Advertencia: Si usted es un radioescucha fiel a La Hora de la Verdad, va a la iglesia todos los domingos, quiere que Gabriel García Márquez se vaya al infierno y/o es homofóbico, esta entrada contiene vínculos a música que le puede producir prurito ideológico.
Con todo el respeto que se merece Clara López, canciones como El campesino embejucao ya no parecen despertar el mismo entusiasmo de antes entre los potenciales militantes de izquierda de las grandes y caóticas ciudades del país, aunque ella se esfuerce en bailarlo con toda la gracia y carisma que la caracteriza [Ver vídeo].
Tampoco lo hacen canciones como La ley del embudo de Beto Zabaleta (que tanto gustaba a los del M-19), El rico y el pobre de Oswaldo Monterrosa, ni mucho menos la trova cubana. Aunque certeras en su crítica social, esas canciones pertenecen a otro tiempo y contexto; ahora las cosas parecen distintas y lamentablemente el folclore y la trova, esos géneros emblemáticos (y estereotipados) de la protesta social latinoamericana, ya no son del gusto de la inmensa minoría de tertulianos de izquierda. La mayoría lo que escucha ahora es rock, pop y, sobre todo, reggaeton.
Y es precisamente a punta de reggaeton, rap y algo de folclore que René Pérez (Residente) y Eduardo Cabra (Visitante) parecen haber encontrado una nueva forma de agitar las banderas de la música protesta latinoamericana. La propuesta de Calle 13 es que podemos adquirir conciencia social mientras bailamos reggaeton. Pero como le ocurre a toda propuesta artística exitosa (comercialmente hablando), paralelamente surgen acérrimos detractores. A mucha gente parece molestarle esta propuesta y denuncian su farsa, no sólo por la aparente pobre calidad de sus rimas obscenas y fáciles, sino especialmente por su incoherencia entre su aparente crítica social y su lugar en el showbiz.
Sin embargo, a Residente y Visitante les importará un comino lo que piensen unos pobres periodistas y blogueros mientras sigan vendiendo discos y ganando Grammys. Así mismo, se jactarán de su exitosa fórmula musical que en vez de «infiltrarse en el sistema y explotar desde adentro», como cantan en Calma pueblo, parece que se hubieran infiltrado en la tradición de la música protesta latinoamericana para «explotarla» en la industria del espectáculo, habiendo congregado a importantes cantantes del folclore y figuras como Silvio Rodríguez para que colaboren en sus canciones, y participando en conciertos tributo a Ali Primera. Por otro lado, me pregunto si esto es necesariamente malo; por el contrario, podría ser una forma efectiva de darle visibilidad a Latinoamérica y parte de su folclore en la comunidad global.
Además, independientemente de que la música de Calle 13 sea un producto prefabricado para la industria musical, el asunto creo que radica en qué tan importante es la música para las personas en particular. Para algunos, la música que escuchan es fundamental como representación artística de su visión del mundo y de su actuar diario. Es decir, de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Entonces, la actitud de rockeros con supuesta conciencia social (como por ejemplo Bono de U2) y de grupos como Calle 13 es vista por algunos como incoherente y despreciable.
Pero aunque la coherencia es valiosa, es imposible serlo totalmente en la vida. Pueden haber «izquierdistas snob» conocedores de la trova cubana que en el fondo de su corazón esconden a un pequeño facho. Igualmente, habrán personas que trabajan a diario en favor de los más necesitados y les encanta Calle 13, para ellos la música es simplemente entretenimiento.
En últimas, música y política es un binomio difícil de resolver. Es cierto que la coherencia es importante, pero en política la música es lo menos importante. Al fin y al cabo es sólo eso, música inofensiva, contracultura más que revolución ¿o no?
Calle 13 – Pa’l Norte
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