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Por A. Moñino

Matute

Cuando era niño en mi casa teníamos la figura de acción de Poncharello, ese policía motorizado que protagonizaba la serie Chips, quien junto a su compañero no sólo protegían a la ciudad en sus súper motos luciendo gafas oscuras, sino que además hacían parapente, karate, jugaban voleibol playero, entre otras cosas; todo muy cool. Casi tanto como los chicos de 21 Jump Street, encabezados por Johnny Depp que en chaqueta de cuero y jeans capturaba hampones. Además de ellos, había otros policías todavía más invencibles, aún más poderosos como Robocop, que conservaba algunas virtudes de lo humano y la infalibilidad del robot.

Imposible con esos referentes no armarse un imaginario del policía ideal, del tipo buena onda casi omnipotente que se enfrentaría hasta con el diablo para proteger a la ciudad. Más aún, si se tiene en cuenta que lo más cercano a un policía antagónico era el oficial Matute, un tipo más bien torpe y bonachón que tenía que perseguir al buen Don Gato y su pandilla, incluido al tierno Benito, pero que aún así no daba espacio al desprecio y muchísimo menos al miedo.

Lamentablemente, uno va creciendo y los personajes de la tv toman su verdadera dimensión, que no es ni más ni menos, simplemente creaciones de ficción con el fin de entrar en historias para entretener, y eso con frecuencia está bien lejos de la realidad, por desgracia. Sólo hace falta ser adolescente para empezar a ver cómo son los policías reales y a medida que uno crece la prensa misma o la vivencia propia le darán cuenta de que esa imagen de la policía que se forja en la infancia es la idealización de la justicia que en la vida real es bien coja, en algunos lugares más que en otros.

Por supuesto, no se trata de estigmatizar una profesión, porque sin duda en la policía hay personas buenas, que realmente tratan de cumplir con su deber y ayudar a la comunidad. Pero a la institución sí le caben algunas preguntas sobre sus métodos y principalmente sobre la transparencia con la que asumen sus errores.

Y para evidenciar lo anterior sólo hay que remitirse a los hechos recientes en Ferguson, Estados Unidos, que además han tomado un matiz de racismo: un policía asesina a un menor y no pasa nada. Además, aparece un video, ese sí parecido a Chips o a Robocop, en el que otro policía gringo mata a otro joven y tampoco parece tener mayores consecuencias.

En Colombia un agente mata a un muchacho que hacía graffitis y sólo hasta que se arma el escándalo mediático la policía parece asumir el problema y a enfrentarlo. Luego otra ciudadana cuenta que se logró librar de un atraco en el que se querían llevar su bicicleta, pero mientras realizaba la denuncia sí le desvalijaron la bicicleta.

O esta denuncia de una retención, al parecer, arbitraria sin ninguna respuesta de la policía:

Actualización: Una vez publicada esta entrada, al día siguiente aparece la noticia de una niña de 11 años que fue atropellada en Ubaté, Cundinamarca, por dos policías que, según dicen no atendieron a la niña herida, además la policía no ha asumido su responsabilidad a pesar de los videos existentes.

Actualización 2: Capturan al subcomandante de la estación de policía de Timbiquí por supuestamente ayudar a la guerrilla en el ataque reciente a Gorgona.

Actualización 3: El viernes 5 de diciembre asaltan una estación de carabineros y roban 14 armas. En Bogotá la policía no se protege ni a ella misma…

Actualización 4: El subcomandante de la policía en el Cauca, además de otros dos integrantes de esa institución, eran cómplices de una organización de narcotráfico.

No pretendo desconocer la importancia de la labor de la policía, pero probablemente empiece a sospechar menos el día que deje de haber actualizaciones frecuentes para este post, o por lo menos cuando un agente de tránsito antes de poner una multa deje de sugerir de cualquier forma una salida económica inmediata a la infracción que vaya sólo en su beneficio propio.

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