La travesía comienza en Bogotá, cuando se toma la carretera que conduce a Choachí y cuya promesa es una hora de inclementes curvas. Mareada, llego al inicio de mi destino: el Parque Aventura La Chorrera. Mis guías son Liliana Cifuentes y Martha Rodríguez, dos jóvenes del municipio empeñadas en enseñarle al mundo un paraíso espiritual aún desconocido por muchos. Ha llovido, pero hoy el cielo augura sorpresas.
La caminata inicia en el Alto de Chuscas, desde donde se ven La Bolsa, El Amarillo, El Purgatorio y Alto Grande, los cuatro cerros que rodean La Chorrera. De lejos, un hilo de agua de 590 metros de altura aparece en medio de las montañas. Es la cascada más alta del país en caída escalonada. Para llegar hasta allá debemos caminar once kilómetros (5.5 yendo y 5.5 regresando), casi cinco horas si se opta por hacer un recorrido tranquilo y contemplativo. El paseo continúa por una vereda. Se puede parar en una huerta orgánica para comprar productos de la región –yogurt, cuajada, quesos– o reparar fuerzas antes de adentrarse en un angosto camino que hace 111 años era utilizado por grupos indígenas para ir a Monserrate y Bogotá.
Luego de treinta minutos nos espera la primera sorpresa del camino. Se trata de El Chiflón, una cascada de 55 metros que permite a los turistas atravesarla por detrás, a 40 metros de distancia de su acelerada cortina de agua. En ese punto comienza el trayecto más largo para llegar a La Chorrera. Por el camino se atraviesan quebradas, nacimientos de agua, cuevas formadas en piedras gigantes que sirvieron a los indígenas de refugio, un sendero rural y un subpáramo de bosque nativo en donde predominan los chusques –plantas similares al bambú– los arrayanes, los helechos y los musgos.
Caminamos en silencio, oyendo el sonido de los pájaros y de las botas pantaneras luchando contra el barro. De repente, el paisaje se abre para presentar un cuadro con decenas de piedras de diferentes tamaños cubiertas con lama. Nos preparamos para entrar al bosque de las bobas. El nombre se lo dieron por estar rodeado de palmas bobas, una especie de palma helecho de 12 metros de altura que hoy se encuentra en vía de extinción. Allí nos espera otra de las paradas ineludibles del recorrido. Se trata del árbol guamillo, bautizado como el árbol de los deseos. Mis guías me indican que debo abrazarlo, cerrar los ojos y pedir un deseo. El bosque de las bobas desemboca en la quebrada La Ondariza, en medio de los cerros El Amarillo y Alto Grande. Cientos de gotas de agua caen con delicadeza. Se deslizan por la roca y el musgo en un movimiento preciso, hipnótico, armonioso. Todo sucede de forma natural, sin esfuerzos. Todo es perfecto.
Estamos cerca. Ahora hay que subir, poner a prueba las piernas y esperar. El enérgico sonido del agua nos guía. En medio de las ramas comienza a dibujarse una forma líquida larga y poderosa. Y, de repente, ahí estamos. El camino termina, el cielo se abre y aparece La Chorrera.
Desde este punto solo podemos ver cinco de sus siete caídas. La cabeza no alcanza a inclinarse lo suficiente para observar el inicio de su flujo, ese chorro rápido, inmaculado y majestuoso. Es el momento de contemplar, de rendirse a su belleza y expandir el alma. Entonces todo se convierte en agua, inmensidad y sonido.
Te invito a consultar mi blog: www.laventanavioleta.com
Para tener en cuenta
Le entrada al Parque Aventura La Chorrera está en el kilómetro 24 vía Bogotá–Choachí.
El ingreso cuesta $8.000 por persona.
El servicio de guía tiene un valor de $20.000.
Lleve agua, impermeable por si llueve y botas pantaneras, pues el camino suele estar embarrado.
En las noches de luna llena se realizan recorridos nocturnos que debe reservar con anterioridad.
Excelente crónica.
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que bonito, voy a ir no se cuando pero voy a conocerla.
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