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Mirada breve al trabajo de un hombre que propone la anacronía como fórmula para revisitar el rock. A este señor, el término ‘vintage’ o ‘revival’ le queda pequeñito pequeñito.

Hoy, además, un análisis a lo que anda ocurriendo con Rock al Parque.

Disculpen la demora en la salida de este post… ¡he tenido mucho trabajo!

 

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Cuando pienso en los años 20 y 30 -próximamente tendremos que aclarar de qué siglo estamos hablando- se me vienen a la mente imágenes como la botella de colonia Old Spice que mi abuelo mantenía en la repisa detrás del espejo. ¡Era eterna! Nunca se acababa. También pienso en ‘Los intocables’ y en el foxtrot. Pero todo se basa en imaginería, es decir, en una mezcla de imaginación e ingeniería para articular todo eso que pensamos que era aquella época.

 

Bueno, pues resulta intenso ver el enlace histórico que logra Max Raabe, un cantante barítono alemán de jazz de salón que se dedicó, junto a su Palast Orchester, a hacer arreglos y versiones -al particular estilo de comienzos del siglo pasado- de algunos clásicos del rock. El asunto podría pasar por una rareza ridícula si no se tratara de tan buenos arreglos: no hay elementos que parezcan forzados y, por momentos, da la impresión de que estas canciones que hemos conocido de hace algunas décadas realmente le pertenecieran a otra época.

 

Este es el señor Max Raabe y su versión de ‘Sex Bomb’ (clásico en la voz de Tom Jones):

 

 

 

Esta es su versión de ‘Lady Marmalade’:

 

 

El trabajo de Raabe se parece, por supuesto, al de otro personaje que vimos hace un par de años en el blog, el genial Richard Cheese. Pero con el alemán hay algo particular, más concentrado a la evocación de un momento histórico. Parte de esa reconstrucción es esta canción, titulada ‘Tainted Love’, ¿recuerdan las múltiples versiones de Soft Cell, Marilyn Manson y, por supuesto, la original de Gloria Jones?

 

 

Otro regalo de Raabe, ‘We Will Rock You’:

 

 

Y bueno, si alguien se ha sentido ofendido por alguno de estos covers, entonces no tengo otro remedio que regalarle este “hermoso” arreglo mariachi de ‘I Want To Break Free’… que se lo gocen:

 

 

 

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¿Ha muerto el Festival Rock al Parque?

 

Esa es una sentencia que suelo escuchar y leer en algunos foros de fervorosos, apasionados y siempre polémicos defensores de la escena rock nacional: que Rock al Parque ha muerto, que debería llamarse ‘Rosca al Parque’, que todo se ‘perrateó’ desde que las bandas internacionales se hicieron más importantes que las nacionales, en aquellos años 90 fascinantes en los que el Distrito tenía encerrados a los roqueros en la Media Torta, en un porcentaje de asistentes muy inferior a lo que hoy conocemos por ese monstruo distrital.

 

Por supuesto, como era de esperarse, ha despertado mucha polémica el cambio de dirección del festival. Antes estaba Daniel Casas, y antes de él, Héctor Mora, y todos los que han colaborado. Ahora, la dirección parte de un grupo de gente más joven en la escena, nombrado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá.

 

Yo no creo que Rock al Parque haya muerto. Y no creo que muera por un cambio de administración. Suponer eso sin haber visto lo que pase en julio es juzgar apriori. Y decir que viene muriendo desde hace un tiempo se contradice con la masiva asistencia que cada año se multiplica. Pero claro, coincido con los críticos en cuanto a que meter más gente a un parque no debería ser una medición de éxito.

