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La doble moral campea. Ahora resulta que el buen esposo, el excelente padre de familia, el ciudadano honrado, el más importante deportista del último lustro y el de mejores réditos económicos dentro y fuera de la cancha, el sucesor de Michael Jordan y el precursor  de Obama; el superhéroe Tiger Woods es poco menos que un psicópata. Ahora, para la godarria estadounidense y -por extensión- para la conservadora sociedad mundial, ya no resulta tan buen partido: ahora es un pésimo padre (un «mal ejemplo para sus hijos», según su esposa) y un mal marido (con eme y no con pe, como muchos y -sobre todo- muchas, prefieren llamarlo).

Ya su performance deportiva no parece tan deslumbrante. Si antes igualaba en proezas a Joe DiMaggio, Muhammad Ali y Carl Lewis, ahora apenas es equiparado con las hermanitas Williams (con quienes comparte el mérito de brillar en deportes de tradición «blanca»). Si antes del 27 de noviembre de 2009 su estampa evocaba el «Black Power» de México 78 y su presencia mediática hacia recordar la figuras de Luther King y de Malcolm X, lo cual hizo que varios analistas gringos lo consideraran un antecesor político del primer presidente afroamericano de Estados Unidos, ahora su nombre es sinónimo de perversión moral e incorrección política.

Ya no puede ser digno maniquí de prestigiosas marcas como Gatorade, Guillete, Accenture, Adidas y AT & T. Ya ningún político quiere posar a su lado y ya el gremio caníbal -y racista- del golf expresó su rechazo por la alevosa afrenta a los buenos modales de la cultura yanqui que son también los de la cultura occidental. Ya no es el excluyente ídolo de los niños que superaba en popularidad a Buzz Lightyear. Ya nadie cree en el gentleman que trata con consideración a sus contrincantes menos dotados y ya pocos le reconocen la simpatía con la que atiende a sus miles de fans. Ya el Tigre no es el Adonis de ébano -mejor sería decir «la pantera»- que hace delirar a las féminas que no contentas con verlo a través de la tele, van al green con el afán voyerista de observarlo en la manipulación eficiente de su palo.

En efecto, difícil es no encontrar una irónica relación entre el oficio de Woods y el escándalo en el que está inmerso: su maestría con el instrumento deportivo parece directamente proporcional con el talento para administrar su adminiculo natural. Por usar un palo para cada hoyo es que está en problemas. Situación que hace emerger una paradoja: lo que en el campo de golf es virtud en el terreno sexual es pecado. Lo que todos aplauden al verlo enhebrar sus bolas en los 18 orificios de los diferentes Máster que siempre gana, es lo mismo que todos -al menos la mayoría- repudian al escuchar los testimonios de las dueñas de los hoyos ocupados por el numero uno del escalafón de golfistas profesionales.

Ya la cara de niño bueno no convence. Ya los suaves y coordinados ademanes de su swing son vistos como una prueba de su exacerbada lujuria. Exaltada sexualidad en la que Tiger es un auténtico campeón: su hándicap es de lujo al superar la vieja cifra que atribuía un número de siete mujeres por cada macho. El «par» sobre el campo de este golfista es de trece bogey -trece damas- en las que el supuesto sátiro hizo «hoyo en uno» ¿Es por eso un enfermo? ¿Es ese un indicio suficiente para que le diagnostiquemos el mal del Marqués de Sade? ¿Su mediatizada promiscuidad lo convierte en un sexopata? «Tiger es un sexo-adicto» arguyen los médicos oportunistas que aprovechan la moralina massmediática para mascullar sus disparatadas teorías que no son otra cosa que remiendos cosidos a punta de hormonas, feromonas, mandamientos de la Ley de Dios y religión.

¿Qué es ser un enfermo sexual? Ejemplos podemos dar por montón (aquí en Colombia el ejemplo de ejemplos es el violador Garavito), pero en ninguno nos cuadra la dulzona figura de Tiger Woods. Cachón, arrecho, culipronto, ganoso… cualquiera de esos apelativos coloquiales le caben, pero eso de enfermo sexual sólo se  le puede ocurrir al Star System de Hollywood -incluida CNN, Yahoo, FOX y ABC- que quiere sacar réditos económicos de una marca como la Tiger que tiene el poder de registrar más dolaretes que Beckham, Cristiano Ronaldo y la Sharapova juntos: el Tigre ganará 82 millones de dólares en este 2010 sin haber pisado el césped. Además, si de enfermedad se tratase, tendríamos que hablar de epidemia ya que la generalidad de varones quisiéramos tener esas oportunidades que tuvo el buenazo compañero de Winnie de Pooh.

¿Machismo? Puede ser. Sin embargo ese sentimiento emerge aquí como algo puro. Algo totalmente exento de hipocresía. Al menos espero que los moralistas reconozcan eso.

Just do it (Hazlo) dice el slogan de Nike que el Tigre promocionaba. Por esa razón la multinacional gringa decidió separar a Woods de los comerciales en los que aparecía ese lema. Una medida estúpida si se tiene en cuenta que «el mal ya estaba hecho» y que -probablemente- el juego de palabras les hubiese podido favorecer (no es descartable pensar que muchos decidiesen comprar productos Nike en reemplazo de viagra). Pero esas censuras -lo dice la historia- sólo contribuyen a alimentar las leyendas: hoy por hoy Tiger es sinónimo de vigor sexual y las declaraciones de sus múltiples amantes lo pintan como un insaciable cuyo tamaño de miembro haría palidecer de envidia al Tino Asprilla. Señoras y señores, demos la bienvenida al estereotipo que dice que los negros la tienen más grande… ¿No será -entonces- que detrás de todo esto hay un velado racismo o una evidente envidia? Tranquilos amigos, es sólo una pregunta.

Ahora, además de su aura imantada para atraer verdes del Tío Sam (y de contera, a las damas que van detrás de Don Dinero) y de sus dotes para quebrar records deportivos, será honrado por la historia como un galán como el que más. Como el Mandela de las artes amatorias. Como un Don Juan que supo poner el palo en el hoyo más esquivo. Todo ello pese al disgusto de varias de ellas y la inconfesable admiración de todos nosotros. Amén.

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