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“Jefe de campaña”

Como “jefe de campaña” de Gustavo Petro, hay que reconocerlo, Álvaro Uribe Vélez ha sido extraordinario..

Le ha abierto espacios y cedido ventajas en su ansiosa carrera hacia la Casa de Nariño, que ni el mismo Petro, creo, pudo haber llegado a imaginar, jamás.

¿O quién a estás alturas sería capaz de negar lo fundamental que ha sido Uribe en el ascenso del petrismo en las encuestas de cara a los comicios presidenciales?

Desde su segundo gobierno y mucho antes, empezó el declive de Uribe, que no ha hecho otra cosa que cebar las recalcitrantes aspiraciones del petrismo por llegar al poder “supremo”.

Gustavo Petro y cía. hoy están, probablemente, más cerca que nunca de abrazar las espesas mieles que impregnan el “honorable” Palacio de Nariño, gracias, en gran parte, al hastío, sinsabor y decepción que el uribismo ha dejado a su paso en 20 años de gobierno, teniendo a Álvaro Uribe Vélez como el principal mentor y adalid de tal desmoronamiento.

Un hundimiento incesante de un nombre que, lejos de producir en el pueblo colombiano lo que llegó a producir a principios de siglo XXI, hoy se asocia inescindeblemente a malas prácticas politiqueras; artificios, ambiciones, codicias, amiguismo, investigaciones judiciales y señalamientos a granel que se remontan a mucho antes de llegar por vez primera a la presidencia de la república. Señalamientos que no son objeto de esta columna, empezando porque el país no necesita (eso creo) que cada semana le estén recordando las razones por las cuales la imagen del expresidente y la de su partido están hechas trizas. (Como buen expresidente de Colombia que se respete, claro está. Y como todo partido político existente: degradado hasta más no poder).

Qué harto es hablar de cómo Álvaro Uribe Vélez ha venido de más a menos. El tema ya de por sí hace brotar pústulas gigantes.

Y no solamente él, el uribismo se ha ido al garete. Casi que “a diario”…nos topamos con escándalos de corrupción al interior de esa colectividad, un nuevo caso de «pillaje» aparece de la nada, asociaciones paramilitares, indagaciones por doquier, ¡en fin!… la “extrema” derecha en Colombia, en menos de una década, perdió por completo -y no creo estar exagerando- todo lo que había ganado. Sus glorias se volvieron infamias, sus conquistas se volvieron vergüenzas, su orgullo se volvió ignominia y la construcción de sus proyectos se volvió la degradación de sus valores.

Magistrados, congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales, en fin, un sinnúmero de sus esbirros colgados del mástil de la oprobiosa “picota pública”.

Mejor dicho, nada que envidiarle a otros partidos políticos cuya reputación no puede estar más deshonrada.

Así las cosas, si Gustavo Petro llega a la primera magistratura de la nación, agradecerle al desdeñado uribismo una vez se ponga la roída banda presidencial, no sería descabellado, en absoluto.

La derecha en Colombia en aras de salvaguardar un activo tan importante como indiscutiblemente lo es la Seguridad – en mayúscula-, ha “sacrificado”, “pulverizado”, mejor, otros valores sumos, no menos trascendentales y valiosos para un Estado que se precie de ser “democrático, social y de derecho”, como la Honestidad, la Transparencia y el Equilibrio. Y por eso, todo indica, miles, millones tal vez, están decididos a cobrárselo al uribismo definitivamente en las urnas. Dándole la oportunidad a una izquierda que por supuesto también ha sabido y ha demostrado qué es gobernar “con las patas”. Y caer bajo, muy bajo.

Qué desgracia.

Corolario de lo anterior, Petro y sus “hordas”, a pesar de su desgastada reputación, sus batallas perdidas, sus salidas en falso y lo mal acompañado que pueda estar, tiene en esta ocasión su gran oportunidad de alzarse victorioso, incluso en primera vuelta.

Cuán fabuloso sería que pudiera haber una tercera opción; fortalecida, sólida y posible, que se apartara del ambicioso y funesto “bouquet” de la derecha y el pestilente “amargor” de la izquierda.

Una tercera opción que no llevara consigo la decadencia de reelecciones pasadas y el trasnochado estribillo del “mano firme, corazón grande”; ni el pestilente sabor del “perdón social” y el espanto de la “Primera línea”.

Pero, desgraciadamente, no existe.

¿O sí?

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