Sucedió en el Caribe colombiano…
Como custodio de la vivienda, Rómulo cerraba con candado las puertas, en especial la de la entrada, la que tenía –en su reja–el candado más seguro. Era la noche de un primero de enero. Rómulo se disponía a cerrar la puerta de entrada y no encontró el candado en el calado* donde siempre debía estar. Lo buscaron, pero no dieron con él. El calado daba a un patio, y pensaron que había terminado allí, en ese espacio baldío de objetos sin uso. Cansados como estaban iniciaron la búsqueda. El candado, de un bronce fino, debía brillar en medio de tanta chatarra. El rastreo fue rápido, pero sin éxito.
—Esta noche dormiremos…sin el candado mayor —dijo Rómulo con voz temblorosa.
Todos tragaron en seco. A la puerta le arrumaron una pila de objetos, y a la pila le encimaron un nutrido juego de calderetas, de estruendo infalible y caída fácil. Terminado el parapeto se fueron a dormir.
En realidad, aquella fue una angustia infundada: la noche de ese día, primero de enero, el candado siempre estuvo en la puerta principal. Rómulo lo había puesto en las primeras horas del nuevo año. Aquel primero de enero (como todos los primeros de enero) nadie salió de casa. La fuerza de la costumbre llevó a Rómulo al calado y a creer en una pérdida ficticia. Cosas que pasan en ese umbral entre el último y el primer día del año.
Marcelino Torrecilla Navarro
Diciembre de 2022
*Calado: decoración hecha con perforaciones que permiten pasar la luz.
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