“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, esta frase de Gabriel Garcia Márquez, además de ser una de mis favoritas, la encuentro como una explicación sucinta y acertada de lo que implica la existencia. Todos los días construimos memorias, vivimos en los recuerdos de otros, y a través de palabras, esos momentos toman vida de nuevo y al mismo tiempo, nos conectan con algún sentimiento.
Somos las historias que nos contamos, la nostalgia y la alegría que traen esos recuerdos. Somos la versión más reciente de nosotros mismos, ¡no somos los de antes, y lo más recomendable es no pretender serlo!, siempre habrá mucho que perder, si nos aferramos a esa idea de que, a pesar de los años, seremos los mismos, negando así el paso del tiempo y resistiéndonos a lo inevitable, el cambio.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?, ¿Aún prevalecen esas viejas ideas, esas expectativas del pasado?, ¿Te reprochas por no haber alcanzado esas metas antiguas y te frustras por no tener unas nuevas?, de cualquier forma, eso que ves en tu reflejo, es el resultado de tus decisiones, o como lo he dicho antes, de tu indecisión. La vida en el día a día, nos invita al ejercicio constante de tomar acción, solucionar problemas, crear oportunidades, nos da la posibilidad de descubrirnos en nuevas versiones de nosotros mismos, de ser los héroes de nuestra propia historia.
Hace treinta y nueve años empezó para mí esta oportunidad de construir memorias, por supuesto que las más tempranas ya se han desvanecido y algunas otras serán siempre inaccesibles. Las memorias de esos años le pertenecen a mi madre y a mis hermanos mayores, y cuando me las cuentan, vibro con ellas, las reproduzco en mi imaginación, y así las hago mías.
Octubre siempre ha sido un mes muy especial, me gusta el concepto de celebrar mi vida, ¡a diferencia de muchas otras cosas, eso sí me lo tomo muy enserio! Es usual que para esta época del año tenga el corazón inundado de agradecimiento, pues es el momento en el que más visito memorias. Me gusta recordar de dónde vengo y replantearme a donde voy, todo esto, mientras soplo la vela incrustada en una torta de chocolate, y uso un vestido con el que me sienta linda, ese que elijo siempre con anterioridad para esa ocasión.
Pienso en los momentos mas felices de mi vida y también en los más desafiantes. Me vuelvo a contar las historias de todo mi trayecto como migrante en los últimos quince años, las razones por las cuales decidí no tener hijos, las enseñanzas de experimentar la diversidad de otros mundos y culturas, lo importante que es tener un cuerpo saludable. Con risa, recuerdo esa vez que me saboteé en un trabajo y todo salió mal, y hablo de la nostalgia que me invade cuando recuerdo que mi familia está lejos. Me sorprendo de todos los años que han pasado, y de tantas vueltas que ha dado mi vida, reconozco el privilegio de estar viva y rápidamente nombro las estadísticas que hablan de las probabilidades de haber nacido, me digo, ¡que afortunada!, suspiro y después de un momento sonrío.
La experiencia de estar vivos es una narrativa, contarnos historias le da sentido y significado a lo que nos ocurre, nos ayuda a adaptarnos, a redireccionar nuestros pasos, escoger nuestras pasiones. Cada cosa que nos contamos impacta en la forma como nos percibimos, en cómo construimos nuestra realidad y cómo actuamos en ella. Nuestras historias nos abren las puertas a un mundo de posibilidades, nos empoderan o, por el contrario, pueden convertirse en un despiadado verdugo. Al final, siempre tendremos la posibilidad de contarnos nuevas historias, crear nuevas realidades, repensarnos a nosotros mismos.
Y tú, ¿Qué historias te estás contando?
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