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Bandera de La Gran Colombia. Foto: Wikipedia

 

El 6 de octubre de 2021 se cumplieron 200 años de la creación de la primera constitución que tuvo Colombia. En 1821, fue promulgada en el municipio de Villa del Rosario, área metropolitana de la ciudad de Cúcuta, departamento de Norte de Santander.

Tal vez, el principal aspecto a destacar de esa primera Carta Magna fue la creación de La Gran Colombia que agrupaba bajo un sólo país a Venezuela, Panamá, Ecuador y la mencionada Colombia. Asimismo, incluía territorios que por acuerdos internacionales, ahora pertenecen a Nicaragua, Honduras, Brasil y Perú.

El progresismo que tuvo la constitución de Cúcuta (como mejor se conoce) es destacable, puesto que se empezó a hablar de igualdad ante la ley, de la liberación de los esclavos, de la separación entre Estado e iglesia, de las tres ramas del poder y de una reforma educativa. Igualmente, se crearon las figuras de presidente y vicepresidente y se fundó el congreso bicameral, la alta corte de justicia, las cortes superiores así como los tribunales y los juzgados inferiores.

En cuanto al régimen político, se estableció por consenso el centralismo, se crearon los departamentos y se determinó que los gobiernos se elegirían mediante el voto popular. Toda una novedad puesto que en aquella época, gran parte del mundo aún estaba bajo el dominio de las monarquías absolutas.

Es de imaginar la escena histórica donde Simón Bolívar firma la constitución como presidente, junto a Francisco de Paula Santander como vicepresidente y con los aplausos de un congreso presidido por Antonio Nariño. Eran los comienzos de lo que pudo ser una gran potencia, más si se hubiera cumplido el sueño del Libertador de unir a toda Hispanoamérica bajo una sóla nación.

Lamentablemente, ese proyecto de país sólo duró hasta el año 1831. Fueron muchos los inconvenientes que causaron esta separación, algunos geográficos pues la comunicación era muy difícil en un territorio tan vasto. También se presentaron rivalidades entre centralistas y federalistas y existieron intereses hegemónicos y extrarregionales que al día de hoy, nos siguen agobiando. Sin embargo, la principal razón de la disolución, fue la falta de voluntad y de visión de las élites dominantes.

Por fortuna, hoy, 200 años después de aquella primera Carta Magna, Colombia sigue contando con una constitución que es reconocida a nivel internacional por su progresismo. No en vano, desde el año 1991, los colombianos podemos hablar de Estado de Derecho e incluso, interponer acciones de tutela si consideramos que nuestras garantías están siendo vulneradas.

El problema es que lo que promulga la constitución del 91 se ha venido quedando en el papel y no se ha llevado a la práctica, al menos no de una manera real que abarque al total de la población. Es así que todavía hay inequidad social e incluso, se ha incrementado, aún cuando se divulgue lo contrario. Por dos siglos, la economía ha consistido en privatizar la riqueza y democratizar la pobreza. Los colombianos no somos verdaderamente libres.

Y es que un pueblo no es libre mientras viva en condiciones de precariedad e injusticia. Un pueblo no es libre mientras esté sometido por una élite corrupta que vive a sus expensas. Un pueblo no es libre mientras se encuentre dominado por potencias extranjeras que posan de países aliados. El pueblo colombiano no será libre mientras carezca de los derechos que conquistó hace dos siglos.

Si somos sensatos, reconoceremos que en Colombia no hay acceso equitativo a la educación, ni a la salud, ni a la vivienda ni al empleo. Y que quienes han reclamado una vida más digna, han sido perseguidos por regímenes peores que el de la antigua monarquía. Mientras tanto, los recursos del país han sido saqueados dejando sólo desolación y miseria. Por esta causa, las envilecidas instituciones se encuentran deslegitimadas y en muchos casos, el ciudadano no se siente representado por el Estado.

Durante dos siglos, los colombianos hemos vivido bajo una espiral de penurias e injusticias. Aún existen privilegios de clase donde unos pocos gozan de excentricidades, mientras la gran mayoría no puede satisfacer sus necesidades básicas. Lo peor es que ha surgido una especie de pseudo-monarquía criolla que se cree dueña del país y que se traspasa el poder de generación en generación de forma desvergonzada. En otras palabras, el pueblo no es soberano.

Hoy, 200 años después, los colombianos continuamos en pie de lucha, esta vez para liberarnos de quienes tenían secuestrada la democracia y habían llenado al Estado de corruptos, burócratas y asesinos. Ya ni soberanía teníamos, los colombianos no tomábamos nuestras propias determinaciones puesto que hasta los batallones estaban llenos de militares extranjeros. Pasamos de estar bajo el yugo de una monarquía absoluta, a estar bajo el dominio de una ex colonia inglesa.

Los derechos que conquistaron las generaciones anteriores de colombianos reposan en el papel de las constituciones, en las estatuas y en los museos. La actual ciudadanía desconoce el valor de la dignidad y de la patria. Muchos creen ser libres, llegando inclusive a defender a sus propios verdugos. Sin embargo, la realidad es que son viles esclavos sin que se percaten de ello.

Si fuéramos realmente libres, viviríamos en un país muy diferente al actual. Tendríamos un estado de bienestar social, gozaríamos de acceso a los derechos que están escritos, nos podríamos movilizar sin restricción por todo el territorio nacional y viviríamos en paz y en total fraternidad.

Es paradójico que después de conformar un mismo país, panameños, ecuatorianos, venezolanos y colombianos se exijan pasaportes entre sí. También es evidente el retroceso de nuestras naciones, pues en vez de trabajar juntos por un mejor porvenir, nos tratamos como extraños y lo peor, como enemigos. Algo que se repite en toda la región.

El futuro no puede ser otro que la unión. No sólo entre los países que conformaron La Gran Colombia sino entre todas las naciones que conforman a Hispanoamérica, incluyendo a España. Debemos pasar de tener constituciones nacionales a gozar de derechos internacionales de manera que los pueblos se reconozcan entre sí y avancen como hermanos hacia la prosperidad que merecen.

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