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Ni duque… ni archiduque,  ni conde, ni rey, ni príncipe, ni nada que se le parezca, aguanta el ‘trono’ de esta nación. Colombia es un volcán en constante erupción, y nuestro bisoño mandatario está sentado en su efervescente cráter. Siempre lo he manifestado, a quien aspire a llegar a ser presidente de este país, uno de los siguientes móviles lo impulsa: o ama profundamente la patria o, simplemente, una ferviente codicia por el sombrío poder lo excita. Y sin temor a equivocarme puedo decir que por lo menos el 99% de quienes han llegado a la primera magistratura de Colombia (en los últimos 50 años) lo han hecho por esta última razón.

Me produce urticaria el pensar tanto en los incontables desaciertos de Juan Manuel Santos, como en el que Iván Duque y su incipiente cúpula militar hayan bajado la guardia ante la inseguridad que se vive en este desequilibrado país. El terrorismo en Colombia jamás va a desaparecer mientras existan el feroz resentimiento guerrillero, la podredumbre estatal representada en la corrupción y los mortíferos tentáculos del narcotráfico. Dudo mucho que, antes de 200 años, pueda ser extirpado ese tridimensional cáncer que a diario carcome a nuestra amada Colombia. Hizo bien el presidente, a mi modo de ver, suspendiendo los diálogos con la guerrilla del Eln. Su reputación los precede. El cinismo al aceptar la responsabilidad en el cobarde atentado en la Escuela de Cadetes General Santander, estremece las vísceras. Con esos sectarios no se debería negociar nada.

La raíz de todos los males, eso que todo lo pudre en Colombia y en cualquier país, no es la subversión, sino la corrupción.

Ante una demostración tan cruenta como esa, no podría ser otra la respuesta del gobierno. Bienvenidas aquí las palabras de García Damborenea: “Con los terroristas en activo no cabe una negociación digna: o se conserva la dignidad y no se negocia, o se negocia y se pierde la dignidad. Hay que escoger.

Como era esperarse, hubo quienes a toda costa se opusieron a que el presidente se levantara de la bendita mesa. Unos con argumentos más sensatos que otros, como aquél reflexivo que no quiere ver desatada una barbarie como las ya vividas en nuestro sangriento pasado. En lo personal creo que, tanto la exagerada condescendencia con la espantosa subversión, como la posición extremadamente guerrerista resultan nefastas. Cincuenta años dándose plomo con la guerrilla fueron más que suficientes para que cualquiera con mediana sensatez, concluya que por esa vía los gobiernos han sido incapaces de erradicar el mal de raíz; entre otras porque la raíz de todos los males, eso que todo lo pudre en Colombia y en cualquier país, no es la subversión, sino la corrupción, la proterva depravación estatal. La odiosa guerrilla en Colombia, no es causa, sino una abominable consecuencia del poder corrupto y criminal. Pero en fin, quiera Dios que este gobierno ejerza como si la guerra todavía estuviera pasando por su más elevado clímax, acometiendo contra la subversión con firmeza determinante, e inmunizándose día tras día de tanto enemigo que desde adentro pareciera estar relamiendo su erguida y dócil oreja.

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