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Por @karlalarcn

Llego a mi casa, entro un poco cansado. Me siento y pienso en el día que tuve. En ese mismo instante escucho en la parte de arriba, en el segundo piso, pasos, movimientos de muebles. Tengo nuevos vecinos. Llevo viviendo en ese mismo espacio de 37 metros cuadrados más de 3 meses e imaginaba que ese apartamento no lo habitaba nadie.

No conozco a nadie de los que viven a mi alrededor, no sé sus nombres, no sé a qué se dedican pero conozco sus vidas íntimas como si viviera con ellos y ellos conocieran la mía.

Mi vecino de la derecha, está cansado de su trabajo, tiene problemas de salud, hace el amor con su mujer regularmente los viernes y al terminar discuten. La mayoría del tiempo su mujer está sola en la casa. En las tardes, toma una botella de vino, se sienta en el balcón y llora.

El de la izquierda trabaja a toda hora, a todo momento. Su mujer está cansada de la situación y lo ha amenazado con irse de la casa, pero la cosa se complicó un poco. Él tiene amante.

¿Ellos qué sabrán de mí?, ¿que soy colombiano?, ¿sabrán qué quiero hacer acá, a qué vine?, ¿o simplemente se limitarán a sentirse fastidiados por la música en español?

En las tardes, cada vez que llego a mi casa, me siento, me sirvo mi plato y me siento a comer en esa soledad que ya se volvió mi amiga y con la cual tengo buena relación. Es en esa soledad cuando escucho a mis vecinos, pienso en ellos y quisiera ayudarlos. Me gustaría decirle a mi vecino de la derecha que vaya al médico que su problema puede causarle problemas graves con el tiempo, que cambie de trabajo, que se libere de cargas laborales. Me gustaría hablar con su mujer, ayudarle y no dejarla que llore sola todas las tardes sentada en el balcón.

En cuanto a mis vecinos de la izquierda, me gustaría decirles que vayan a una terapia de pareja, que salgan y se diviertan, que vuelvan a buscarle la chispa al amor y al matrimonio que de chispa se debe llenar la vida para sentirla nuestra. Termino de comer y me acuesto a dormir.

Al otro día a la misma hora de la mañana, coincidimos las 3 “familias” en salir de casa. No nos saludamos, no nos miramos. Se cierra la puerta y salimos cada uno a su vida diaria, sin embargo, quisiera saludarlos, desearles buen día, decirles que son mis amigos… mis amigos desconocidos.

Qué maldita fuerza nos apega a no dar un saludo, a sentirnos ajenos, a que estamos en una burbuja donde no pueden entrar los otros, donde sentimos que un simple saludo puede ser causal para problemas… pues yo sé cuál es esa fuerza: la indiferencia.

Algún día yendo a mi casa, pensando en cualquier cosa, en una parada de bus se subió una mujer que me dejó impactado, me pareció muy linda: ojos claros, cara bonita y con un aire de soledad que me llamó mucho la atención. La seguí con los ojos, se sentó y simplemente miró hacia el horizonte perdiendo la mirada entre los Pirineos.

La miraba de vez en cuando y me preguntaba, ¿dónde vivirá?, ¿quién es?, ¿qué hace?, ¿a qué se dedica? Hasta que era momento de bajarme del bus, mi parada se acercaba. Le dije adiós con la mirada y busqué la salida. Al bajar del bus me quedé parado ahí, como una piedra, al ver cómo esa mujer se bajó en la misma parada y entraba al mismo bloque donde vivo. Subió unas pequeñas escaleras y entró a ese apartamento donde hacía algunos días escuchaba ruido de objetos moviéndose. Sí, era mi vecina.

Nunca le hablé, nunca supe su nombre. Sabía que comía a la misma hora que lo hacía yo. Nunca la escuché hablar con nadie, no le conocí la voz, pero al igual que mis otros vecinos, entró a ser parte de mis amigos desconocidos.

Dos meses después, estaba juntando mis cosas para salir de ese apartamento a vivir en uno menos costoso que encontré. Ellos ya habían salido a sus labores diarias, el de la izquierda a su mismo calvario de trabajo, el de la derecha a su trabajo también pero con su matrimonio en un sin salida. Se fueron a hacer sus cosas y no se enteraron que me iba, que les deseaba lo mejor en sus vidas, que encuentren la felicidad y que desde ahí en adelante serían mis amigos… MIS AMIGOS DESCONOCIDOS.

De la niña del segundo piso no volví a saber nada. Sus zapatos se callaron ocho días antes de irme. La foto es de los Pirineos, desde el bus que me llevaba a mi casa.

Twitter: @karlalarcn

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