No se trataba de una copa internacional pero que el Atlético Bucaramanga saliera del barro después de siete años da un poco de alegría. Algo cambia. Se descarga una especie de felicidad acumulada. Que pase algo bueno es raro no solo aquí sino en la vida misma. Desde que uno crece pasa más tiempo aguantando golpes y derrotas que festejando victorias, no importa si es en el amor, el trabajo o el fútbol.
Anoche la ciudad se paralizó. Había gente borracha manejando motos con tres personas encima y carros en contravía. Un caos normal para un país en el que pensamos que ganar nos da el derecho de volver mierda lo que se nos cruce. Pero esto hace parte de esa felicidad desbordada de saber que dentro de todo lo que ocurre algo sale bien, por eso festejaron como si se tratara de un campeonato mundial y no de un ascenso a la primera categoría del fútbol colombiano, que comparada con la Premier League es poca cosa. Así duela.
A mí no me gusta el fútbol, no es agradable sufrir o sentir frustración por culpa de otros, pero entiendo el calibre de la celebración porque en Bucaramanga hace rato las cosas no funcionan bien. Esto se está transformando en una Bogotá cada vez más lejos de ‘La pequeña Manhattan’ que mencionaban los políticos y que repetían los medios de comunicación como si se tratara de Mónaco. El tráfico se ha vuelto pesado, la cultura ciudadana se fue para el carajo y la inflación es espantosa. El otro día estuve en Vintrash, un bar en donde cobran $8.000 por una limonada argumentando que son los mismos precios de Medellín, como si acá tuviésemos metro o fuéramos la primera ciudad con mayor empleo en Latinoamérica.
Vivir aquí se ha vuelto caro y aburrido. Uno se enferma poco a poco cuando ve que la misma gente que se cree buena porque va a misa los domingos estaciona el carro en los andenes al frente de la iglesia. De eso hay mucho en Bucaramanga. Todos dicen que es La Ciudad Bonita pero no dan un peso para que funcione. Por eso buscamos cómo sacar pecho por encima de los demás con lo que vayamos encontrando, como el fútbol, pero ninguna ciudad es mejor porque a sus equipos deportivos les vaya bien. De ser así con lo que ha hecho Jossimar Calvo Cúcuta sería como Praga y no el desorden infernal que conocemos.
Un montón de bumangueses se pegaron al triunfo ajeno y gritaron celebrando hasta quedar roncos, otros pusieron el escudo del equipo en el WhatsApp y llenaron las redes sociales con mensajes de orgullo cuando jamás han pisado el estadio –arriesgando su vida al hacerlo-. Por eso es que uno comienza a ver lo malo del asunto, porque ese arribismo se caga todo, hasta un ascenso después de 2.500 días.
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