Con la narración de Meryl Streep y la participación de Steven Spielberg, Guillermo del Toro, Lawrence Kasdan, Paul Greengrass y Francis Ford Coppola, estas tres horas abren los ojos sobre lo que significa utilizar el arte con propósitos políticos. Sobre todo hoy, pensando en lo de Gillman, ver esto no sobra.
En los oídos: The Chain (Fleetwood Mac)
https://muchotrap.com
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Qué raro que a los pseudo progres se les olvide que al gillmanfest no va ninguna banda que no comulgue con maduro y su revolución. Ahí sí no pasa nada, no? Pues el ajiaco se espesa con papa y arracacha, no con hueso. Gillman que cante a su mesías y en Bogotá que suene el rock sin banderas.
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Guste o No, un festival de rock en latinoamérica sin Paul Gillman es como un Ajiaco sin pollo.
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Estoy totalmente de acuerdo!! Este hecho solo refleja que somos súper “open minded” para las cosas que nos gustan o estamos a favor, pero cuando algo nos disgusta, sale a relucir nuestra verdadera cara. Hubiera sido excelente que se hubiera presentado y que la gente reaccionara ante su posición política, estos son los hechos que marcan y tienen impacto, no la censura. Esperaba mucho más de Julio Correal…
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LASTIMA. CHAVISTA O NO ERA UNO DE LOS MEJORES QUE VENIAN PARA EL FESTIVAL.
Y LA DESCISION IGUALMENTE SE CONTRADICE YA QUE ES UNA DECISION POLITICA (CORREAL DICE QUE APOYA A LOS OPOSITORES VENEZOLANOS Y COMO GILLMAN NO DECIDE SACARLO).
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De acuerdo, el acto de vetar y no dejar tocar a este sr. es un acto igualmente politico y dictatorial. Deberia mantenerse la invitacion, y advertirle que si hace manifestaciones de tipo politico puede ser chiflado.
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