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     Por estos días nada como conversar. Es un deleite al que mi esposa y yo le dedicamos gran parte de nuestro tiempo. Las charlas se hacen amenas por ser los dos de la misma ciudad, Barranquilla, y compartir muchos temas y vivencias. La afinidad caribe hace extensas nuestras conversaciones, y donde vivimos ahora, Medio Oriente, la nostalgia nos lleva a sacar recuerdos guardados de la ciudad donde nacimos y crecimos. Me pregunto de qué hablaría hoy si mi esposa fuera de otro país, distante de lo caribe: yo escogería hablar del Carnaval de Barranquilla y de Te olvidé o del 11 de noviembre en Cartagena, y de una correteada de buscapiés. Para mi esposa extranjera mi tema sería información etnográfica.

     Por otro lado, cuando mi esposa barranquillera me dice que en Medio Oriente hay que coger las palabras con pinzas y ser prudente al hablar, nos acordamos de la irreverencia caribe que no sabe de pinzas ni de tacto: Pa joder al alcalde este carae m…

     Y mientras que por estos lares muchas veces la información la cubre el misterio, en el Caribe colombiano todo se sabe. Recurro aquí a una anécdota del periodista Alberto Salcedo Ramos:—Era la época del narcotráfico en Colombia –dice Alberto–, en que se acudía a jueces sin rostro para proteger a quienes impartían justicia. Estaba yo en Barranquilla haciendo cola en un supermercado, y delante de mi había un señor de saco y corbata, a quien la cajera saludó con efusividad: “Buenos días, doctor Jaramillo. Felicitaciones, me enteré de que lo nombraron juez sin rostro.

     Otro tema de nuestras charlas tiene que ver con los arroyos de Barranquilla, y entra en la conversación la vez que intenté saltar un charquito acá–donde raras veces llueve– y me desgarré. No lo entendía, viniendo de la Arenosa, donde saltaba arroyos exigentes, cómo ese charquito me causó dificultad. Caigo en la cuenta de que la última vez que di un brinco sobre un arroyo fue hace añales; claro, con el tiempo perdí la habilidad. La lluvia es parte de nuestro Caribe. Extrañamos su olor, ese olor a tierra caliente y húmeda que la acompaña antes de ver desplomarse un aguacero.

     También hablamos de las tiendas en los Emiratos Árabes, que se parecen a las nuestras en Colombia; y me viene a la memoria que cierta vez al pasar por una tienda de barrio noté a unos parroquianos mientras comían lo que parecía a la distancia algo ligero. Al acercarme, detallé lo que merendaban: era un pan, con unas tiritas de carne por dentro, acompañado de una gaseosa.

El sancocho de tienda es universal le dije a mi esposa. Lo mismo que el cartón de Marlboro con la lista de morosos.

     Nos acordamos también del aviso: Hoy no fío mañana sí, que debe estar en alguna tienda en esta esquina del mundo. En el exterior, mi esposa y yo valoramos nuestra afinidad caribe cuando de conversar se trata: nos devuelve a nuestras raíces y hace que el tiempo pase sin uno darse cuenta.

Marcelino Torrecilla N

Emiratos Árabes

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