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Hay días grises. Muy grises. A pesar de que el sol esté radiante. Porque lo gris no está en el horizonte, sino en el corazón.

Hoy es uno de esos días grises. De esos en los que uno se levanta y no tiene ánimos de hacer muchas cosas. De esos en los que uno parece levantarse cansado. De esos en los que a uno le da un inmenso dolor de cabeza, sin saber por qué.

Y es que a veces la ‘pensadera’ es lo que genera el dolor.

Pero lo peor de todo es no saber por qué está uno así. Un fin de semana muy bueno, con las personas que amamos, un trabajo excelente, un futuro positivo, un presente inmejorable.

Entonces, ¿qué es lo que nos hace que amanezcamos deprimidos algún día? Tiene que haber un detonante. El mío pudo haber sido el regaño que tuve que darle a uno de mis hijos. Pero ¿por qué se queda uno ahí, como doliéndose de ello, y no le dan ganas de hacer nada?

Cuando uno tiene un problema económico, la respuesta es sencilla: enfrentar al monstruo que lo está produciendo. Si uno debe plata y no puede pagar, pues renegocia. Si uno está sin empleo, pues se arma de ánimo y busca presentar proyectos que puedan ser factibles, o hacer contactos que lo puedan conectar con lo que uno quiere hacer. Si el problema es sentimental, también tiene remedio. Uno de ellos es buscar a la pareja, sincerarse y hallar la solución conjunta. Y si no hay solución, el remedio es empezar a hacer el duelo y convencerse de que ese camino se cerró, para luego, ya libre de culpas o resentimientos, volver a rehacer la vida.

Hay muchos otros problemas, mucho más graves. Incluyendo los económicos y los sentimentales.

Pero digo que existen esos remedios porque estamos hablando de problemas tangibles. ‘Me colgué con la cuota del banco’, es un hecho tangible. ‘No tengo empleo’, es otro. ‘Mi novia se fue con otro’, es tangible también.

Pero ¿qué hacer en esos días en los que usted se levanta y se da cuenta de que está deprimido y no sabe por qué? Si todas las cosas marchan bien y usted se siente mal, ¿qué podrá estar pasando? En ese caso podría estar uno de sicólogo o de siquiatra. Y podría irse donde uno de ellos y ‘echar todo su rollo’, pero estoy seguro de que aún así, no sabríamos por qué es que estamos así. Por más magos que sean los médicos, no van a adivinar por qué es que amaneció uno así.

En mi caso, como remedio, decidí escribir para decir que amanecí deprimido. Y decidí decirle a mi chinita (como le digo a mi esposa), que había amanecido así. Ella me dio un muy buen consejo: ‘¿por qué no sales y almuerzas fuera de la oficina, con tu primo Leonardo, y te das una vuelta por ahí?’. Dicho y hecho. Nos fuimos a almorzar. Me tomé un caldo de pescado y me comí un buen bagre, que me subieron el ánimo, por alguna extraña razón.

Pero no se me ha quitado el dolor de cabeza. Tampoco sé por qué me sigo sintiendo así. Sin embargo, ya tengo ganas de escribir de nuevo. Escucho por allá a unos militares que van gritando, haciendo ejercicio cerca de la oficina. Ahí los veo ahora, marchando hacia el batallón. También oigo a los pajaritos, que no han dejado de cantar. Veo los aviones pasar y a través de la ventana de mi oficina ya se asoma el atardecer. El día no ha sido muy fructífero porque aún nos queda mucho por hacer. Y en la medida en que el día se va haciendo más oscuro, mi corazón se va aclarando más. Como que está queriendo retomar el camino. Y más le vale, porque hay un periódico por cerrar.

Recibí otra llamada. Del ‘Tocaima Plaza’. Ensimismado, levanté el auricular y escuché aquella voz que me invitaba a conocer el ‘Tocaima Plaza’. Y en unos minutos me di cuenta que esa voz era la de mi chinita, que quería decirme que más bien nos fuéramos el fin de semana a Tocaima, a descansar. Acordado el asunto, mi mente empezó a volar de nuevo. Y vi en ese sueño despierto a Gladys, a Orlando, a Fernando, a mi papá, a Leonardo, a mi tío, a los dos Andrés (Urrea, mi sobrino; y Santamaría, mi amigo); a mi chinita, a Esteban, a Iván, a Hugo, a Víctor, a Marcelita, su madre y su hermano; a doña Magnolia, a Pipe, a Santiago, a Janeth, a Reynaldo. A Álix, a Kike, a Jasbleydi, a Lucero, a Nicolás, a Juan Camilo, a Ricardo, a Nubia, a Diego, a José Miguel, a Henry, a Luz Dary y a Diego, con quienes el domingo estuvimos en pleno páramo haciendo un asado y con quienes compartimos un día tan feliz.

Estuvimos tan contentos, que a eso es a lo que llamo inyectarse en las venas felicidad. Cada quien hizo lo que quiso, animó y colaboró a su manera, se divirtió a su manera, pero todos contribuímos a hacer unas horas felices que no se habrán de olvidar.

Y pensando en eso es que los ánimos vuelven a mí. Acabo de recordar que cuando estoy bajo de ánimo pienso en todos aquellos a quienes quiero y vuelvo a ser feliz. Y ahora vuelvo a sentirme feliz. Dejemos atrás eso del día gris, eso del gris en el corazón, y llenémonos otra vez de amor, de entusiasmo y de felicidad.

Gracias a todos ellos que hoy, 24 horas después, me volvieron a levantar el ánimo cuando mi alma amagaba con volverse a arrugar. Esta tarde, que aún parecía gris, pensé en cada uno de ellos, y mi corazón volvió a dar un vuelco, pero de felicidad. Ahora siento que los quiero mucho y que tengo muchísimos ánimos para seguirlos queriendo cada día más. Gracias a Dios por tenerlos aquí, en mi corazón.

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