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Por A. Moñino

EGO Y DESDEN

En esos debates presidenciales del 2010, en los que el hoy presidente Santos en su calidad de candidato “firmaba en piedra” un montón de cosas de las que ya nadie se acuerda, también tenía como premeditada estrategia de comunicación dirigirse a su contendor, Antanas Mockus, con un calculado apelativo con tinte de desprecio: “profesor”. En ese entonces, más allá del reiterado, salvador e incontrovertible discurso de más educación, al que acude hasta el candidato a la junta de acción comunal del edificio, la palabra “profesor”, en boca de Santos, sonaba casi como el “profe” tan vacío con el que un futbolista aficionado se refiere al árbitro en partido de parque.

 

Entonces Santos se hizo presidente, y con el paso del tiempo, a pesar de las promesas electorales de cualquiera, para este año el presupuesto de Colciencias, la entidad responsable de la investigación en ciencia y tecnología, se redujo como se ha hecho durante ya varios años de este gobierno. Eso sin sumar el fraude que fue el programa aquel de “Es tiempo de volver”, en el que buscaban repatriar a “cerebros fugados” con la intención de que vinieran a enseñar todo lo que aprendieron, pero el programa resultó desastroso y los trajeron engañados de vuelta para terminar tratándolos como “profesores”, al estilo Santos.

 

Entre esos doctores que regresaron no estaba Peñalosa, el alcalde de Bogotá, porque él desde antes ya estaba en el país, y fuera de él, valiéndose de un doctorado que resultó ser mentira. Al parecer, Peñalosa no tuvo en cuenta que acá sólo basta ponerse una corbata para que le digan “doctor” y, aunque no me consta que él mismo haya afirmado su supuesto cartón, lo que sí nos consta a todos es que convenientemente dejó trascender el rumor de su doctorado sin contradecir ninguna de las publicaciones o personas (incluido algún periodista despistado) que así lo afirmaban.

 

No obstante, al alcalde le brotaba por los poros su talante autoritario desdeñoso de la academia, y su carente formación doctoral, además de su falta de sensatez, al pretender desconocer los muchos estudios ya realizados sobre la importancia ecológica de la reserva Van der Hammen. Fue así como en Los Andes, una universidad precisamente, Peñalosa afirmó sin sonrojo que no existían estudios sobre la reserva, además que los humanos no éramos “ningunos extraterrestres ni unos chinos”.

 

Y no somos extraterrestres, porque extraterrestres son los que nos abducen a los seres humanos, como lo muestra Google, porque si sale en el buscador debe ser cierto. Al menos así lo cree Juan Carlos Echeverry, el presidente de Ecopetrol y también exministro de hacienda, que desde su torre petrolera pedía contradictores “de altura”, porque un profesor especializado le pareció poca cosa, a pesar de que con argumentos le demostró la inconveniencia de la exploración en La Macarena. Sería tonto pensar que el presidente de una petrolera estaría en contra de una iniciativa de este tipo, pero al menos debería argumentar a la altura de sus credenciales y no como un adolescente arribista que todavía cree que Google es el mundo, aparte de ver a sus profesores como unos pobres diablos.

 

Lo que sí resulta valioso en medio de toda la arrogancia, el cinismo, la manipulación y las decisiones desacertadas de los políticos y empresarios, es que podamos conocer de cerca estos episodios, que en conjunto podamos hacer algo al respecto, que los políticos se den cuenta de que no pueden tomar decisiones por debajo de cuerda y que si consideran que algo es de beneficio general, que sean los argumentos los que así lo confirmen y convenzan a todos, incluidos los profesores «poca cosa».

 

Por su parte, ojalá sea la academia ese espacio para que con evidencia científica se pueda pensar sobre lo que pasa y si es preciso oponerse a lo que la investigación demuestre que es perjudicial. Que los diplomas tan anhelados para colgar en paredes y alargar hojas de vida sean algo más que un pretexto para embaucar a incautos o hacer cartas desde “la ciudad luz” más bien insulsas y sí muy “engalladas” con citas a filósofos, como para sobreexponer lo mucho que saben o las citas que pueden amarrar para regodearse en un título académico.

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