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Apoyar las protestas de Pussy Riot dentro de una iglesia y oponerse a las de Femen dentro de una mezquita jode la lógica.
– Aliaa Magda Elmahdy, activista egipcia
Debo decir que encontré reveladoras las reacciones que generó mi opinión sobre El gran colombiano. Lo más revelador fue el origen de las críticas: tirios y troyanos me atacaron por las palabras que escribí, algunos porque creyeron que atacaba a Uribe y otros porque no lo atacaba lo suficiente. La personalidad de Uribe, como la de cualquier caudillo, genera ese tipo de polarización que convierte a sus seguidores y detractores en fanáticos. Infortunadamente, como lo he dicho en ocasiones anteriores, hoy en día afiliarse o apoyar una causa implica volverse ciego a cualquier tipo de comentario que se haga. La crítica, entonces, se vuelve ad hominem: «atacar al que discute y no a su argumentación» (Carl Sagan, El mundo y sus demonios. Bogotá: Planeta, 1997: 235). Y el ad hominem termina volviéndose el guía de un montón de medios mal llamados «alternativos» o «independientes». Así, Periodismo Sin Fronteras y WND no se distinguen de Aporrea y Rebelión, excepto en su «objetivo militar». Y cualquier cosa que implique desprestigiar al respectivo «objetivo militar» es buena y publicable en esos medios.
Voy a plantear una pregunta hipotética para que vean a lo que me refiero. Jorge Lanata (a quien no me canso de recomendar en su Periodismo Para Todos: si lo quieren ver en vivo pongan http://www.eltrecetv.com.ar los domingos a las 8:00 pm -hora colombiana-) se ha dedicado a denunciar el complejo tejido de corrupción de los esposos Kirchner. Como es de esperarse, los seguidores de la pareja al mando de Argentina atacan al periodista por revelar los múltiples tentáculos, con el apoyo de los medios públicos. Al leer lo que decían algunos de estos seguidores, me preguntaba si atacarían a Lanata si hiciera esas mismas acusaciones de, digamos, Mauricio Macri (ex-presidente de Boca Juniors, alcalde de Buenos Aires y reconocido dirigente de derecha), Henrique Capriles, Álvaro Uribe o Peña Nieto. Estoy más que seguro que defenderían a Lanata como un adalid de la democracia y la libertad de prensa. Y viceversa.
Lo mismo pasa con la enseñanza de lo vivido en la historia. Cuando se tradujo el Diario de Anne Frank en Corea del Norte, se asoció la lucha de los judíos contra el nazismo en Europa con la lucha de Corea del Norte contra Estados Unidos. ¿La respuesta de los estudiantes en Pyongyang? «Para llegar a la paz mundial, Estados Unidos debe ser destruido. Sólo así se hará realidad el sueño de paz que tenía Anne Frank». En los libros de texto que el gobierno saudí entrega a sus estudiantes, se enseña que «los monos son la gente del Sabbath, los judíos; y los cerdos son los infieles de la comunión de Jesús, los cristianos».
Verdad de Perogrullo: según el ojo con el que miremos, la dictadura o la ideología es buena o mala. Para algunos, Pinochet y Fujimori son los héroes que llevaron a Chile y Perú a la prosperidad que tienen hoy en día, mientras que Evo Morales y Chávez se encargaron de hundir a sus países. Otros piensan que Chávez es el nuevo Bolívar y Pinochet es un carnicero. Hay otros que pensamos que ambos son dictadores, que ninguno de ellos hizo en vida esfuerzos por ser «democráticos» y sus gestos con respecto a sus países fueron más demagogia que otra cosa. Pero esa galaxia donde estamos los de la mitad está cada vez más vacía: hoy en día se está perdiendo la política como discusión. En el mundo entero se reemplazó la política como proposición de ideas por la política de barra brava, donde todo aquel que no vista mi camiseta merece una puñalada o, cuando menos, una burla descalificante. Roberto Bolaño, en su magnífico e inclasificable texto La literatura nazi en América (Barcelona: Seix Barral, 1996), refleja esa política devenida en cánticos y descalificación con dos hermanos que, además de escribir, dirigen la barra brava de Boca Juniors.
Pero esa actitud no es, ni mucho menos, reciente. Juzgamos desde nuestro punto de vista y evitamos escuchar al otro. Veamos algunos casos: Salman Rushdie es un demonio de ultraderecha por su parodia de Mahoma en Los versos satánicos, pero publicar libremente Los protocolos de los sabios de Sión no tiene mayor problema. Gracias al antiamericanismo ciego de muchos, se ha llegado a una equivalencia de Estados Unidos = Israel, que ha devenido en un antisemitismo que une a extrema izquierda y extrema derecha, como una cinta de Moebius, como bien lo argumentó el escritor francés Bernard-Henri Lévy en su Left in Dark Times (Nueva York: Random House, 2008). Otros, como dice el epígrafe de este post, apoyan la protesta que el grupo ruso Pussy Riot ha hecho contra la iglesia ortodoxa rusa mientras rechazan las acciones del colectivo Femen en los países del Magreb. 
Y no sobra mencionar el ya clásico uso errado de personajes de la historia. El Tea Party utiliza a Lincoln, Washington y Thomas Paine para argumentar su postura de ultraderecha. El mismo García Márquez que utilizó el «mierda» de El coronel no tiene quien le escriba y las figuras exageradas de la Mamá Grande y el Patriarca para criticar al dictador todopoderoso latinoamericano, elogia al castrismo y ve cómo sus mariposas amarillas se vuelven símbolo del país que criticó en sus novelas. Así, símbolos como Bolívar se vuelven tan dúctiles que permiten convertirlo, al mismo tiempo, en el primer conservador, en un cobarde «Napoleón de las retiradas» y en el primer guerrillero. Claro, ambas lecturas viciadas por el color del trapo que ondee el lector.
Para finalizar, quisiera recordar a George Orwell. En 1944, el escritor británico se preguntaba sobre la definición de «fascismo» y mostraba cómo la palabra se podía acomodar a una gran cantidad de ideologías: desde los boy scouts hasta los pacifistas. Se usaba la palabra como adjetivo -cuenta Orwell- para describir conceptos y personas tan disímiles como, entre otros, la homosexualidad, Gandhi, Kipling, los perros, la astrología, Chiang Kai-Shek, la tauromaquia, las mujeres y los granjeros. Orwell concluye diciendo que el fascista y el bully se convierten en sinónimos. Y yo me dirijo hacia otra de estas situaciones: acaso, el problema más grande que nos aqueja es no saber cómo leer más allá de lo que nos conviene y leer el texto completo.
Voyeur: Sé que puedo hilar fino, pero no soy el único en preguntarse por las pancartas de apoyo al alcalde Petro que portan las barras bravas de Santa Fe y Millonarios. Quisiera saber a qué se debe ese repentino apoyo, impensable años atrás (incluso cuando la campaña Goles en Paz se instauró).
En los oídos: Carpet Crawlers (Genesis)
@tropicalia115

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