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halloween bogota

En Bogotá no se hace nada. Casi todos los municipios de Colombia tienen sus fiestas, rumbas, vírgenes, carnavales y otro tipo de celebraciones, para liberar el alma de sus ciudadanos con risas, baile, rumba, un tanto de lujuria y desenfreno, pero la capital no tiene nada de eso, y lo necesita a gritos.

La ciudad va a cumplir años, y lo único que hemos logrado hacer para celebrarlo es el famoso festival de verano y la media maratón de Bogotá; estos eventos por más grandes que sean, y por más que muevan miles de personas, no involucran la verdadera alma de los bogotanos.

Estamos muy lejos de cosas como el Carnaval de Barranquilla, de Blancos y Negros, la Feria de las Flores, de Manizales o de Cali, los festivales vallenatos e incluso las ferias de los pueblos, porque parece que creemos que nos debemos comportar moderadamente y que el bogotano debe ser calmado y prudente en su forma de actuar, o incluso, habrá algunos que creen que ese “relajo”, es propio de “la gente de los pueblos” y no de “la gran capital”, que debe verse cosmopolita y elegante.

Los carnavales, ferias y fiestas son el circo del pueblo. No sólo se da para que la gente esté distraída, sino para que liberen todas sus tensiones, celebraciones y frustraciones en un espacio colectivo, donde no hay juicios, vergüenza ni señalamientos; donde las personas se pueden desinhibir de una manera apropiada, sin que nadie les diga que están locos. Las sociedades que logran hacer esto, son más felices, porque saben que ese día, liberan todas esas energías y problemas que cargan en el día a día.

¿Que los bogotanos no somos así? Carreta. Somos rumberos, alegres, desinhibidos y algunos hasta bailan bien; y si a esto se suma que en la ciudad vive gente de todas las regiones del país, es mucho más fácil lograr la actitud para gozarse el evento.

Hay por lo menos 4 evidencias claras que los bogotanos somos gozones y nos gusta el relajo, y que si se crea un carnaval en la ciudad, esto sería exitoso y tendría beneficios enormes para nuestra cultura y apropiación ciudadana.

Hay tres antiguas y evidentes. Los partidos de la Selección Colombia. Como en todo el país, la ciudad se congela cuando juega la Selección, y si gana, sobre todo en un partido importante, la gente sale a las calles a celebrar, gritar, bailar, tomar trago, botar harina y huevos; como se hacía en las épocas de elecciones antes que se prohibiera, donde la gente de la ciudad convertía el día de la votación en una verdadera fiesta de la democracia, donde los bandos se enfrentaban con alegría, pendones, banderas y colores, pero esto se acabó por los desmanes de unos, donde nuevamente el exceso de derechos y por las acciones delictivas de unos cuantos, nos robaron una fiesta en la que nos involucrábamos. Lo mismo hacíamos con la navidad, donde las familias enteras se reunían en maravillosas fiestas, donde todo el barrio se involucraba en “echar pólvora”, poner la música y la comida, y la alegría se compartía sin límites.

Estas fiestas nos las mataron por miedo, porque no es correcto botar comida, muchos niños se quemaban con pólvora, y porque en las elecciones habían personas violentas, y en vez de educarnos y encontrar salidas educativas en el proceso, o incluso productos sustitutos, amedrentamos a la ciudad, diciéndole que lo que hacemos es malo y peligroso, y se prohibió la alegría en la ciudad. Es cierto, hay menos niños quemados, menos riñas y no se desperdician huevos que se podría comer, pero también es cierto que la ciudad perdió el alma, las celebraciones; se tornó gris, pese al rojo de sus ladrillos.

Distintos gobiernos de la ciudad han intentado hacer de todo, como la maratón, el festival de verano, traer a la ciudad los carnavales de todas la regiones, la feria de las colonias, pero nada toca el alma del bogotano, que se queda sentado en casa, con la nostalgia de las fiesta del ayer, y viendo cómo la navidad de sus hijos no es como la suya, que las elecciones son una “mamera”, y que los que salen a celebrar por el fútbol, terminan a la merced de los vándalos criminales, que creen que ser hincha es un tema de vida o muerte.

