Estaban todos allí. Jóvenes, casi que adolescentes. Habían salido de su salón de clases, llevados por un extraño profesor, al que le debían todo el respeto pero que los había trasladado a otro asunto que no parecía ser la literatura que debían estar estudiando.
El profesor (Robin Williams) le pidió a uno de sus alumnos que leyera el texto de cátedra que les habían dado para esa clase. “Lea la primera estrofa”, le dijo a uno de ellos. Y él lo hizo. Entre sonrisas y dobles sentidos, los demás lo escucharon.
“El término en latín para ese sentimiento es ‘Carpe Diem’”, les dijo. ¿Quién sabe qué es eso?, preguntó. Y uno de los adelantados de la clase respondió: “Aprovecha el día”.
“¿Por qué el escritor utiliza esas líneas?”, preguntó el profesor. “Porque somos comida para los gusanos, muchachos”, les respondió. “Porque créanlo o no, cada uno de nosotros en este cuarto algún día dejará de respirar, se enfriará y morirá”.
Como estaban en el pasillo, donde aparecían colgados de las paredes los mosaicos de quienes algún día pasaron por ese colegio, les pidió que se acercaran a ellos, los miraran detenidamente y los escucharan.
Cuando todos estaban casi pegados de los mosaicos, les dijo que vieran que no eran muy diferentes a ellos. “Invencibles, como ustedes”, les dijo. “Ellos creen que están destinados para grandes cosas, igual que muchos de ustedes. Sus ojos están llenos de esperanza, igual que ustedes. ¿Esperaron hasta que fuera demasiado tarde para hacer de su vida siquiera un pedacito de lo que eran capaces? Porque como ven, caballeros, estos muchachos ahora son fertilizantes”.
Les pidió que se acercaran a esos mosaicos y escucharan el legado que ellos les dejaron. Y empezó a decir, en voz de susurro, ‘carpe diem…..”, “carpe diem….”, “aprovechen el día muchachos. Hagan de su vida algo extraordinario”.
Esa es una de las escenas de ‘La Sociedad de los poetas muertos’, la mejor película que he visto, llena de una gran sabiduría, que si bien es atribuible a los guionistas, Robin Williams la supo transmitir magistralmente.
Williams nos hizo llorar, reír, pensar, descubrir otro lado de las cosas, pero sobre todo logró que el público lo amara y lo aplaudiera a rabiar.
Parecía que con cada papel que hacía, Williams nos transmitía amor por la vida y nos daba ejemplos sin par, por supuesto, de la mano de sus guionistas. Pero no creo que alguien vaya a olvidar a la señora Doubtfire ayudándoles a los niños a hacer tareas, jugando con ellos y haciendo todas las labores de casa, luego de que el padre de los chiquillos decidiera hacerse pasar por una ama de llaves, con tal de estar al lado de sus pequeños.
Lo descubrieron y Williams nos hizo meter en el corazón ese sentimiento del padre que quiere tener a sus hijos en aquella hermosa escena en el juzgado.
No pudo haber mejor actor para encarnar al profesor Patch Adams, que Robin Williams; ni para convertirse en el robot que aprendió a sentir como los humanos, en ‘El Hombre bicentenario’.
Williams fue más allá de la magia del cine y nos dejó hermosísimos recuerdos de un hombre al que admira el mundo, el que sí puso en marcha aquello de ‘Carpe Diem’, ‘aprovecha el día’, que aunque tuvo una vida con ratos amargos, en realidad lo que hizo fue hacer feliz a millones de espectadores que lo vieron y lo siguen amando a pesar de su partida.
Son muchas las películas y los papeles que interpretó, pero con cada uno, dejó huella. Por ejemplo, ¿usted de cuál película se acuerda? ¿Cuál fue el mejor personaje que interpretó?
Twitter: @VargasGalvis
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