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A nuestro personaje lo vamos a llamar Carlos Humberto Madrid Callejas. Aunque él se presenta en Linkedin con su verdadero nombre, lo vamos a ocultar porque no nos ha dado el permiso de mencionarlo. Pero me llamó la atención el día en que, en su perfil de esa red, hablando de su desempleo, preguntó públicamente “¿cuál es el secreto para no perder la fe en la difícil búsqueda de trabajo?”.

Y agregó a renglón seguido: “Llevo un año y realmente ha sido desgastante. Al principio, puede ser un trabajo que deja mucho aprendizaje y oportunidades de mejora, un momento de transición que te permite reinventarte y explotar tus capacidades Hoy, la tolerancia a la negativa en un proceso de selección es cada vez menor, la frustración aumenta, las esperanzas se diluyen, la incertidumbre aumenta y las presiones económicas propias de las obligaciones como jefe de hogar y cabeza de una familia se multiplican con el paso de los días. Los recursos son limitados al máximo, no permiten hacer inversiones en capacitación u otro tipo de estudios. En conclusión, la fortaleza ante la crisis se va perdiendo mientras aumenta la zozobra”.

No pudo ser más exacto para describir lo que sienten 2’420.000 personas que en Colombia están buscando un empleo y no encuentran nada (cifra a mayo de 2018, según el DANE).

Todas ellas, como Madrid, viven una verdadera tragedia en sus hogares. Al principio no se percibe, pero con el pasar de los días, las semanas, los meses, va minando a una persona, la va llevando de una etapa de esperanza a otra de angustia.

Cada vez que la persona trata de sacar la cabeza, se le vienen encima los pensamientos de todo lo que está debiendo, de lo que debe buscar para poder alimentarse al día siguiente, para pagar el arriendo o la cuota de la casa, para responder por la educación y la salud de sus hijos o de sí mismo, para quitarse de encima las inhumanas casas de cobranzas o los empleados bancarios que llaman sin cesar, le ponen audios en su teléfono, mensajes en el celular y lo amenazan con quitarle todo.

Hay que tener la paciencia del Santo Job para no desesperarse demasiado. Porque la desesperación sí va a llegar si no se solucionan las cosas pronto. Y en ese momento la lucha debe continuar, pero para intentar no dejarse paralizar de la angustia.

Por eso, ahora miro de manera distinta a los vendedores ambulantes y a las personas que se lanzan a los buses y transmilenios a vender chocolatinas, dulces o cualquier cosa que les dé por lo menos para pagar lo del día.

Esas personas, aunque usted no lo crea, no son contadas por el DANE como desempleadas. Las llama subempleadas. Y en el país suman 8’624.000, incluyendo cualquier persona que se haya ganado por lo menos el equivalente a un dólar.

Lo que quiere decir que en plata blanca hay 11’044.000 personas que no ganan lo suficiente para sobrevivir en un mes. Muchos de ellos no cotizan a salud, tampoco a pensión. No pueden. Y viven a diario preguntándose cuál será la mejor manera de conseguir los ingresos que le den tranquilidad a sus familias.

La vida del desempleado

Cuando una persona pierde el empleo, por la razón que sea, empieza a buscar con esperanza. Sabe de lo que es capaz y se inclina por la búsqueda de oportunidades en su profesión o en su oficio.

Las páginas de empleo en Internet son una gran herramienta. Le dicen quién está buscando empleados. Y al principio el desempleado cree ciegamente en ellas.

Pero pronto se habrá de estrellar con la realidad de que para cada empleo se presentan 160, 200, o por lo menos 50 personas. De pronto le llega un mensaje de una de esas páginas que lo felicita y le dice que su hoja de vida pudo ser enviada a tal empresa. Y si ve en otra página de esas, encontrará que sí, que le llegó a la empresa, pero que no la ha visto.

Un seleccionador de empleados de Paz del Río me dijo una vez que le habían llegado 600 hojas de vida para un puesto de jefe de comunicaciones, pese a que quien sea elegido tenía que irse a vivir a Belencito (Boyacá).

Los días van pasando y se convierten en semanas y en meses, en los que no entra un solo peso y durante los cuales se ha vivido solo de la esperanza.

El tiempo aterriza a la persona y la pone a pensar en que hay que buscar plata ya, como sea, al tiempo que busca empleo. Y es cuando empieza a pensar en conducir un taxi, poner un local de buñuelos, una licorera o se lanza a las calles a poner un puesto de sandwich, de perros o de empanadas. Los tamales también son una buena salida.

Con el paso del tiempo se van perdiendo las esperanzas y, lo peor de todo, la fe en sí mismo. La persona ya empieza a pensar que no sirve para su profesión u oficio.

No pierda la fe

Aquí, justo aquí, es donde se impone que cada persona piense que no es la única a la que le está pasando. Que su desempleo no es su culpa. Que hay factores externos que hacen que eso pase. Y que aún tiene oportunidades. Una de ellas es reinventarse. Mirar para qué otra cosa puede ser bueno y optar por el cambio. De pronto ahí está el secreto.

Y aquí es donde necesita del apoyo de la familia, no solo económico sino espiritual. No se trata de decirle ‘tranquilo que ya encontrarás trabajo’, sino de hacerlo consciente de que es valorado, de lo bueno que es para algo, de que es querido, de que no está solo, de que entre todos saldrán adelante.

A quienes tienen empleo hoy les digo que no se quejen por las horas de trabajo o los compañeros o el jefe. Den gracias a Dios. Y quienes no tienen trabajo deben saber que no hay mal que dure cien años. En algún momento ese teléfono sonará y le cambiará la vida para bien.

@VargasGalvis

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