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Pasó tan rápido el expresidente Álvaro Uribe por Cúcuta, para intervenir en la política de Venezuela, que no alcanzó a darse cuenta de los graves problemas que está atravesando la ciudad y con ella, Norte de Santander.

El expresidente se encontró en el puente Simón Bolívar con opositores al gobierno de Chávez, pero no se alcanzó a enterar de que allí mismo, en donde estaba parado, tan solo el viernes se rebelaron los ‘maleteros’, que son los colombianos que pasan el contrabando de Venezuela a Colombia. Y se rebelaron porque la Policía colombiana inmovilizó la moto de uno de ellos.

Ese es solo un tímido reflejo de lo que está ocurriendo en toda la frontera, en donde centenares de colombianos tratan de ganarse la vida arriesgando su pellejo por entre el río Táchira o por las centenares de trochas que hay por allí, creadas exclusivamente para contrabandear. Es decir que solo en esto ya hay dos problemas: el del contrabando, que no ha podido controlar autoridad alguna; y el de la manera como se pudiera que esos ‘maleteros’ optaran por otra opción de vida.

Y no sé si el expresidente sepa que por debajo del mismo puente en donde estaba, no solo pasa el contrabando, sino que lo hacen los Rastrojos y los Urabeños y las disidencias de los dos grupos que conformaron una tercera banda criminal y que se dedican a extorsionar a los comerciantes de Cúcuta y a las gentes de la frontera, hasta a los mismos contrabandistas y a los pimpineros; y que también han protagonizado verdaderas balaceras hasta a la entrada de Ureña, a donde se llega por el otro puente, el Francisco de Paula Santander.

La guerra entre estas bandas ha llevado a que Cúcuta sea ya reconocida en el puesto 23 como una de las más violentas en América Latina.

Estoy seguro de que el expresidente tampoco alcanzó a darse cuenta, en su afán por cumplir su compromiso con los venezolanos opositores, de que Cúcuta se está hundiendo en materia económica, política y social, sin que a nadie parezca importarle.

El 70 por ciento de los cucuteños está en el Sisbén. Esto nos da dos postulados: o que la gente en la ciudad realmente es pobre, o que hay tal corrupción que muchos de los ricos se están haciendo pasar por pobres para no pagarle a la Nación.

Fue tan rápida la visita del expresidente que ni siquiera podría haberse dado cuenta del grave problema que enfrentan ahora más de mil vendedores ambulantes, a quienes el alcalde sacó del centro y que hoy están rondando las calles de los barrios tratando de sacar el sustento diario.

El alcalde les dio una buena cantidad de posibilidades a los ambulantes, pero todas fracasaron. Solo dos vendedores se han reubicado en donde les ha sugerido el mandatario.

Cúcuta se volvió una ciudad del rebusque y su esplendor de aquellas épocas en las que el venezolano llegaba a comprar con fajos de billetes en la mano se acabó. Porque el bolívar se cayó y ahora es al colombiano a quien le resulta mejor ir a comprar al país vecino.

Entonces, es común ver vacíos los almacenes de la capital nortesantandereana y avisos de descuentos y de promociones que buscan atraer a quienes tengan algún poder adquisitivo o a los pocos venezolanos ‘ricos’ que aún llegan a la ciudad.

Seguramente el expresidente tampoco se dio cuenta de que en la ciudad, como en todas las demás del país, la salud está colapsando. Y que si es cierto el temor de que otra EPS cierre sus puertas en Cúcuta, habrá miles de ciudadanos que no sabrán qué hacer y se centrarán los servicios en unas muy pocas, lo que redundará en la calidad de la prestación del servicio que de por sí ya es pésima.

Tampoco pudo darse cuenta de que, por cuenta del Ministerio de Educación, en los colegios oficiales de Cúcuta no hay porteros, ni administradores, ni aseadores, por lo que a los padres de familia les toca asumir esos oficios sin recibir dinero a cambio o aportar de su bolsillo para que otros lo hagan.

Fue tan rápido el viaje, que no creo que haya podido siquiera oler las ollas podridas de la corrupción, la de las bandas criminales, ni la del narcotráfico, que están azotando a la ciudad sin compasión.

Por supuesto que no estoy diciendo que el expresidente sea el culpable de ni siquiera uno de todos los problemas que está padeciendo la ciudad. Tampoco que haya sido su obligación resolverlos o hablar de ellos en esta fugaz visita. Pero sí estoy afirmando, claramente, que antes de meter las narices en los problemas de otros países, los colombianos tenemos que mirar al nuestro y comprometernos realmente con su solución. Con soluciones reales, no retóricas.

Es por eso que los cucuteños, estoy seguro, esperan una visita del expresidente Uribe, pero esta vez con un poquito más de tiempo, que le dé oportunidad de hablar con los gremios, con los ambulantes, los pimpineros, las gentes que a diario luchan en sus calles por llevar el pan de cada día a sus hijos y para quienes cada vez es más difícil hacerlo.

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