Bogotá – Colombia. Estamos a días, pocos por demás, de conocer el pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre la tutela que en su momento la Corporación Taurina de Bogotá interpuso por la violación de dos derechos fundamentales que afectaron su actividad empresarial en el mundo de los toros.
La tutela ya paso por dos juzgados y ahora la Corte sentará su voz en el proceso que se espera con ansiedad. Desazón que no solo embarga a todos los taurinos, sino también a los mal llamados antitaurinos, liderados desde su posesión como alcalde, por el señor Gustavo Petro, otrora buen senador de la Republica de Colombia, hoy burgomaestre empoderado de violaciones a cuanta norma, Ley, pronunciamiento o raciocinio se le ha atravesado a su criterio absurdo.
En principio, negoció votos con los grupos animalistas a cambio de “combatir” las corridas de toros en la ciudad. Votos que en efecto llegaron a sus arcas, arcas que por cierto no se llenaron mucho, pues, fue electo como alcalde de la ciudad de Bogotá con la votación más pobre de la historia de la capital colombiana. Pese a ser electo por unos pocos, él no ha podido entender que fue electo para gobernarnos a todos los que vivimos en esta ciudad y que un gobierno no se hace con criterios mezquinos, unipersonales y populistas. Por eso no me equivoco al decir que la democracia del gobernante se perdió en el Palacio Liévano con la llegada de Petro.
La idea del exguerrillero, hoy alcalde fue empezar a pagar el pacto contraído con los distinguidos animalistas, y en ese momento se fue en contra de la Corporación Taurina de Bogotá, empresa que con más de diez años de antigüedad estaba rigiendo los destinos del coso capitalino. El método, romper de forma unilateral y amañada el contrato que le daba legalidad a la actividad de la empresa liderada por el doctor Enrique Vargas Lleras, con quien el alcalde cordobés no congenia desde tiempo atrás. Bueno, digamos que el señor Petro no va con los miembros de la familia Vargas Lleras, prueba de lo cual está la “pelea” emprendida, como también la que inició con el exministro de vivienda German Vargas Lleras, hermano de Enrique, a quien también le hizo el feo en sus actuaciones, sin importarle dejar a miles de familias pobres de la capital sin el derecho a tener un techo digno como resultado de un programa presidencial para construir casas gratis para los menos favorecidos.
Los taurinos durante todo este tiempo hemos sido respetuosos de las leyes y pronunciamientos, e incluso de las disposiciones generadas desde el despacho del alcalde costeño, pero cada vez son más los embates del burgomaestre que nació en tierras donde los toros hacen parte de la cultura y la historia de sus antepasados.
Ahora, cuando como ya decía, estamos todos con la ansiedad de conocer el pronunciamiento de la honorable Corte Constitucional, el hijo de Don Gustavo y doña Clara Nubia, sacó una nueva estratagema para birlar, el posible fallo del alto tribunal colombiano. Eso si dentro de los más altos intereses por preservar la vida de los bogotanos.
Dice el alcalde, que para evitar una posible desgracia en la que se puedan perder vidas humanas han tenido que cerrar la Plaza de Toros de Santamaría incluso durante el año 2014, mientras se le invierten al escenario $17 mil millones de pesos para intervenir la estructura del coso capitalino, según él porque podría derrumbarse. “A otro perro con ese hueso”, reza un viejo adagio y es muy cierto. Un cuento chino para seguir impidiendo la realización de los espectáculos taurinos en la plaza bogotana. La excusa es que existen grandes fisuras en la estructura, lo cual no es verídico, pues la fisura que se presenta esta en la fachada de la plaza, obra que fue construida como trabajo adicional a la plaza misma. Una cosa es la plaza y otra la fachada. Ahora bien, esa fisura se presenta en la parte frontal de la plazoleta ubicada sobre los altos de la puerta 4, y esta fisura se presenta hace más de quince años, si es que no es más tiempo.
La fisura se presentó en su momento por el peso del asta de la bandera que se soportaba en la mampostería de esa pared. Que hay un daño, es verdad, que es estructural no es verdad. Y es que para quienes no lo saben, y parece ser el caso del economista alcalde, la plaza de toros de Santamaría fue construida sobre una mole de piedra. Mole que le costó prácticamente todo su capital a Don Ignacio Sáenz de Santamaría, pues en medio de la construcción se encontraron con la novedad de las gigantescas rocas, impedimento que incluso hizo que se tuviera que modificar el diseño inicial y que las puertas que deberían quedar a media altura de los tendidos, tuvieron que ser reubicada en la parte alta de la montaña donde se construyó el monumento nacional que constituye la plaza de toros. En fin a otro «Petro» con ese hueso, hueso birlador de las normas y posiblemente del próximo pronunciamiento de la honorable Corte Constitucional.
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