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Cuando empieza la Semana Santa en España hay dos imágenes inevitables: la lluvia cayendo y la gente llorando porque no se puede sacar la imagen sagrada de su parroquia debido al chaparrón. No importa que durante los meses anteriores la sequía se haya ensañado con la península: basta con que se empiecen a agitar los ramos para que los cumulonimbos descarguen su humedad sobre los fieles.

Desde la fe, tanta llovedera se puede explicar de cualquier manera (como suele pasar cuando uno intenta explicar algo desde la fe): puede ser una prueba para los creyentes, puede ser un castigo para los impíos, o incluso puede ser un mensaje de otros dioses como reprimenda a los católicos para decirles lo equivocados que están. ¿Quién pude saberlo? ¡Las deidades pueden ser tan caprichosas!

Se entiende más desde la ciencia, donde se dilucidan razones meteorológicas para la lluvia debidas a los cambios atmosféricos que hay en la primavera. Si las razones de los dioses son inescrutables, las del clima son peores.

Obviamente esto no sucedería si la Semana Santa se celebrara en otra época distinta a la primavera. Pero esto es completamente imposible, debido a que la primavera y la Semana Santa están vinculadas desde mucho antes de que se extendiera la religión del dios crucificado.

Resulta que las culturas mediterráneas antiguas tenían la costumbre de celebrar fiestas con la llegada de la primavera, una época de gozo y alegría en la que haber sobrevivido al crudo invierno era motivo de agasajo. Los hebreos, que antes de ser llamados judíos, antes de ser expulsados de Jerusalén y antes de ser banqueros, eran un pueblo nómada de pastores, realizaban fiestas y ritos agradeciendo la llegada del buen clima con el sacrificio de un cordero. Cuando se asentaron y se volvieron agricultores, las festividades siguieron siendo importantes porque coincidían con los primeros frutos de la cosecha de cereales.
Pero siguieron haciendo el sacrificio del cordero.

Siglos después, con la aparición de una jerarquía y una estructura religiosa, los hebreos celebraron en esta fecha su partida de Egipto en búsqueda de la Tierra Prometida: un relato que en esencia es mitológico, pero que tiene sus orígenes en una migración real de un pequeño grupo de trabajadores cananeos que fueron a tierras egipcias en épocas de bonanza y se marcharon cuando la situación dejó de ser favorable (las vacas gordas y las vacas flacas). Esa celebración se llamó «Pésaj», que quiere decir salto o paso, y se siguió realizando al comienzo de la primavera con matanza de cordero.

Pasaron los siglos y un grupo de hebreos inspirados por un predicador llamado Josué (Yĕhōšuă o Jesús) crearon una religión basada en el judaísmo pero a la que cualquier no judío se podía afiliar. Eran épocas en las que todo el mediterráneo estaba dominado por el Imperio Romano, el cual toleraba todas las religiones, siempre y cuando no causaran problemas entre ellas. Los primeros cristianos eran muy proselitistas y atacaban abiertamente las otras religiones, por lo cual fueron perseguidos durante un tiempo. Esto sólo sirvió para darles más propaganda, y en tres siglos lograron convertir a mucha gente.
Ellos también celebraban una Pascua modificada, en la que Jesús era el cordero que había muerto para limpiar nuestros pecados con su sangre.

Cuando el Imperio empezó a decaer, trescientos años después del nacimiento de Jesús, los cristianos eran una minoría muy importante. Tanto, que un joven emperador llamado Constantino, cuya madre probablemente fue cristiana, decidió aliarse con ellos para afianzarse en el poder. Esto le sirvió para derrotar a su principal rival, que era pagano. Constantino agradeció el apoyo político y económico del cristianismo, convirtiéndolo en la religión del Imperio. Lo primero que hicieron los cristianos al verse con ventaja fue tomar venganza y prohibir el resto de religiones.

Constantino se tomó el cristianismo muy en serio y se dedicó a organizarlo. Convocó una reunión con todos los obispos para decidir sobre cuestiones que todavía se discutían, como si Jesús era divino o humano (finalmente fue el Emperador el que inclinó la balanza, que estaba muy equilibrada, y desde entonces Jesús es divino entre los cristianos).

Allí también se decidió, entre otras cuestiones, que la fiesta donde se conmemoraba la muerte y resurrección de Jesús se iba a celebrar en fechas distintas a las que tenían los judíos, para que no hubiera motivos de confusión. A los cristianos no les gustaba parecerse a los judíos, pero seguían haciendo fiestas muy similares, aunque el sacrificio pagano del cordero ya se hubiera transformado con otros símbolos.

Al final, la Semana Santa quedó como la conocemos hoy: se calcula para que el domingo de Resurrección sea el primero tras la primera luna llena de primavera. Cómputos religiosos basados en el calendario lunar que usaban también los paganos o los judíos, y que no tienen nada que ver con las fechas históricas en las que supuestamente habría sido crucificado Jesús, pero sí con el cambio de estaciones.

Una época en la que, por razones climatológicas, suele llover en España. Y la gente llora, sin saber por qué.

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