A esos colombianos que se pasean por las calles sin tapabocas o entran a sus casas como si nada ocurriera, o no hacen caso de la distancia de dos metros entre las personas, hay que decirles que estamos en una guerra. Una verdadera guerra.
No hay misiles, ni armas químicas, ni tanques, ni ejércitos. La guerra es entre cada uno de nosotros y la covid-19. Cada uno de nosotros decide si se protege, si la enfrenta, si baja la guardia y deja que lo mande de una vez al cementerio. No es un juego. No es una metáfora.
Los ignorantes pueden estar hoy vanagloriándose y mañana en una UCI o en un cementerio. Nunca sabrán lo que pasó, porque estarán convencidos de que no hay enemigo que vencer y saldrán a las calles desprotegidos, sin tapabocas, sin exigir aislamientos, sin lavarse las manos, sin entender que en cada minuto se están jugando su propia vida.
Hay que entenderlo claramente: salir de la casa es entrar en un campo de batalla. El enemigo es invisible, porque nos podemos encontrar a personas sanas que no saben que llevan consigo el virus de la covid-19. Y esas personas nos pueden pasar el virus, sin saberlo, y nosotros, sin protección, lo recibiremos sin darnos cuenta y se lo pasaremos, con mucho cariño, a nuestros hijos cuando los abracemos, o a nuestra esposa o a nuestros padres o abuelos.
Salir de la casa es meternos en la guerra. Y cada uno de nosotros decide si va con chaleco antibalas, si se pone un casco, si lleva una ametralladora, si se pone las botas, si lleva el morral con los elementos de supervivencia, si se va a enfrentar cuerpo a cuerpo con el enemigo o lo va a hacer desde la lejanía, con armas largas.
Nuestro chaleco antibalas es el tapabocas. Nuestras armas largas son el distanciamiento de dos metros, por lo menos, de los demás. Nuestra estrategia secreta será lavarnos las manos cada dos horas por 20 segundos. Y no confiarnos, sino estar todo el tiempo en guardia, de tal manera que nada nos toque, nada nos afecte, nada nos hiera o nos deje sin vida.
Si en esta guerra lo toca el virus, porque usted no supo cómo defenderse, de pronto ni se dé cuenta. Y llegará, después, triunfante a su hogar, abrazará a su familia y no sabrá que lleva el enemigo adentro. Que se lo está transmitiendo a ellos. Que su amor por ellos se convertirá en una tragedia. Porque, como no se protegió, con toda inocencia resultó afectando, no a su enemigo, sino a los que más quería.
Será en ese momento cuando se arrepentirá de no haber llevado un tapabocas a la guerra, de no utilizarlo correctamente, de no haber exigido que los demás estén a dos metros, de no haberse bañado las manos las veces necesarias, de no haber entendido que, en verdad, la covid-19 es mortal.
En ese momento se dará cuenta de que perdió la batalla, a un inmenso costo, y ya no podrá devolver el tiempo para ponerse el tapabocas o seguir los demás protocolos de seguridad.
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