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Cuando somos pequeños, pareciera que estamos destinados a vivir una vida de certezas, lineal y progresiva, en donde, al final, la recompensa está en alcanzar la realización, la felicidad y el éxito.

Nos matriculan en el jardín, después vamos al colegio, nos dicen que para ser “alguien en la vida” debemos ir a la universidad y, preferiblemente, estudiar algo que ojalá nos de dinero. Se espera que encontremos el amor mientras aún estamos jóvenes, que tengamos matrimonios felices, un par de hijos, una casa grande y por supuesto una finca para ir a pasear.

Nunca nos mencionaron que la historia de la vida se construye viviendo, que los formatos predeterminados son opcionales y que si no estamos a gusto con esos moldes ya avalados socialmente, tenemos la libertad de construir nuestro propio molde, sin importar a quien incomode.

Creo que olvidaron enseñarnos que existen otras perspectivas, que, en mi opinión, son aún más importantes. Conceptos que tienen un impacto enorme en nuestra salud mental, en nuestra percepción de los acontecimientos y, sobre todo, influyen en la forma en cómo afrontamos la vida en el día a día.

  1. La vida no es lineal: Puede ser discontinua, enredada. No necesariamente todos vamos al mismo ritmo y por el mismo camino. No todos tenemos los mismos intereses, ni queremos llegar al mismo lado. ¡No hay un mapa único para encontrar el tesoro escondido!
  2. Tampoco es progresiva: No, en la medida en que pudiera compararse con un videojuego, de esos con múltiples niveles y prerrequisitos para llegar a la meta. Sí, en la medida en que es dinámica. El día a día nos presenta diferentes desafíos, sobre los cuales hacemos elecciones, tomamos decisiones y creamos realidades, que nos acercan o nos alejan de lo que estamos buscando.
  3. Existe una recompensa al final: ¡La recompensa está en el camino mismo, en la fortuna de experimentar el proceso! Este imaginario de realización, felicidad y éxito, una vez alcanzados los objetivos, es uno de los factores que más remordimientos generan, pues al haber pasado parte de la vida con los ojos y el corazón puestos en el futuro se pierde la posibilidad de estar presente en el aquí y ahora, en donde es posible y necesario celebrar nuestras pequeñas batallas y sentirnos orgullosos de los pequeños logros.
  4. La vida es sinónimo de incertidumbre: La realidad es que hay demasiadas cosas fuera de nuestro control, y, muchas veces, no tenemos más remedio que esperar para saber qué va a ocurrir. La disputa entre esperar y desear aviva nuestra ansiedad, confronta nuestras expectativas del futuro. En ese proceso recordamos lo que nos enseñaron cuando éramos pequeños y empezamos a emitir cuestionamientos como: ¿qué puede estar mal con nosotros?, o ¿por qué no hemos obtenido eso que otros ya lograron asegurar, eso que nos dijeron que a todos nos llegaría? ¿una pareja? ¿el amor? ¿hijos? ¿éxito profesional?
  5. Ser alguien en la vida: ¡Ya somos alguien en la vida! Somos responsables de la construcción de nuestra identidad, no es lo que pasa afuera lo que determina quiénes somos, aunque es verdad que la retroalimentación de otros influye, pero no podemos permitirnos ser el fruto de una constante necesidad de aprobación externa si lo que buscamos es sentirnos plenos y por qué no, felices. Nuestro ser, nuestra valía, no depende de los conocimientos académicos y mucho menos del dinero, pero sí de los valores con los que elegimos vivir nuestro día a día. ¡Estamos destinados a ser esa persona que decidamos ser!

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