La gente se arremolinó alrededor de las ambulancias en el momento en que empezaron a llegar a la clínica San José, de Cúcuta, los seis policías heridos por un ataque de las Farc y el ELN en el Catatumbo.
Entre esas personas, que eran curiosas, había un hombre que parecía haberse abierto paso para estar en primera fila, y que sostenía en sus brazos a una niña de unos 3 o 4 años que por supuesto pudo ver muy de cerca a aquel hombre en la camilla que no se quejaba, que parecía estar sedado, cubierto solo con unos bóxer y sangrando, especialmente en sus piernas.
La chiquilla también pudo ver a los dos policías, a las enfermeras y a los coordinadores de las ambulancias que con angustia trataban de llevarlo lo más pronto posible para dejarlo en manos de un médico.
En otra foto, de las que estaba escogiendo para la edición del periódico del día siguiente, aparecía otra niña, esta vez de unos 11 o 12 años, parada en un sardinel, mirando al mismo herido, con una cara de terror que parecía ahogar un grito de angustia.
De la primera niña, a quien su padre no debió poner jamás a ver aquella imagen, no puedo intuir qué sintió o qué pensó. De la segunda, era evidente que el horror de la guerra había llegado a su inocente corazón.
Las dos, sin embargo, tenían en común que fueron testigos de una parte, solo una partecita, de lo que es la verdadera guerra en el Catatumbo. Una guerra que pareciera no tener cabida en la mente o en el corazón de millones de colombianos que no imaginan siquiera el terror que otros niños, más sus padres, sus madres y sus abuelos, están viviendo en El Tarra, en Tibú, en Teorama, en las veredas, entre otros sectores de la región.
Y lo están viviendo desde hace décadas, cuando el ELN y la disidencia del EPL decidieron instalarse allí. Y luego cuando lo hicieron las Farc. Y cuando entraron los narcos. Y para todos ellos hubo campo. La maldad se unió. Y es tan fuerte, que hasta lograron sacar de allí a los terroríficos grupos paramilitares, que llenaron de masacres y más pánico a la población.
Hoy el Catatumbo es el botín del narcotráfico, cuidado por las Farc, el ELN y la disidencia del EPL. Por allí se dice que se pasean Timoleón Jiménez, alias ‘Timochenko’, el nuevo jefe de las Farc, por quien el Departamento de Estado de los Estados Unidos ofrece una recompensa de 5 millones de dólares; y ‘Megateo’, el hombre que se supone que es el jefe de la disidencia del EPL pero que a la final es un narco más que se apoderó de la región y por el que el Gobierno colombiano ofrece 2.000 millones de pesos de recompensa.
Todos ellos mandan en la frontera con Venezuela, por la que también pasa el contrabando de gasolina y de insumos químicos para fabricar coca y en la que también están los Rastrojos y los Urabeños, las dos bandas criminales que se disputan el control de Cúcuta, su zona metropolitana y el Catatumbo.
Pero más que fabricar coca, en el Catatumbo también se produce hoja de coca. Una buena parte de los habitantes de la región viven de cultivarla. Hasta el punto que un dirigente se preguntó recientemente qué va a pasar si el Gobierno cumple con su misión de erradicar esos cultivos. ¿Qué van a poner a hacer a los campesinos?, se preguntaba. Y proponía que de la mano con la fuerza de las armas llegaran los procesos productivos para que esa gente inocente, que no tiene otra oportunidad que aceptar ser cultivador de coca, pueda producir otra cosa que el propio Gobierno les ayude a vender.
El Gobierno intensificó sus acciones en el Catatumbo, región para la cual creó la Fuerza de Tarea Conjunta Vulcano, con 2.500 hombres más, que se unen a los otros de la Policía, de la FAC, de la Armada y del mismo Ejército que ya actuaban allí.
Y también decidió acabar con los cultivos ilícitos en la región y golpear así las finanzas de los grupos guerrilleros. Por eso es que ahora están atacando a los policías que cuidan a los erradicadores de cultivos ilícitos en El Tarra y en Tibú.
Explicar la situación que vive el Catatumbo es bien complejo. Tendríamos que hablar de las familias desplazadas, de las amenazas, de la ley del silencio, de las órdenes que dan los guerrilleros para que nadie se mueva del pueblo (y que se cumple por miedo), de los carrobomba que dejan cada rato en la vía de Convención a Ocaña y que no pueden ser desactivados sino días después, de los otros cuatro policías heridos anoche en plenas fiestas en Teorama, de la asonada contra el puesto de Policía cuando iban a detener a dos supuestos guerrilleros que cometieron ese ataque; de los otros seis heridos el sábado en La Gabarra, de los ataques a los civiles, de los otros campesinos inocentes que no saben qué va a ser de sus vidas.
Por eso es que tan importante como la ofensiva militar, lo es que la fase de consolidación se dé desde ya, porque si esperamos a que la zona esté ‘asegurada’ puede que lleguen las ayudas cuando no haya realmente a quién ayudar.
Decirlo es muy fácil, hacerlo es muy difícil, pero qué más da pensar en que una buena estrategia pudiera ser que a hectárea de cultivo ilícito erradicada, hectárea que se le está entregando a una familia campesina para que la cultive, con ayudas para que lo haga y para que lo comercialice. De pronto, quién quita, que por ese camino podamos evitar que se den esas caras de horror en nuestras niñas, como las que vimos frente a la Clínica San José.
Me parece terrible todo lo que esta pasando en el catatumbo todo lo que tienen que ver los niños inocentes por las situaciones por las cuales estan pasando.
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