Muy raras veces llueve en los Emiratos Árabes Unidos y cuando sucede se convierte en un evento inusual y de poca duración. Por la baja frecuencia del fenómeno, para muchos locales la lluvia es motivo de inmensa emoción.
Al preguntarle una vez a un estudiante emiratí sobre el clima durante sus vacaciones en Alemania, la respuesta inmediata fue: «muy bueno, llovió casi todos los días». Y no, no estaba siendo sarcástico. Aquí la gente ama la lluvia, junto a los los días grises y mojados. La poca lluvia que cae sobre este país del Medio Oriente, deja uno que otro pequeño charco que la gente sortea con facilidad. Sin embargo, recuerdo cierta vez que al intentar saltar uno, sufrí un pequeño desgarre.
La experiencia me puso a pensar sobre ¿cómo, viniendo de Colombia donde saltaba obstáculos acuáticos exigentes, ese charquito me causó dificultades? Caigo en la cuenta más tarde, que la última vez que di un buen salto callejero fue sobre un arroyo en Barranquilla hace ya unos años. Claro, con el tiempo he perdido la práctica y de paso una valiosa habilidad urbana, entre muchas otras, que quedan en desuso al alejarse uno de su tierra.
Concluí que, con tanta agua que cae en nuestro país, los colombianos somos grandes saltadores de charcos, arroyos y parecidos. Si no olímpicos, al menos bastante iniciados en tan noble deporte como lo es el salto largo o triple. Sería interesante saber de nuestra gran campeona mundial, Katherine Ibargüen, qué tanto le tocaba saltar,cuando niña, charcos y arroyos en su natal Apartadó.
Los colombianos comenzamos a saltar desde muy pequeños y la primera practica nos la daban los charcos y corrientes de las fugas de agua que pululaban en nuestras ciudades.
La práctica bajo techo nos las brindaban nuestras madres a la hora de limpiar la casa cuando nos advertían:
– Ojo, acabo de trapear la sala. Ay de quien me la pise. Les toca pegar un buen salto.
La advertencia había que atenderla y el salto darlo. Desafortunadamente, este excelente entrenamiento casero se perdió cuando a mamá le tocó salir de la casa a trabajar o ir a la universidad.
La actividad de saltar se incrementa notablemente con la lluvia y Bogotá debe ser con seguridad la ciudad con el mayor número de saltadores, de llegar a hacerse un censo algún día. Creo, sin embargo, que los campeones deben estar en Barranquilla, que por sus numerosos arroyos tiene la pista natural de saltos, a cielo abierto, más grande del mundo. Uno se encuentra, a lo largo y ancho de la ciudad, con arroyos que perfectamente calificarían para saltos súper extremos.
Lo que uno lleve puesto juega también un papel clave en la ejecución exitosa del salto. Los colombianos, en pantalones, realizan la maniobra en forma relativamente cómoda.
A quien vería en apuros sería a un emiratí en su kandura –traje nacional– superando el inconveniente: sus sandalias saldrían disparadas y serían arrastradas por la fuerte corriente; su brinco sería de corto alcance. El majito quedaría peligrosamente en medio de la corriente: las kanduras se acomodan definitivamente más a los charquitos de Abu Dhabi o Dubai. Cada cosa en su lugar.
Las aguas de un vertiginoso arroyo en plena ciudad son para los habitantes del Golfo Arábigo un cuadro exótico, casi surrealista. Para los colombianos es una escena habitual, y franquear corrientes una actividad cotidiana, un afán más. Efectivamente, muchas habilidades se pierden cuando uno está fuera de su país. Por otro lado, se gana conciencia de realidades como el gran potencial de los colombianos para superar con propiedad uno de los tantos retos que la lluvia impone. Pero muy sobre todo, los colombianos rebasan con marcas sobresalientes el más difícil de todos los obstáculos: el de la adversidad que cada día trae.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi, agosto de 2013
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