Alan Felipe alcanzó a dar cerca de 40 pasos, desde el sitio en donde los tenían hasta la puerta del helicóptero que traía de regreso a la vida a su padre, Alan Jara. El último tramo lo hizo corriendo. Abrió los brazos ya casi en la puerta del aparato, desde donde se le abalanzó su padre. Los dos se fundieron en uno solo. Alan Felipe lo aferró contra sí, arrugó su frente, cerró sus ojos y colocó su rostro justo en el cuello de él, cerró el puño sobre su espalda y con él lo apretó aún más y soltó el llanto que tenía contenido desde hace tanto tiempo. En segundos se les unió su madre, Claudia Rugeles, quien acababa de ahogar con sus manos un grito de júbilo, apenas vio bajar al hombre que había esperado durante siete años y medio.
Allí estaba una de esas cosas del mundo al revés, de las que habló el ex gobernador posteriormente. Esta vez no fue el padre quien abrió los brazos para que su hijo se lanzara entre ellos, como lo hacía con su niño de siete años, al momento de su secuestro. Esta vez fue el adolescente quien le abrió los brazos al viejo para que se lanzara entre ellos, como literalmente lo hizo Alan Jara desde el helicóptero.
Alan Felipe no se separó luego, ni un instante, de su viejo. Lo abrazó una y otra vez. Y una de esas veces le tomó su cabeza con ternura, la unió a la de él, cerró los ojos y se puso a soñar. Parecía que le estuviera dando gracias a Dios, que estuviera tratando de grabarse ese momento por siempre, que estuviera en un sueño del que no quisiera despertar.
Me acordé entonces de aquella foto en la que se veía al ex gobernador riendo, sentado y abrazando a un pequeño chiquillo de 7 años que acostado sobre él, lo miraba feliz. Eran los grandes momentos. Él y su hijo, en libertad. Pero habría de llegar la adversidad, de la mano de los terroristas de las Farc. Y ese chiquillo habría de borrar esa sonrisa y habría de sumirse en esa profunda tristeza con que se le vio una y otra vez. Y su destino habría de cambiar, para alternar sus estudios y la lectura de los libros sugeridos por su padre desde el cautiverio, con las marchas de protesta contra el secuestro y los gritos de ¡libérenlo ya!
Se le vio con una sonrisa plena hace un año, cuando Consuelo González abrazó la libertad y en una reunión con familiares de secuestrados le entregó, personalmente, un paquete de plástico en el que venía, además de las fotos y las cartas, algo que no podíamos identificar en principio, pero que después supimos que era una cuerda que el padre le envió al hijo para que se hiciera con ella una pulsera y no lo olvidara jamás. Es la misma pulsera que Alan Felipe aún lleva en su mano derecha.
Ese día, el de la entrega del paquete de plástico, Alan Felipe se sentó en el piso con su madre. Colocaron sobre las baldosas, bien ordenadas, una junto a la otra, las cinco fotos que recibieron del ex gobernador. Y se dispusieron a leer, allí mismo, todas aquellas letras que les llegaron desde la selva en hojas de cuaderno. Eran momentos de alegría, por saberlo vivo. Pero de una profunda tristeza de tenerlo tan lejos. Y de mucha, pero mucha esperanza, de que el próximo liberado pudiera ser él.
La vida les cambió tanto, tanto, que el día de su liberación Alan Jara dijo que sintió «el dolor de no verlo crecer, sino de oírlo crecer». Porque Alan Felipe siempre le hablaba a través de la radio. Y a través de esta, su padre iba escuchando cómo la voz de aquel chiquillo de 7 años se iba haciendo más gruesa; cómo sus palabras iban siendo más maduras, cómo se le estaba volviendo grande sin poder estar a su lado. Sólo se lo podía imaginar. En las noches Alan Jara cerraba sus ojos y se lo imaginaba. Por eso se sorprendió el miércoles cuando se bajó del helicóptero y fue él quien quedó entre los brazos de su hijo, que lo supera ya en altura, y no al revés. «Nos raponearon ese tiempo», se lamentó en la rueda de prensa. Pero como él también lo dijo, este es momento de ‘echar pa’lante’. Gracias a Dios ya están los tres.
Ahora, señores de las Farc, necesitamos a los otros 700. Porque aún hay muchos hijos que están creciendo sin padre, por cuenta de una guerra sin norte. Por cuenta de unos hombres sin ley.
Ahora, señor Presidente Uribe, necesitamos a los otros 700.
Queremos volver a llorar con ellos en cada regreso. Queremos volver a sentir esa inmensa alegría. Queremos volver a ver más abrazos, más gritos de júbilo, más llanto de felicidad. Queremos sentirnos libres, porque no lo podremos ser del todo mientras haya un solo colombiano cautivo en la selva.
En sus manos, señores de las Farc, en sus manos señor Presidente Uribe, está hacerlo realidad.
Roberto, muy buen artículo, felicitaciones. Que feliz será el día en que todos los secuestrados regresen a sus hogares libres y sin temores.
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Roberto, muy buen artículo, felicitaciones. Que feliz será el día en que todos los secuestrados regresen a sus hogares libres y sin temores. Adelante presidente, ese es el camino.
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Dicen que la mente humana es tan poderosa que borra los malos momentos y solo recuerda los buenos.
pero, parece que a este tipo se le olvido todo y engrandece lo escasamente bueno que le haya podido suceder alla y tambien en su interactuar con sus captores.
Con ese accionar, quizas podriamos decir que afortunadamente no ejercio su cargo.
apoyo y seguire apoyando al señor presidente por siempre.
El articulo un poco desmesurado con el uso de adjetivos y recuerde la escuela dice OJO con la cantidad de adjetivos en la redaccion.
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Roberto, muy buen artículo, felicitaciones. Que feliz será el día en que todos los secuestrados regresen a sus hogares libres y sin temores. Adelante presidente, ese es el camino.
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Roberto, muy buen artículo, felicitaciones. Que feliz será el día en que todos los secuestrados regresen a sus hogares libres y sin temores. Adelante presidente, ese es el camino.
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