Sin embargo, queda una esperanza, un rayo de alegría que año tras año toma más fuerza y que las organizaciones de fiesta, rumba, restaurantes y placer de la ciudad deberían levantar como una bandera enorme que le devuelva a la ciudad su alegría, y con eso la apropiación ciudadana, el respeto y cariño por la ciudad, y que se convierta en un espacio que libere el estrés de esta loca urbe: el Halloween.

Cuando llega el mes de octubre, la ciudad cada vez más se viste de naranja, rojo y negro, como resaltando el hermoso color ladrillo de esta mágica y contenida ciudad, y las personas piensan no sólo en tener dulces para los niños, sino disfrazarse una vez al año, liberando todas sus inhibiciones y dejando volar sus sueños. La ciudad se llena de superhéroes, enfermeras y policías sexies, zombies y demás alegorías a los sueños, deseos, frustraciones y fantasías que bebés, niños, adultos y viejos tienen, y sin límites comparten en enormes fiestas, que comenzaron en las casas, se tomaron los bares y restaurantes, y ya son normales en empresas públicas y privadas, permitiendo que la gente libere su alma sin medida pero controladamente.

Convirtamos esta fecha en un enorme carnaval, donde caben niños y ancianos, costeños y llaneros, que sea una o dos noches, que convoque a los católicos y a los ateos, analfabetas y doctores, ladrones y honestos, homosexuales y ortodoxos, a todos, a todos. La ciudad necesita ese día, esa locura, esos gritos, esos colores; regalémosle a la ciudad una noche de disfraces, donde todos seamos lo que deseamos ser, bailemos sin preguntar, riamos como nunca, los fuegos artificiales se tomen el cielo, mientras los costeños y los vallunos se burlan de como bailamos los cachacos, y los paisas y los santandereanos nos venden cosas.

No pensemos que es una celebración extranjera, religiosa, una cosa global, o que es un día comercial de la industria de los disfraces y de los dulces; es el día, que los bogotanos hemos escogido para ser felices, donde el más enseñorado cachaco se disfraza de Supermán para divertirse, donde se brinda por el pasado y futuro, donde los dulces nos hacen reír más de lo normal, porque desde niños, hemos usado ese día para ser lo que soñamos, y decírselo al mundo sin importar lo que nos digan.

Yo creo que mi hermosa ciudad de rojo ladrillo, puede volver a ser alegre, comprometida, colectiva, apropiada y respetada, si le devolvemos su alegría, sus risas, sus colores, y le pintamos la noche con sueños e ilusiones, de todos los que viven en ella. La cultura ciudadana no son sólo mimos y cebras, son saltimbanquis, Batman, mujeres en ropa de dominación, cavernícolas y hasta novias que buscan esposo.

Estamos a tiempo. Este octubre la ciudad puede cambiar para siempre, solo continuando lo que espontáneamente ha pasado por años. Solo salga disfrazado en la noche de Halloween, y encargase de pasarla bueno y hacer que alguien la pase igual, y les juro que la ciudad volverá a brillar con sus ladrillos y la enorme magia que tenemos los bogotanos.

Esto lo debemos hacer todos, no el alcalde ni sus instituciones. Debemos tomarnos lentamente las calles, y que para el próximo año, nos tengan que dar permiso para cerrar algunas vías, parques o lo que sea; no dejemos que sea una cosa de un alcalde, sino de nuestra ciudad, de nosotros, porque nos gusta y lo vamos a hacer bien. Así, Bogotá volverá a hacer y le devolveremos su alegría.

@consumiendo

www.camiloherreramora.com

Por si le interesa, ayer escribí que sobre el valor de las marcas en los consumidores

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