Nunca vivió en Colombia, venía de visita porque su familia estaba aquí. Pero se sentía más colombiana que muchos. Y lo promulgaba en sus conciertos, porque sus padres, caleños, le enseñaron a amar canciones como Pueblito viejo y Oropel, que grabó en sus discos y que se tomó el trabajo de mostrársela a colegas suyos tan distantes de nuestra música como Sting y Carole King.
Soraya tenía 37 años cuando murió esta semana, de cáncer de seno. La entrevisté varias veces. Antes del cáncer, cuando se recuperó, y el año pasado cuando vino a Colombia y dijo que se sentía feliz de poder hacer algo en pos de la prevención del cáncer en este país, porque si no trabajaba aquí se habría quedado con el corazón pesado.
La noticia de su muerte, rodeada de silencio, aunque con la impresión en el corazón que dejan las cartas que dejó, ha sido de las cosas más tristes que he tenido que escribir. Aún desde la enfermedad pensó en las otras afectadas por su mal y en dejarles mensajes de esperanza. Eso es algo valiente. Cuando se trata de esto, siento que me quedo corta de palabras. Me queda por su memoria un sentimiento de respeto y admiración.
Mi nombre es Liliana Martínez Polo. Soy comunicadora social con énfasis en publicidad de la Universidad Javeriana y especialista en medios de comunicación de la Universidad de Los Andes. Desde 1998, trabajo en la redacción de Cultura de EL TIEMPO y descubrí mi afinidad con las historias vallenatas y la cultura alrededor. A lo largo de años de trabajo observando el vallenato y en general la cultura colombiana he asumido como compromiso la labor de destacarla, desde sus músicas regionales y, en últimas fechas, desde la gastronomía. Sin embargo, de todos los temas, el vallenato es mi favorito. Por lo mismo, comparto este espacio de observación y promoción de esta música con ustedes. .
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johan – barca9x@hotmail.com – te lo mando por que eres silvestrista
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