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Por A. Moñino

Imagen de El Tiempo

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Mis papás toda la vida me tuvieron embaucado con el cuento de la importancia de estudiar, que la única herencia que me dejarían era la educación, que teniendo buenas calificaciones llegaría el progreso (entendido como esa condición que le permite a uno tener una vida cómoda y ganar cada vez mejor) y que si seguía así me iría bien en la vida. Yo desde temprano lo puse en duda y por eso no me metí a estudiar algo en serio, sino que me inscribí en Comunicación social.

Y no es que me esté quejando de mis padres, ni más faltaba, pero con el tiempo la evidencia me ha hecho relativizar esa sacralización del estudio y a veces creo que una buena herencia, por el contrario, hubiera podido ser buenas relaciones y contactos influyentes y hasta el forjamiento de un carácter de lagarto desde niño. Eso suena horrible, es cierto, y ser un tipo como Roy Barreras sería aterrador, pero es que la política, ejemplo que usaré por ser el “servicio público”, pues en otras áreas funciona exactamente igual, nos demuestra que el que más sabe o el más estudioso no necesariamente llega a ocupar los cargos públicos más importantes.

La última muestra de ello, entre otras más que surgen con cada nombramiento, es la selección de David Luna como ministro de TIC. Entonces es inevitable preguntarse si el requisito para esta cartera es tener un iPhone y un iPad, porque por lo que se sabe, el hasta hace poco salvador de Bogotá no tiene mayores méritos en el área de las tecnologías de comunicación para ser el encargado de tal ministerio. Uno como ciudadano común y corriente no puede dejar de pensar que tal vez el alcanzar un ministerio tiene que ver mucho con el nivel de lagartería y de contactos que haga en la vida, pero también podría ser que esté haciendo un juicio a priori, ya el tiempo lo dirá.

A fin de cuentas, a todos nos conviene que David Luna tenga un excelente desempeño, pero sus credenciales en esta área no dejan de generar dudas. Aún así, el ¿daño? ya está hecho y sólo nos resta esperar una destacada gestión de Luna, pues sería también un triunfo de la generación del yuppie noventero; sería un bueno momento para que, de una vez por todas, dejen de verlo como una “joven promesa de la política”, porque este señor lo que ya tiene es cancha en eso de trepar el muro de la política. Esperemos que pueda ayudar a que la cantidad de tabletas que repartió su antecesor sean de verdad algo con una utilidad distinta a abanicarse y espantar moscas en esos colegios donde si acaso hay servicio de energía para recargarlas.

Y es que uno se puede llenar de esperanza y buenos deseos, pensar más con el corazón que con la cabeza, y anhelar que Colombia tenga un sólido sector de las telecomunicaciones con el nuevo ministro, pero casos similares hacen reafirmar la duda razonable. Por ejemplo, hace varios meses, para encargarse del tema del medio ambiente nombraron a un señor que poco tiempo antes se dedicaba a escribir libros sobre servicio al cliente, y la gestión en el campo medioambiental deja mucho que desear, o al menos yo me declaro un cliente insatisfecho; vaya paradoja.

Todos estos nombramientos ratifican que no necesariamente hay que ser un experto en ciertos temas, no hay que tener experiencia en algunos sectores para ser el encargado de ejecutar las políticas públicas en cada rama (o hay que ver a «Yo José Gabriel» de embajador) y por el contrario lo que hay que garantizar es tener un buen arnés para trepar y unas buenas rodilleras también, mientras capotea la crítica pública. Yo por mi parte, aunque no sé de nada y en lo único que soy experto es en comer galletas, me ofrezco desde ya para llenar cualquier cartera disponible, porque la que cargo en el bolsillo, estudie mucho o no, por ahora creo que seguirá desocupada.

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