 

Esa fue una de las reflexiones que planteé en un comité asesor al que la gente de la Filarmónica me invitó a participar. Acá pueden ver quiénes hacemos parte de ese comité de voluntarios sin ánimo de lucro en la tarea: músicos, productores de conciertos, mánagers y periodistas. Allí, todos comentamos un poco acerca de lo que pensamos del festival y en nuestras voces estaban reunidas las inquietudes que nos suelen llegar a través de otros, como por ejemplo “por qué no se trata a los músicos nacionales como a los internacionales, con el mismo tiempo y con la misma preparación de sonido”, o “por qué no establecer un pago simbólico para que la gente comprenda que asistir a un evento significa responsabilidad y que tiene un valor”. Uno de los músicos propuso algo muy interesante: “¿por qué no que cada asistente lleve una lata de atún que se envíe a los hermanos afectados en Haití y Chile?”. 

 

Toda esta apertura tiene cierto sentido. Si el mantel de la duda se centra en si hay una gran rosca, en si antes las decisiones se tomaban a puerta cerrada, acá hay algo más abierto. Ya es un avance. Y he insistido en estos encuentros que toda esta información debe hacerse transparente para toda la gente, pues los bogotanos y los visitantes deben seguir haciendo un voto de confianza en Rock al Parque, y la honestidad siempre será el camino.

 

Aunque no necesariamente todo lo que propongamos va a tener una aplicación, porque al fin de cuentas solo somos asesores. Yo propuse, entre otras cosas, la descentralización del festival: que en lugar de incomodar a 300.000 personas entre un parque, peleando por un ladrillo en donde pararse, Rock al Parque se convirtiera nuevamente en varias plataformas simultáneas, una por ejemplo en un parque en Usme, otra en el norte de la ciudad, otra en la Media Torta, etc. Pero es claro que esa propuesta no se va a materializar, pues parte del truco de que la ciudad le apueste a un festival de tanta envergadura radica en esa cifra rimbombante en la estadísticas. Solo así, un presupuesto gubernamental le apostará a soltar el ‘billete’ necesario…

 

Creo que quienes mueven hoy Rock al Parque están haciendo la tarea. Les tocó asumir el cargo muy tarde, y eso los ha puesto en el riesgo de no alcanzar a concretar muchas cosas que quieren hacer, pero ahí van… ¡Hay que tenerles fe! Estando adentro, he visto cómo es de complicado negociar con artistas ¡Hay mucha maña en los mánagers de las bandas!

 

Para que el festival funcione y no se crucen los cables en cuanto a, por ejemplo, las negociaciones que andan adelantando con bandas internacionales (que otro empresario privado les arrebate el artista en una negociación bajo cuerda), se nos pidió guardar la reserva de lo que se habla en estas reuniones. Y es algo que voy a respetar, aunque no comparta totalmente la idea.

 

Sin embargo, ya hay algunas cosas que creo que puedo ventilar sin estar violando la tarea del comité…

 

– Empecemos por el hecho de que este año puede haber la gran innovación de que un artista principal estaría auspiciado por un patrocinador privado. Eso no pasaba antes. Es un buen augurio.

 

– No es cierto que la agrupación Lacrimosa vaya a venir a Rock al Parque, pese a que uno de sus integrantes pusiera el dato en su MySpace. Esto proviene, al parecer, de negociaciones de intermediarios no autorizados. Otra página confirma que vienen Puya Biohazard…  ejem… ehhh… ejem…  😉

 

– Próximamente saldrá el famoso documental sobre la historia de Rock al Parque. Próximamente significa que ya para junio estamos hablando de una premier y de que la gente pueda verlo antes de ir al Simón Bolívar.

 

Ya no va a existir la tercera tarima. Tanto Álvaro ‘el profe’ González (Radiónica) como yo consideramos que esto es una falla, pues sentimos que el ambiente que se generaba en ese escenario era particular, era como suelen ser los festivales de rock del mundo: la gente tirada en el prado, viendo a sus artistas, ‘parchando’ en grupo. Eso resulta más atractivo que esas montoneras de gente en el escenario plaza.

 

Y bueno, hasta ahí les adelanto, para no violar el convenio. Espero comprendan… 

 

 

Suerte y pulso.

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Yo, Carlos Solano, su autor, soy periodista, ejerzo actualmente como subeditor de Cultura de EL TIEMPO y trabajo con la música desde mediados de los años 90. Espero disfruten este recorrido.

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